El aliado en la guerra que no tendrá lugar

¿Hablamos de la guerra de Ucrania que no tendrá lugar? Esta guerra no tendrá lugar, al menos de manera convencional, porque nadie ganaría lo bastante como para satisfacer sus costas. Es una guerra de nervios y de gestos rituales como los de los gallos cuando hinchan la cresta y se miran de reojo: una competición para ganar o defender el estatus. De momento y sin disparar ningún tiro, Putin ya ha logrado dar jaque a la OTAN. Aprovechando la división de la Unión Europea para paralizarla y cuestionar el liderazgo de Estados Unidos, Putin revuelve las piezas para situar una potencia de segundo orden como Rusia al nivel de potencia de primer rango. Al fin y al cabo tenía razón el dimitido vicealmirante alemán Kay-Achim Schoenbach cuando decía que Putin busca respeto; algo bien distinto es que lo merezca, a menos que este militar entienda por respeto lo mismo que entiende la mafia.

 

De momento Putin gana esta guerra que, como la añorada guerra fría, nunca habrá ocurrido. La extemporánea propuesta de Macron de abrir canales diplomáticos con Rusia al margen de Estados Unidos es un éxito del Kremlin, como lo son la negativa del partido socialista alemán –con la sombra del ex-canciller Gerhard Schröeder moviéndose entre bambalinas– de suministrar armamento a Ucrania y la voluntad de conectar el gasoducto Nord Stream 2, que para Rusia no tiene otra finalidad que desconectar Ucrania del suministro energético, privándola de una importante fuente de financiación. Puede gustar más o menos el talante matón de Trump, su narcisismo insondable, sus mentiras compulsivas, pero hay que darle la razón de reprochar a la Unión Europea que no contribuyera equitativamente a su defensa bajo el paraguas de la OTAN. Los europeos llevan décadas conscientes de esta situación. A principios de los años ochenta, cuando Ronald Reagan desplegaba los misiles Pershing II en la Alemania del Oeste, un escritor de aquel país me dijo con deleite que la presencia militar americana era una bendición, pues tanto como el país ahorraba en armamento podía dedicarlo a las artes y la cultura. Y no sólo a la cultura. En aquella época la economía alemana prosperaba mientras la americana se hundía en una crisis profunda y el marco alemán competía con el dólar con una pujanza que el euro no parece capaz de reproducir. Cuando el PSOE volvió como un calcetín su promesa electoral de salir de la OTAN era que se había topado con el principio de realidad.

 

Objetivamente, la propuesta de Macron de independizar la Unión Europea militarmente no tiene sentido, pues con un Banco Central Europeo comprando deuda pública sin tope a pesar del riesgo inflacionista, los gobiernos no tienen margen para aumentar la presión fiscal y la alternativa de recortar más las prestaciones sociales todavía no parece viable. A Macron ya se lo dieron a entender las Chalecos Amarillos. Por eso su propuesta sólo se explica por la afición, típicamente francesa, de poner bastones en las ruedas al amigo americano. La inoportunidad de la declaración se explica por el resentimiento de pequeño estadista por el asunto del contrato de doce submarinos que Australia canceló con Francia en favor de Estados Unidos y Reino Unido.

 

Al contrario que Macron pero también al margen de los socios europeos, Pedro Sánchez se ha apresurado a poner a los efectivos españoles a disposición de lo que decidan Estados Unidos. Como Aznar, Sánchez querría poner las piernas sobre la mesa del presidente de Estados Unidos. Pero Biden no es ningún merluzo como George W., tiene experiencia en asuntos internacionales y sabe el tamaño de España y lo que vale como aliado. Sánchez también tiene presente la pifia de José Luis Rodríguez Zapatero en el año 2003, cuando, siendo jefe de la oposición, no se levantó al paso de la bandera americana en el desfile del 12 de octubre y más tarde se esforzó por reparar ese error durante su presidencia. Sánchez se cura en salud y trata de acercarse a Biden tanto como puede, después del humillante intento de hablar con él durante la cumbre de la OTAN.

 

Del contraste entre la diligencia de Sánchez y la torpeza del president catalán hablaba Jordi Barbeta la semana pasada en El Nacional.cat (1). El señor Barbeta es un periodista muy cuerdo en asuntos nacionales. Si se dejan de lado sus opiniones formularias sobre Estados Unidos, típicas de quien ha realizado allí una corta estancia, siempre vale la pena escucharle. Pues su idea de la decadencia americana es demasiado abstracta y demasiado confirmativa para que tenga valor alguno respecto al fondo de su artículo, y mucho menos cuando, a pesar del tópico de la decadencia, califica a Estados Unidos de primera potencia mundial en el mismo texto. ¿Cómo quedamos entonces? ¿Residualmente primera potencia? ¿Tenor de una decadencia dominante? ¿Imperio obsolescente, al que la historia ya ha retirado los privilegios, conservándole sin embargo el deber de velar por el orden mundial? Porque éste es el oxímoron: que muchos europeos se han pasado décadas vituperando al policía yanqui y cuando Estados Unidos, cansados ​​de lidia, amenaza con volverse a casa, entonces les recuerdan los deberes adquiridos. La cacareada ‘pax americana’ que ha garantizado la prosperidad europea durante más de medio siglo comienza a añorarse en cuanto los tanques rusos avanzan por la estepa hacia la Europa del este.

