El asalto de Washington y la unidad de España

En estos días, en Cataluña, a raíz del asalto al Capitolio de Washington, un asalto empujado desde la Casa Blanca por Donald Trump y ejecutado por sus partidarios, estamos escuchando varias voces españolistas, especialmente Inés Arrimadas y Carlos Carrizosa, que comparan este hecho con un supuesto “asalto” al Parlamento catalán por parte del independentismo. La comparación es tan grotesca, tan esperpéntica, que sería para reventar de risa si la situación no fuera tan grave. Es grave en Estados Unidos, por los hechos que conocemos, y es grave en Cataluña, por el hecho de tener a nuestros gobernantes injustamente encarcelados o en el exilio. Pero ya que Ciudadanos, con C de caciquismo, han equiparado el asalto de Washington al proceso catalán, comparemos ambos casos y veremos qué tienen en común. Porque sí que tienen de cosas en común, pero no las que visceralmente han largado Arrimadas y Carrizosa, sino justamente las que su discurso pretendía ocultar.

Donald Trump perdió las elecciones en Estados Unidos, el Estado español perdió las elecciones en Cataluña. Donald Trump se niega a reconocerse perdedor, el Estado español se niega a reconocer su derrota. Donald Trump pretendía ganar en los tribunales lo que ha perdido en las urnas, el Estado español pretende ganar en los tribunales lo que las urnas le niegan. ¿Cuál es la diferencia? Sencilla: los tribunales estadounidenses no son un nido franquista, los tribunales españoles sí.

No quiero pensar qué le habría pasado a Jimi Hendrix, en caso de ser catalán, si hoy hubiera tocado el himno español como tocó el de Estados Unidos, en 1969 en Woodstock. Hendrix, aludiendo al comportamiento de su país en la guerra de Vietnam, cogió la guitarra y convirtió el himno nacional en un conjunto de sonidos que reproducía el sonido de los aviones de guerra, el silbido de las bombas, el ruido que éstas hacían en estallar, los tiros de los fusiles y de las ametralladoras y los gritos de las víctimas. Huelga decir que a los políticos conservadores no les hizo ninguna gracia. Pero no es lo mismo ser conservador que ser fascista. Por mucho menos, por haber reprobado una monarquía corrupta en sus canciones, el cantante mallorquín Valtònyc fue condenado por el Estado español a tres años y medio de prisión y está hoy en el exilio protegido por la justicia belga.

Pero sigamos con las comparaciones Washington-Cataluña que tan irreflexivamente han querido hacer Arrimadas y Carrizosa. Fueron por lana y salieron trasquilados. Donald Trump, ayudado por un buen número de medios de comunicación, empujó a la gente a violar la voluntad de las urnas mediante mentiras en un intento de legitimarse desacreditando incluso a los justos ganadores. El Estado español, con su rey al frente y el apoyo de PP-PSOE-Ciudadanos-Vox, así como de jueces y fiscales y la inmensa mayoría de medios de comunicación, ha empujado a los españoles a odiar Cataluña, gritando “¡A por ellos!”, en un intento de legitimar el uso de la violencia contra su gente y sus políticos democráticamente elegidos.

No es extraño que dos dictaduras como Turquía y China se reflejen en el Estado español y lo presenten como argumento para continuar violando los derechos humanos de sus disidentes. “¿Por qué me regañan a mí y no riñen a España?”, pregunta Turquía a la Unión Europea. “¿Por qué me regañan cuando apaleo, encarcelo y amordazo a mis disidentes de Hong Kong y, en cambio, se hacen el loco cuando España arrolla, aprisiona y amordaza a los catalanes?”, pregunta también China.

España es un Estado que a través de sus gobernantes, tribunales y cuerpos armados viola los derechos humanos. Ya se lo han reprochado las Naciones Unidas, Amnistía Internacional y varios tribunales europeos, pero la respuesta que reciben es que la Unidad de España está por encima de los derechos humanos. Es la religión española. Una religión inquisitorial que viene de la caverna y que dice que la convivencia en Cataluña se fundamenta en la prohibición de su libertad. En esto tiene elementos en común con los supremacistas blancos estadounidenses. Uno de ellos decía ante las cámaras de televisión: “Quiero ver cómo se hunde el Capitolio sobre este Congreso cobarde que, además, ha dado la espalda a Dios”. A Dios. Todos los supremacistas invocan a Dios. Cada uno pone la cara que quiere, por ejemplo la Unidad de España, pero Dios siempre está con ellos. Ya lo decía Bob Dylan en “With God on our side”: “Soy de un país llamado Midwest. Me crié y me enseñaron las leyes de la convivencia. Y este país tiene a Dios de su parte. Lo dicen los libros de historia, lo dicen de manera tan hermosa que da gusto. Carga la caballería, caen los indios. Carga la caballería, mueren los indios. El país era joven, tenía a Dios de su parte”.

La violencia de los miles de estadounidenses que asaltaron el Capitolio de Washington contrasta con el pacifismo ejemplar de los dos millones y medio de catalanes que el Primero de Octubre fueron ferozmente golpeados por las fuerzas policiales españolas por el solo hecho de votar. ¡Por el solo hecho de votar! Pero continuando con las comparaciones, mientras en Estados Unidos al día siguiente del asalto fueron varios los dirigentes de la policía que abandonaron de su cargo, en el Estado español no sólo permanecen en ellos muy satisfechos, además han sido felicitados, remunerados y condecorados.

Finalmente, dentro de este marco de comparaciones, sólo recordar que en Estados Unidos los presidentes los elige el pueblo, no el Gobierno o los jueces, como hace España en Cataluña. España, cuando el presidente elegido democráticamente por el pueblo catalán no le gusta, lo criminaliza, lo aprisiona o lo inhabilita para que no pueda ejercer. Sólo en los últimos tres años ha hecho esto cuatro veces: Carles Puigdemont, Jordi Sánchez, Jordi Turull y Quim Torra. Cuatro. Y no tengamos ninguna duda de que, si gana Laura Borràs, hará exactamente lo mismo. De hecho, ya hace tiempo que se están afilando las herramientas en este sentido. No hay candidato que odien más profundamente que Laura Borràs, no hay candidato que les meta más miedo. Donald Trump violaba la democracia “para salvar América”, el Estado español viola la democracia “para salvar España”. Donald Trump y el Estado español tienen mucho en común. Especialmente su divisa: ambos violan los derechos humanos “para salvar la democracia”.

EL MÓN