El 28-S no habrá apocalipsis

La encuesta del lunes de La Vanguardia llevaba un dato significativo: sólo el 20% de los catalanes creen que Cataluña se convertirá en independiente. Si el dato se cruza con la del 48% que votarán partidos independentistas, queda claro que hay algunas reflexiones que hacer. Y más porque estos datos me parecen coherentes con lo que observo en mi entorno. Yo mismo votaré independencia, pero no estoy totalmente convencido de que Cataluña llegue a ser independiente alguna vez.

¿Por qué voto independencia, entonces? Porque es decir basta a la sumisión a España, y la única manera de conseguir que el problema catalán deje de ser español y se convierta en europeo. Porque quiero que un día no muy lejano, el Parlamento de Cataluña se reúna y proclame la independencia de Cataluña. Creo que hasta este punto, estamos de acuerdo todos los independentistas.

Ahora bien: ¿qué pasará después de la DUI? Yo no tengo ni idea. Y me atrevería a decir que nadie que sea algo sensato osará hacer muchas predicciones. Tras la DUI entramos en territorio desconocido, porque nunca se había dado una situación similar y, por tanto, no hay precedentes. Los optimistas hablan de Lituania y Eslovenia, pero no nos engañemos: eran países sin ninguna importancia económica para la UE y pertenecían a dos imperios en descomposición. El caso de España, mal que nos pese, no es lo mismo.

Por tanto, los acontecimientos posteriores a la DUI dependerán básicamente de dos cosas. Primera, de lo que hablen entre ellos Obama, Merkel, Hollande y Cameron, cada uno con sus intereses y siempre sometidos a la histérica presión de la diplomacia española. Y segunda, de cómo se presente el tema a la opinión pública europea y de qué partido tome la mayoría frente a la cuestión.

Cualquier escenario es posible. Primero. Que Polonia, Israel e Islandia nos reconozcan y se produzca una serie rápida de reconocimientos internacionales. Segundo. O que no nos reconozca nadie, que Obama y Merkel nos toquen las narices y tengamos que volver a España con el rabo entre las piernas. O tercero, y quién sabe si el más factible, que se ponga en marcha un proceso de federalización real de España, solución preconizada por el Financial Times y el mundo anglosajón. Se trataría, en suma, de que la UE fuera el árbitro de las relaciones Cataluña-España, para evitar las cafradas los últimos 30 años, cuando las negociaciones con los vecinos parecían un partido Barça-Madrid arbitrado por Tomás Roncero.

Lo que sí puedo asegurar es que no habrá apocalipsis, ni ruptura, ni corralito ni nada parecido. Cataluña tiene un PIB superior a Grecia, y Bruselas no tolerará maniobras ridículas de Madrid contra Cataluña, que al fin y al cabo no harían sino perjudicar al conjunto de la unión. En Bruselas saben que dejar a Cataluña “vagar por los espacios interestelares”, que decía Margallo, sería como tirarse un tiro en el pie. Los europeos son gente pragmática, que nunca se dispara al pie. Al contrario de los españoles, como se ha podido apreciar en determinados miembros de la familia real.

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