El catalán, lengua común


El uso del lenguaje no suele ser nunca inocente: utilizar una determinada terminología en lugar de otra suele orientar el discurso en un u otro sentido. Así, por ejemplo, asistimos a una auténtica orgía de manipulación lingüística al usar el concepto lengua común de cualquier modo, sin rigor y sin pudor a la hora de manipular políticamente. Determinados personajes quieren que acabemos incluyendo en nuestro disco duro que la lengua común es el castellano y que no hay ninguna otra lengua que sea común de nadie, de nada ni de ninguna parte.

Vayamos por partes y hagamos algunas consideraciones elementales. La primera es que común remite a comunidad. Y que, por tanto, una lengua es común para la comunidad lingüística que la habla. Dicho lisa y llanamente: la lengua común de los catalanes es el catalán. Esto tan absolutamente elemental, obvio, concreto e incuestionable –que la lengua común de los catalanes es el catalán– queda automáticamente triturado cuando el concepto lengua común se utiliza, sin especificar cuál es, para que todos tengamos claro que no es el catalán… ni siquiera para los catalanohablantes. Por lo tanto, quieren anularnos, directamente, a través del lenguaje.

Para que algún día no existamos, empecemos por practicar la estulticia lingüística de suponer que hoy no existimos. ¡Pues claro que existimos! Colectivamente, la comunidad lingüística formada por los catalanohablantes existe porque contamos con una lengua común que es la lengua catalana.

Pero el catalán –y esto todavía levanta más recelos entre los que desearían convertirnos en un residuo folclórico– no es solo la lengua común de los catalanes (ni, por extensión, la lengua común de valencianos, mallorquines, menorquines, formenterenses, ibicencos –como un servidor–, norcatalanes, en La Franja, andorranos y alguereses), sino que también está en proceso de convertirse en la lengua común entre hablantes de bereber, árabe, español en sus distintas variantes americanas y europeas, urdu, francés, alemán, suajili, wolof, bambara, italiano, rumano, búlgaro, checo, kikuyu, tagalo, maya, quechua, aimara, que viven en Catalunya y tienen la voluntad de convertirse en ciudadanos en plenitud de derechos y de deberes. Que el catalán sea la lengua común entre Najat el Hachmi (de lengua materna bereber), Salah Jamal (de lengua materna árabe), Mattew Tree (anglohablante) i Bojan Krkic (de padre serbio) constituye el signo más claro de que nuestra lengua ocupa el ámbito público de un espacio común compartido y de un futuro que queremos plural, diverso y a la vez cohesionado alrededor de la lengua catalana.

Que los catalanes trabajemos para que el catalán sea la lengua común de todos los ciudadanos de Catalunya (y también, esperemos, del conjunto de los Països Catalans) no implica, por descontado, que nos encerremos contra el multilingüismo o que no queramos unos ciudadanos con unas habilidades lingüísticas más amplias y una competencia lingüística más fuerte.

El Proceso de Lisboa, diseñado por la UE, prevé que en el futuro los europeos tenemos que ser competentes al menos en tres lenguas (la propia de cada cual y dos lenguas más). Los catalanes deberíamos aspirar a algo más. Hoy en día, parte importante de la población de Catalunya ya es trilingüe. Del millón de personas que han llegado al país durante los últimos siete u ocho años, ya hay un porcentaje bastante considerable que hablan catalán y español. Estos ya son al menos trilingües. De los que hablamos catalán como primera lengua, todos hablamos castellano como segunda, y gran parte de la gente habla una tercera, una cuarta y, en un porcentaje de casos, incluso alguna más. Todo esto por no hablar de la Val d’Aran, que tiene una lengua propia distinta del catalán y en donde la población habla occitano (llamado aranés en l’Aran), catalán, español y, mayoritariamente, aun una cuarta lengua. A los catalanes, pues, hablarnos de una “lengua común” además de la catalana tiene que sonarnos, como mínimo, curioso. Por decir algo. Porque lenguas comunes, según sectores de población, tenemos unas cuantas. Y más que vamos a tener, seguramente, en el futuro. Sin lugar a dudas, cumpliremos ese bello ideal de construir equipos de políglotas, formados por pocas personas, que puedan comunicarse con el mundo en muchas lenguas.

Ahora mismo es obvio, cada vez más, que se está construyendo una ciudadanía europea que no constituye un melting pot a la americana, pero que se articula, en un porcentaje muy elevado, alrededor de una lengua común que no es propia de la mayoría. Me refiero, naturalmente, al inglés. El hecho de que el inglés sea la lengua común de los europeos, ¿implica derecho de ignorancia para las personas que lo tienen como lengua propia? ¿Un anglohablante puede exigir su lengua al ayuntamiento de Quintanilla de Onésimo, en un juzgado de Cáceres, en una taquilla de Orleans, o en una estación de trenes de Kosice? Si no pueden hacerlo los que hablan la lengua más común de todas, poco podrán atreverse, aunque sea en un ambiente más restringido, sin insultar la inteligencia, los hablantes de una pequeña lengua europea con gran peso en América.

* Secretario de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya.

Publicado por El Periódico de Catalunya-k argitaratua