No es mi oficio hacer pronósticos pero, para bien o para mal, me atrevo a decir sin mucho riesgo de equivocarme que estamos ante lo que será uno de los años más estresados de nuestra vida. Por un lado, estrés económico y social, no sólo por la crisis que -esperémoslo- tocará fondo y dejará heridas sociales profundas, sino por las políticas económicas europeas, que centrifugan sus problemas hacia las periferias más débiles, y de la política económica española -sí, llamémosle “política”-, que centrifuga su incompetencia hacia los territorios más productivos, como Cataluña, estrangulándonos hasta la asfixia. Como ha ido repitiendo nuestro gobierno, aquí los recortes ya han tocado fondo, mientras que en buena parte del resto de España apenas le han visto las orejas.
Por otra parte, el país vivirá en una permanente situación de estrés político, con sacudidas frecuentes. La amplia voluntad política que ha dado lugar a una mayoría parlamentaria favorable al derecho de Cataluña a decidir su futuro, y que ha permitido la constitución de un gobierno que se ha comprometido a que se pueda ejercer, será sometida a una presión nunca vista en los últimos treinta años. El Estado utilizará todas las fuerzas, legítimas e ilegítimas, para evitar que esta voluntad pueda ser expresada, muy particularmente intentando dividir a la sociedad catalana. No estoy seguro de que todos juntos seamos todavía conscientes del grado de virulencia y las malas artes que se utilizarán, y sólo puedo decir que tengo grandes esperanzas en la madurez de los catalanes a saber plantar cara sin dejarse caer en las provocaciones .
Sin embargo, y no sin mucho sufrimiento y algunos roturas personales y sociales, creo que este 2013 la sociedad catalana demostrará hasta qué punto está bien trabada para hacer frente a esta situación tan adversa. De la misma manera que el fracaso del Estatuto de 2006 no trajo ninguna frustración colectiva, sino una reacción popular a la búsqueda de nuevos y mejores horizontes, ahora, la expectativa verdaderamente histórica de poder alcanzar un marco definitivo de libertad nacional y profundidad democrática creo que mantendrá al país en la tensión y la alerta necesarias para superar el trance. No, el Estado no nos dividirá socialmente ni nos desmoralizará políticamente.
En resumen, si para todos los que hemos nacido después de la segunda mitad del siglo XX en 2013 puede ser el año más difícil que hayamos vivido como país, también creo que nos ayudará a superarlo el hecho de saber que es el preludio, también, de lo que será el año más cargado de esperanza de los últimos trescientos años: el 2014.