Las fechas están cargadas de sentido, tienen la semántica que la usanza y la rutina les ha puesto. Las fechas —felices o infelices— nacieron, siguieron y están ahí para proclamar valores, legitimar patrimonios, certificar lealtades, conmemorar actitudes. Y así sabemos qué significa pasear en el primer día de mayo, o en el octavo de marzo, e identificamos a quien lo hace con unos valores. Y ocurre lo mismo en un 11 de septiembre —fecha abrumada de sentidos y geografías—. O un 20 de mayo en Montevideo, con el silencio de millares de personas recorriendo la ciudad tras una pancarta que recuerda, año tras año: “En mi patria no hay justicia, ¿Quiénes son los responsables?”. O el 28 de octubre de cada año en Predappio, cuando sus calles se cubren de miles de fascistas actualizados que conmemoran la marcha sobre Roma de 1922, se dirigen ruidosamente al cementerio de San Cassiano y, ante la tumba de Il Duce, se apiñan para cantar y decir, urbi et orbi [somos, y estamos]. Quien escoge una fecha escoge una herencia.
El legado del 12 de octubre es transparente, impecable. Nació como Fiesta de la Raza (española), corría 1913. Maeztu hizo luego su aporte en plena República, y denominó Hispanidad a ambas, (a la fiesta y a la raza). Así, la República comenzó a festejar España (que no al régimen republicano, porque eso se hacía en abril, el 14). Entretanto, el comandante psiquiatra Antonio Vallejo Nájera —el de la inferioridad mental de la mujer y del disidente— precisaba el significado de hispanidad advirtiendo que el auge de la democracia equivalía a la decadencia de la raza, por lo que debía practicarse una eugenesia, una protección de la hispanidad: perseguir, transformar o matar a quienes pusieran en peligro lo hispano, esto es los demócratas de todas las clases (Divagaciones intrascendentes. Salamanca, 1938). No estaba loco ni era marginal, fue el tipo con más influencia en el análisis aplicado de las conductas hasta 1960. Para entonces, Isidro Gomá (el cardenal de la Cruzada) había fusionado hispanidad con cristiandad y había hecho su aporte mariano al nombrar reina de la Hispanidad, de las Españas, a Santa María de Guadalupe de Extremadura. El caudillo y su iglesia incrementaron el acervo de la Fiesta nacional con misas de campaña y desfiles de un ejército desleal a la democracia pero fiel a la nación. Todo eso es el acervo custodiado por el 12-O.
En nuestro entorno geopolítico las fiestas nacionales celebran la construcción del Estado liberal. España no; nuestros políticos, antes y hoy, han establecido que celebran España en esencia. Resulta llamativo que el gobierno socialista echase a perder la ocasión de trasladar la fiesta nacional a otro evento, lejos de ese 12 integrista, imperial y racial, orgullo de conquistador y su conquista. Podían haber llevado la fiesta nacional al día de la Constitución, o celebrar el texto de Cádiz los 19 de marzo de cada año, cualquier cosa. Pero no. La Ley 18/1987 de 7 de octubre, consolidó la Fiesta en la fecha racial del 12-O.
Desde entonces, la Fiesta nacional ha sido administrativa: la Administración desfila con fusiles, tanques y aeroplanos. La Administración levanta banderas. Los Administradores se alientan y palmean la espalda en actos clánicos celebrados en escenarios solemnes. Aunque todo hay que decirlo, hace tiempo que los “500 millones” —esa apelación demográfica que llena de orgullo a nuestras reales academias y diputados de la Carrera de San Jerónimo— han lanzado la hispanidad del 12 al vertedero. Hace años que nadie lo celebra ya en ultramar. Aquí, en casa, han conmemorado el 12 los que con todo derecho se reconocen en su legado, el Partido Popular y Ciutadans, que vienen a ser nuestros queridos orangistas, cuya provocadora marcha por los barrios católicos de Belfast se celebra también un 12, aunque de julio, gente tremendamente liberal que solo se dedica a entorpecer y destruir; por lo demás, están encantados con el sistema representativo, siempre y cuando no se confunda con democracia.
A los nuestros les irrita que la opinión pública les asocie con lo que coloquialmente llamamos fachas. Cualquiera sabe que no son como los de la camisa azul, pero apelan y comparten patrimonio, por lo que quienes conmemoran el 12 —aunque sea en calles, barrios o ciudades distintas— no deberían lamentarse por esos vínculos que establece el sentido común popular (que no es más que la razón instruida por la experiencia). Al fin y al cabo, el perpetuo hostigamiento de los populares a la cultura democrática de este país, el matonismo verbal de los portavoces de Ciutadans hacen plausible la ecuación histórica de que el PP es a la CEDA, lo que Ciutadans a Falange. Y lo cierto es que ni uno ni otro lo son, Pero quien invierte en un patrimonio debe asumir la consecuencia que conlleva su inversión. Ya saben, es lo de las aguas y los lodos.
Ricard Vinyes es historiador. Autor del libro Asalto a la memoria. Impunidades y reconciliaciones, símbolos y éticas. (Los libros del lince).
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