Ejército y Navarra

El pasado 12 de octubre, el ministro de Defensa José Bono se mostraba eufórico ante el tradicional desfile de las Fuerzas Armadas: “Por la Castellana desfilará hoy toda España, menos los etarras y sus cómplices, que sólo deben desfilar hacia la cárcel” declaró a la prensa. Era, claro está, una exageración, pero venía a significar que para el Gobierno socialista, como para el PP, el Ejército seguía teniendo el papel de “columna vertebral de España” que le había asignado el franquismo.

Este mes de agosto, la prensa daba una noticia que ponía en entredicho las palabras del ministro: De los 26.042 aspirantes a entrar en el Ejército español en el año 2005, sólo 306 eran vascos, el 1,17% del total, cuando su peso demográfico es seis veces mayor. El caso de Navarra es todavía más escandaloso, pues sólo se presentaron 40 de los 354 que le correspondían, es decir, nueve veces menos. Navarra era también la que menos militares profesionales tenía: 127 en total, esto es, cuatro gatos. Navarra, Comunidad Autónoma Vasca y Cataluña, por ese orden, encabezaban las autonomías con menos interés en desfilar, junto con Bono, por la Castellana.

Más aún: si se analizan las solicitudes una a una, habría mucho que dudar de su navarridad. Originarios de otras provincias, lumpen urbano e hijos del funcionariado español ocupan buena parte de las plazas. Téngase en cuenta que, oficialmente, 4000 militares españoles tienen su base en Euskalherria, sin contar las comandancias de Marina, cuarteles de la Guardia Civil, la Policía Nacional y otros cuerpos. Y de sobra es conocida la endogamia castrense. De tantos padres cornetines salen los hijos tatararines que aumentan el cupo de “navarros” y “vascos” en el Ejército Español.

Digámoslo claro: nadie de este país, ni siquiera la derecha más españolista, quiere a sus hijos en el Ejército ni instituciones similares. A la columna vertebral de España le faltan, al menos, las cuatro vértebras vascas. Y como obras son amores, malamente puede nadie blasonar de la españolidad de un territorio que muestra un interés nulo, incluso hostil, hacia el garante constitucional de la unidad de la Patria.

Y no hay nada que dore la píldora de esta realidad. A quienes aleguen que es el nivel económico y el individualismo vasco el causante de esa falta de “solidaridad” con la comunidad española, habrá que recordarles que estas mismas provincias son vanguardia europea en todo tipo de solidaridades, donaciones de sangre y órganos, misioneros laicos y religiosos, y voluntariados de toda índole. Y que en incluso en épocas de más penuria, en estas tierras se prefirió la incierta emigración a América al seguro rancho cuartelero.

Siempre fue igual. Hace sólo una docena de años el País Vasco estaba a la cabeza de Europa con la mitad de sus jóvenes declarados objetores e insumisos. En Navarra llegaba al 56% mientras que la media española estaba en el 19,8%. Navarra llegó a soportar el 50% de los juicios por insumisión celebrados en todo el Estado. Y si nos asomamos al otero de la Historia, veremos un territorio agarrado a sus Fueros, exento de quintas y levas, con grandes levantamientos contra su imposición. Escucharemos a las Cortes, a la Diputación del Reino y a los ayuntamientos levantar continuamente su voz intentando convencer a Madrid “sobre la natural repugnancia de los naturales al servicio de las armas”.

No repetiré aquí lo que ya conté en !Abajo las quintas!, libro que, visto el éxito de la última retreta, sigue en plena vigencia. Simplemente quiero constatar que tras las bambalinas de los discursos oficiales e incluso de los resultados electorales, los comportamientos sociales de los navarros, a la hora de la verdad, distan mucho de esa españolidad que nos quieren endilgar.

Bono tiene razón: el próximo 12 de octubre, por la Castellana, desfilará todo España. Navarra y sus hermanas se quedarán en su casa.