En 1837, en plena guerra carlista, un batallón de las tropas isabelinas congregado en Zizur Menor se amotinó, y, entrando en Pamplona, proclamó la independencia de Navarra. El episodio, poco documentado y en general desconocido para el común de los mortales, está registrado gracias al documento que condena a los insurrectos a ser pasados por las armas. El historiador Mikel Sorauren me enseñó el acta de la sentencia contra León Iriarte, Pablo Barrical y al resto de las fuerzas sublevadas.
El episodio resulta insólito. Los protagonistas, el Batallón de Tiradores de Isabel II, provenían del bando liberal, eran naturales del país, tropas movilizadas por el gobierno, seguramente a la fuerza, y por lo visto aprovecharon la ocasión para dejar bien a las claras lo que les importaba la reina. En contra de lo que se supone, los vascos no hemos necesitado de Sabino Arana para saber lo que se podía esperar de España. La esperanza de la independencia, ya adelantada por Agustín Xaho o Larramendi, tiene pronunciamientos tan contundentes, silenciados y olvidados como el de la citada columna.
En efecto, entre nuestras señas de identidad, si algo nos distingue como pueblo es nuestra enorme desmemoria. Mientras españoles y franceses llenan sus itinerarios callejeros con nombres y plazas dedicadas al general Prim, a Gambetta, a los Reyes Católicos, a la Bastilla, los vascos somos incapaces de recordar a nadie y entenderlo en su época. Siempre emerge, convenientemente apostillado por quien gobierna (en el mando o en ideas), alguna tara que desacredita a las figuras de nuestra historia, y con la que no transigimos en nuestra moral pejiguera.
Zumalakarregi, ya se sabe, era carlista (más allá de la bagatela de estratega genial en la guerra de guerrillas). Lope de Agirre, el primero que declaró la independencia americana, era militar, sanguinario, conquistador y esclavista. Larramendi era cura. Sabino Arana, racista y de derechas.
En el caso de los sublevados en la intentona de Zizur Menor, a pesar de su proclama libertaria, estoy seguro de que no faltará quien les acuse de enemigos, contrarios al sentir mayoritario de la población, de querencia carlista, y por ello traidores a su patria. Pero lo mismo habría ocurrido de ser de la facción opuesta, porque entonces desdeñaríamos la asonada como montaraz, carca y ultramontana.
Al describir los cargos contra el comandante Pablo Barrical, la sentencia explica “que se mantuvo al frente de su batallón cuando se pronunció la insurrección, y que en vez de contenerla continuó a su cabeza y vino a Pamplona (…) y dirigió su voz a los insurreccionados (…) que fue el primero que firmó la relación de su batallón (…), de los que se comprometieron a proclamar la independencia de Navarra (…), que hizo destacar el piquete que arrestó al general Sarsfield”, etc, etc, etc.
El coronel León Iriarte, por su parte, se puso al frente de los batallones sublevados y ocupó la plaza de Pamplona sin “haber dado aviso a las autoridades para evitar la entrada de los sediciosos”. Además, tras ocuparla con “fuerza armada”, se comprometió bajo su firma a seguir y llevar a efecto “la conspiración que tenía por objeto la independencia de Navarra”.
El oficial que redactó la sentencia habla de insurrección, sublevación, sedición, conspiración, ocupación de la plaza de Pamplona, etc. Para los cuatro y un tambor que urdieron la aventura, en medio de una guerra memorable que movilizó a decenas de miles de hombres, toda una hazaña. Me asombra que, en época tan temprana, tuvieran claro cuál ha de ser, como vascos, nuestro programa.
En segundo término el redactor habla de la intervención de los condenados en la “desastrosa muerte del general conde de Sarsfield (por cierto, último virrey de Navarra, antes de que se convirtiera en provincia) y del coronel Mendívil”. Interesante. A los tiradores de Zizur Menor se les acusa, ante todo, del delito de perseguir la independencia navarra. Los españoles ya saben dónde les aprieta. La muerte del virrey es materia de rebajas. Un general se repone y se sustituye por otro, poco más o menos de la misma ley. Pero la independencia es cosa seria, y con las cosas de comer no se juega.