El 25 de mayo, por la UE y por Cataluña

En términos europeos, los primeros años de este siglo serán recordados como los del intento fallido del Tratado Constitucional (2004-2005) y los de la orientación alemana de las políticas económicas en un contexto de crisis (desde 2008). El relato dominante, se dirá, partía de la falsa premisa de que sólo había una política económica posible: la reducción de la deuda y del déficit a partir de la disminución de gasto en los servicios públicos a los ciudadanos. El centroderecha dominaba en Europa, a pesar de su deficiente gestión de la crisis. La socialdemocracia seguía desconcertada y en retirada, mientras los sectores financieros seguían acumulando beneficios.

También se podrá decir que en este contexto nada ideal, la Unión Europea (UE) seguía sin superar el estadio de organización política adolescente. Una organización que no parece saber ni qué quiere ser, ni a dónde quiere ir. Una organización insegura, de estilo retórico y práctica dirigida desde lógicas y liderazgos situados más allá de sus instituciones. Hace mucho tiempo, desde la época Jacques Delors, que la UE está huérfana de liderazgo. El déficit de líderes europeístas parece crónico. Los verdaderos dirigentes de Europa no son los dirigentes de la UE. Lo son los dirigentes de algunos estados europeos, básicamente Alemania. Y no son líderes europeístas. La UE también está huérfana de proyecto político. Además, los elementos del imaginario colectivo percibidos por los ciudadanos siguen siendo estatales o regionales. La lógica europea no predomina en los partidos, sindicatos, organizaciones empresariales, fiscalidad o en los símbolos políticos. Tampoco en los presupuestos. Y mientras esto sea así, la UE nunca será vivida por el ciudadano medio como una realidad central de su vida política.

Los mercados se han globalizado, la política europea no lo ha hecho. La UE no tiene respuesta a las preguntas sobre cómo piensa fomentar el crecimiento, garantizar el bienestar, combatir el paro, disminuir las desigualdades o convertirse en un actor político global decisivo. Las prácticas intergubernamentales siguen predominando sobre las de integración. El riesgo es que, en último término, la UE esté significando un fracaso de la Política en mayúsculas.

Sin embargo, Europa es el marco político de futuro (también para Cataluña). Las próximas elecciones al Parlamento Europeo (PE) del 25 de mayo harán aumentar la retórica europeísta de los partidos que se presentan en los 28 estados miembros. Nada augura, sin embargo, que, a pesar de los cambios institucionales introducidos en el Tratado de Lisboa (2007) -el presidente de la Comisión debe corresponderse con los resultados electorales-, la participación electoral deba ser significativamente más alta que en elecciones anteriores. De hecho, la participación ha ido disminuyendo desde que se introdujo el sufragio directo para elegir a los miembros del PE (1979). Y es probable que muchos ciudadanos perciban las instituciones europeas como responsables parciales de haber hecho pagar la crisis a las clases medias y populares. Los sondeos vaticinan una fragmentación política -con menos peso conjunto de los dos grupos dominantes (popular y socialista), que parece que tienden a equilibrarse-, un ascenso de fuerzas euroescépticas, incluidos los populismos de extrema derecha, y un descenso del ecologismo y los liberales. Sin embargo, no parece que, en términos generales, las cosas vayan a cambiar mucho en el funcionamiento del PE.

Desde la perspectiva del proceso político de Cataluña, idealmente, en las elecciones europeas, lo más adecuado habría sido establecer una lista conjunta de todos los partidos que apoyan la consulta, abierta a independientes y candidatos críticos del PSC. La defensa de una inequívoca apuesta por una verdadera integración europea y por la defensa del proceso democrático de Cataluña habría comportado una señal clara de europeísmo y transversalidad hacia los actores europeos (aunque el número de diputados previsiblemente no habría sido muy diferente que si los partidos se presentan por separado). Sin embargo, también resultan comprensibles las reticencias de algunos partidos en una lista conjunta, ya que difieren en algunas cuestiones clave, aunque más de política socioeconómica que europea. La segunda mejor opción es la inclusión en los respectivos programas electorales de unos puntos comunes en favor de la consulta y de la intervención mediadora de las instituciones europeas en un proceso estrictamente democrático que está bloqueado.

En Cataluña, europeísmo y catalanismo siempre han ido juntos. Son dos vectores que previsiblemente se encontrarán dentro de poco tiempo. Se entienden las prisas que hay en algunos sectores favorables al proceso, pero lo más importante es avanzar de una manera sólida, sin cometer ningún gran error, con un liderazgo claro, con unidad de los partidos y organizaciones civiles, e incidiendo en el carácter democrático del proceso y en su internacionalización. El Estado español esgrime un argumento muy pobre, prácticamente reducido a la constitucionalidad y a un discurso del miedo que resulta simplemente ridículo. Cataluña nunca había avanzado hacia su emancipación colectiva como ha hecho en los últimos años. La prioridad básica es lograr el objetivo, los ritmos y la vía deben ser instrumento del objetivo, no al revés. Creo que las cosas se están haciendo razonablemente bien. Estas elecciones europeas no serán decisivas, pero resultan una oportunidad para reforzar el país y dar un paso más hacia su libertad colectiva.

ARA