George Orwell y Aldous Huxley se abastecían del nazismo, del fascismo, del estalinismo y del inicio del capitalismo de corporaciones todopoderosas y consumo masivo para alimentar su fecunda imaginación cuando escribieron 1984 y Mundo feliz, las dos novelas de distopía más famosas del siglo XX.
A principios del siglo XXI, hay material de sobra también para imaginar un futuro distópico: el colapso del consenso político de la democracia liberal y el auge de la ultraderecha o al menos de políticos que juegan con la retórica ultraconservadora, cuasi fascista como Donald Trump o Marine Le Pen. La post verdad y las falsas noticias circuladas en omnipotentes redes sociales gestionadas desde las sedes de mega corporaciones en Silicon Valley. (El eslogan Comunidad, identidad y estabilidad de Mundo feliz, como advierte el escritor británico John Lanchester aquí,, recuerda bastante el de Facebook, mientras que los “two minutes of hate ( dos minutos de odio) en los que las masas de 1984 despotrican contra los enemigos de la sociedad, no pueden sino evocar los comentarios furibundos que circulan por las redes) .
La vigilancia permanente, el espionaje por redes sociales y la desaparición de la esfera privada y la intimidad no resultarían inverosímiles para Huxley y Orwell. Los avances científicos de la genética -que recuerdan bastante la eugenesia en Mundo feliz– y la robótica que la ciencia-ficción de aquellos años solo podía imaginarse. Y el más distópico de todo: el trasfondo amenazante del cambio climático.
Las distopías dan muchísimo de sí en el mundo del entretenimiento en estos momentos. Lo he comprobado en diversos países últimamente. Desde los absurdos documentales bolsonaristas sobre el peligro del comunismo y el “marxismo cultural” producidos por Brasil Paralelo, cuyo nombre corresponde a la película apocalíptica Interestelar de Christopher Nolan admirada por sus fundadores de la ultraderecha brasileña. Hasta las numerosas series distópicas en Netflix como el inquietante Dark mirror de Charlie Brooker o la adaptación a la mini pantalla de The Handmaidens daughter (el cuento de la criada) de Margaret Atwood, sobre un futuro en el que una sub clase de mujeres esclavas atiende a las necesidades de la patriarquía. Tal es la atracción fatal de la distopía que se ha convertido en un género con guias sobre las mejores películas y teleseries imprescindibles para ver los horrores que se avecinan.
Tal vez no es de extrañar que Lanchester se fijara durante un vuelo este año en que “tres diferentes pasajeros todos de tierna edad leían 1984 en tres idiomas diferentes. ¡No está mal para un libro que tiene 70 años!”.
El Reino Unido del Brexit es el país en el que tal vez el presentimiento de desastre inminente está generando las mejores distopías en la cultura popular. El mismo Lanchester ha escrito una novela de humor negrísimo titulada The Wall, ambientado en un momento futurista en el cual se ha construido una enorme muralla alrededor de las islas británicas. En tiempos de migración masiva y cambio climático (por supuesto los dos estrechamente relacionadas entre sí) la muralla mata a dos pájaros de un tiro. Sirve para prevenir inundaciones en tiempos de derretimiento de las capas polares, y de catastróficas subidas del nivel del mar. Pero sirve también para impedir la entrada de millones de refugiados huyendo de la pobreza, la violencia y precisamente de las sequías, inundaciones, huracanes y otros eventos extremos meteorológicos relacionados con el cambio climático. “No es el futuro pero es un futuro”, dice Lanchester.
Ahora llega a las mini pantallas británicas, la nueva serie de la BBC Years and years (años y años) de Russell T Davies, que se emite en España por HBO. Es una sátira de humor negro que retrata la sociedad del año 2028 en la que todas las tendencias más preocupantes y grotescas del 2019 se han acelerado de forma vertiginosa. Hay gobiernos visceralmente antiinmigrante en toda Europa. La primera ministra británica -interpretada por Emma Thompson- ha creado una red de campos de concentración para los inmigrantes, conocidos como unidades Erstwhile. “Deberíamos estar orgullosos de ser el país que inventó el campo de concentración” anuncia en referencia a la supresión de la revolución de los bóer en la guerra en Suráfrica en 1899-1902. “Antes me aburría la política”, comenta uno de los protagonistas de la serie. “¡Cuanto echo de menos aquellos tiempos!”, se lamenta.
Asi mismo en Londres los barrios pobres ya están valladas para que sus residentes no puedan salir. La tecnología de la salud ha avanzado tanto que una abuela de setenta y tantos años que se vuelve ciega puede recuperar la vista al 100% gracias a un milagroso tratamiento de tecnología punta. Solo que hay una lista de espera de 10 años a no ser que puedas pagar 10.000 libras.
Al otro lado del canal de la Mancha las cosas pintan aún peor. En Madrid se ha producido una revolución encabezada por una supuesta izquierda radical nacionalista Nueva esperanza que ha decidido expulsar a todos los refugiados. “Pero la izquierda es favorable a los inmigrantes, ¿no?”, pregunta uno de los protagonistas británicos a su novio ucraniano, los dos hacinados en un apartamento en Madrid con 17 otros inmigrantes . “La derecha extrema y la izquierda extrema se juntan en el centro” , responde enigmáticamente su novio. (Esto habría que decir es una producción distópica que podría ser del laboratorio de Tony Blair o Madeleine Albright en la que la amenaza del fascismo se utiliza para dar palos a la izquierda anti neoliberal)
Lo mejor de Years and Years son los telediarios que suelen empezar con el parte meteorológico convertido en noticia catastrófica. “Ya llevamos 40 días de lluvia” se anuncia. (Muy verosímil tras seis días de llovizna constante en Liverpool esta semana). “Ahora son 60 días de lluvia” se anuncia en otro telediario mientras los titulares de la parte inferior de la pantalla denuncia la última noticia de España: “Catalunya declara la independencia. Estados Unidos exige a España que pida perdón. La Familia Real huye a Mónaco. La peseta, reintroducida”.
Aunque The Wall y Years and years son muy recomendables, hay bastantes motivos para sentir inquietud ante el éxito taquillero de las distopías. Primero porque el catastrofismo es el mejor amigo del fascismo. Segundo, porque, cuantas más películas, teleseries, novelas bestseller, documentales en redes sociales que se producen sobre el futuro apocalíptico, más vamos convirtiéndolo inconscientemente en un desenlace inevitable.
Es lo que ocurre con el Brexit. Cuanto más se advierte sobre el peligro del Brexit sin acuerdo, el no deal, más la gente pierde la capacidad de preocuparse. Por supuesto este peligro es mucho más grave cuando se trate de dar por hecho que el planeta está condenado a la catástrofe debido al cambio climático y que ya es tarde para actuar.
Una cultura más sana que la nuestra estaría haciendo teleseries sobre un nuevo mundo basado en sistemas locales de producción de alimentos, energías renovables, transporte público, ciudades sostenibles, la redistribución de la renta. Intentaría convertir una utopía tan revolucionaria como News from Nowhere de William Morris o Utopía de Thomas More en materia de audiencia de prime time. Lo hizo muy bien Ursula Leguin en The dispossessed. Pero, en este momento de capitalismo tardío, la atracción fatal de la distopía resulta más rentable.
LA VANGUARDIA