 

¿No es la decadencia, por definición, un concepto retrospectivo? Los pueblos decadentes no suelen saber que lo son. Algunos se han sentido decaer cuando estaban en el pico de su fuerza. Los italianos del siglo XVI, por ejemplo, se creían decadentes en pleno Renacimiento, los europeos del siglo XIX cuando alcanzaban el máximo de la expansión colonial, y en el primer cuarto del siglo XX las profecías organicistas de Spengler, inspiradas por la autofagia de la Primera Guerra Mundial, influyeron en la reacción vitalista de Alemania y su lucha desenfrenada por el dominio mundial. La decadencia europea fue consecuencia no de la flaqueza, sino del exceso de confianza de un cuerpo que en muy poco tiempo había sido capaz de recuperarse de una sangría sin precedentes.

 

Dejemos a un lado la ideología y quedémonos con los hechos. Estados Unidos no es omnipotente, pero retiene un papel geopolítico determinante. ¿Por cuánto tiempo? El suficiente como para ser un factor muy importante en el eventual arbitrio del conflicto entre Cataluña y España. En ese sentido, las observaciones del señor Barbeta son impecables. Si ya es bastante difícil que Cataluña despliegue la suficiente voluntad no para alcanzar si no al menos para querer la independencia, entendiendo “querer” en el sentido recto de la palabra, la consecución de este querer es simplemente imposible sin el concurso de los países que decidirán la forma del mapa político a finales de este siglo. Estos países no se persuadirán de la utilidad y fiabilidad de un Estado catalán en el ámbito internacional por más que los catalanes llenen el mundo de ONG, se ofrezcan “solidariamente” a recibir más refugiados que nadie, organicen los ‘Love Parades’ más osados del planeta y repartan premios Cataluña con quisquillosa corrección política a personas ya consagradas, que no han oído hablar de Cataluña hasta que no les comunican el premio por unos méritos indefinidos y que lógicamente se olvidan de ello un minuto después de ingresar el talón.

 

Cataluña se encanta ella misma con la forzada sonrisa de la impotencia. Como un adolescente lleno de ideales, se adhiere a muchas causas simbólicas para evitar comprometerse con una decisión arriesgada e irrecuperable. Pero la vida impone a cada paso la necesidad de decidir inexorablemente y lo hace antes de dictaminar sobre la bondad o la maldad de la decisión de acuerdo con el resultado. La historia es igualmente imprevisible y suele burlarse de los cálculos probabilistas. Puesto que los catalanes han sido perdedores históricos, asimilan espontáneamente las formas y los valores de la derrota, que es otra forma de evitar el riesgo. Por eso suelen acabar derrotados incluso antes de plantar cara.

 

Dos veces que he hablado con responsables políticos del independentismo, de los que han pasado por prisión, les he preguntado explícitamente si ya habían consultado la estrategia con los representantes de Estados Unidos. Ambas veces recibí respuesta positiva sin obtener ningún detalle. Y ambas veces les advertí de que era imperativo ofrecer alguna ventaja geopolítica de una hipotética república catalana que no entrara ya en el tratado de cooperación firmado por el gobierno español. No sé si tal ventaja existe o es posible crearla, pero era necesario profundizar la disponibilidad catalana construyendo un puente de intereses transatlánticos que fortaleciera la posición americana en el Mediterráneo y enviara una señal inequívoca de compromiso defensivo a la Unión Europea.

 

Cataluña no debería repetir el error de 1936 cuando, dejándose caer por la pendiente anárquica, convenció a las “democracias burguesas” de que no valía la pena salvar aquella república y entre un aliado soviético a la puerta del Mediterráneo y una dictadura conservadora controlable, la segunda opción era preferible. Además, España ha jugado bien sus cartas y hoy es un aliado menos comprometedor de lo que lo fue en aquella época. Barbeta, pues, tiene toda la razón al advertir que cualquier apariencia de complicidad con Rusia la aprovechará el Estado español para insistir en la tesis de Cataluña como eslabón débil en la estrategia rusa de debilitar a la Unión Europea. Afortunadamente, Estados Unidos dispone de información precisa y, pese al ignominioso tropiezo del New York Times con la operación Volkhov, saben perfectamente el alcance real de la noticia. Pero también conocen la pusilanimidad de los políticos catalanes y su escasa fiabilidad como aliados geoestratégicos. ¿Por qué diablos deberían agraviar a un aliado tradicional en favor de alguien que se cuelve de espaldas cuando toca tomar partido en una crisis de la OTAN en la que está implicado como parte de un país miembro? ¿Quién quisiera complicarse la vida en beneficio de alguien de quien no se puede esperar compromiso alguno y, en el caso de haberlo, no te podrías fiar de él?

 

(1) https://www.elnacional.cat/es/opinion/barbeta-presidente-somos-o-no-somos-atlantistas_702900_102.html

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