No ya el ciprés enhiesto
de la sombra y el sueño,
ni Yggdrasíl
el fresno cósmico
de los hombres del norte
y de sus dioses,
ni siquiera el manzano
de los frutos prohibidos,
sino un arbusto ruín,
inerme, miserable,
sauce llorón, tal vez,
cuyas ramas se inclinan humilladas
hasta besar el suelo…
En cada recodo
la rama se divide, obligándonos
a elegir un camino,
a abandonar los otros
inexorablemente:
son las reglas del juego…
Y entretanto nosotros,
jugadores mediocres y aburridos,
nos vamos descartando de los triunfos,
acumulando paja, deudas, resentimiento…,
mientras desde la mesa,
inasequibles,
las reinas y los ases codiciados
nos miran y sonríen
con inmenso desprecio…