Los grandes consensos sobre los que se había estructurado el proyecto de integración europeo desde su fundación están a punto de reventar. El presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, y otros dirigentes representativos de este consenso pueden quejarse de las interferencias del magnate Elon Musk en la política de algunos estados de la Unión, pero lo cierto es que Macron está agonizando en un gobierno que no tiene el apoyo del Parlamento y Musk se perfila como una figura en ascenso en la flamante administración del presidente estadounidense, Donald Trump, con una agenda en la que las necesidades de seguridad y bienestar europeas suponen un estorbo.
Este año 2025 ya ha caído un gobierno de la Unión, el austríaco, con el que se quería frenar el asalto al poder del Partido de la Libertad, las perspectivas electorales de Alternativa para Alemania de cara a las elecciones federales de febrero no paran de crecer (con la ayuda del propio Musk) y Dinamarca se enfrenta a la posibilidad de la secesión de un territorio bajo su soberanía, Groenlandia, sea para integrarse en Estados Unidos, sea por constituirse en un Estado plenamente soberano.
La realidad es que los estados miembros de la Unión Europea no están en condiciones de desarrollar una política internacional propia, y menos aún de seguridad y de defensa, sin la tutela norteamericana y que cualquier intento de reforzarse en este sentido chocará todavía más con la oposición de las respectivas poblaciones e incrementará el apoyo a las fuerzas ultranacionalistas, que rechazarán cualquier tipo de colaboración entre los distintos estados europeos Si la presión contra dichos consensos forjados. entre las familias políticas europeas socialcristianas, liberales y socialdemócratas ya se encuentra contra las cuerdas, imaginamos qué sucederá cuando haya que sustraer el 5% del producto interior bruto de un Estado del sistema de bienestar (pensiones, sanidad, enseñanza) para destinarlo a un proyecto de seguridad y de defensa colectivo.
En vista del abandono de la protección de Europa por parte de la administración de Trump, ¿hay alguna posibilidad de que los miembros de la Unión se cobijen bajo la cobertura de otra superpotencia? Hay que decir que la República Federal de Alemania, por ejemplo, lleva más de veinte años intentándolo, y de ahí el drama social, político y económico que está viviendo actualmente. Los sucesivos gobiernos alemanes se rindieron a la dependencia energética de Rusia y también al intercambio comercial y a la circulación de capitales con China a través tanto de los tratados en estas materias concluidos entre Berlín y Beijing a principios del siglo XXI como de los promovidos a través de la Unión Europea que la presidencia de Biden logró detener en seco. Pero en serio, en cuanto a las relaciones EU-China, ¿tendría algún sentido emanciparse de la esfera de influencia de una democracia liberal (aunque camine hacia el autoritarismo con Trump y Musk) para caer bajo el dominio de una dictadura de partido único como la que representa el régimen de Xi Jinping? Entonces, por otra parte, sí que Estados Unidos ya encontraría el pretexto perfecto para proceder directamente a una ocupación militar, ya fuera de Groenlandia o de cualquier otro territorio de jurisdicción europea.
La dinámica desatada por el acceso de Trump a la presidencia de Estados Unidos en el contexto de una Europa a punto de naufragar social y económicamente y sin posibilidad de protegerse de agresiones como las procedentes de Rusia quizás revela la voluntad de la nueva administración americana de rematar cualquier pretensión de recuperación de la hegemonía de Francia o de Alemania y, a su vez, de centrarse en la confrontación con China que supone la verdadera preocupación de las élites en Estados Unidos.
El declive europeo en todos los sentidos ante China y Norteamérica llevó al historiador Nils Gilman a sugerir irónicamente que el único papel que le quedaría a Europa sería dar cabida a reuniones entre las delegaciones chinas y estadounidenses en sus grandes y viejos ‘palazzi’ después de los conflictos que les enfrentasen. Pero incluso para esta labor de anfitriones decadentes, de bellísimos cadáveres barrocos por decirlo con el título de una de las obras de Josep Piera, haría falta una mínima estabilidad social y política, como la de un balneario suizo, que ningún Estado de la Unión estará en breve en condiciones de proveer.
EL PUNT-AVUI