La evolución biológica es una de las teorías más bellas propuestas por la ciencia. Han pasado más de 160 años desde su formulación por Charles Darwin y Alfred Rusell Wallace y las evidencias obtenidas por la paleontología, la genética y la embriología no han hecho sino apoyar con infinidad de datos lo que hoy día es el paradigma de la biología moderna. Pero, así como la mayoría de los humanos aceptamos de buen grado los avances tecnológicos que nos facilitan la vida, las hipótesis científicas que no suponen un beneficio inmediato y palpable interesan menos y suelen quedar relegadas al disfrute de minorías. Ni que decir tiene que si la hipótesis choca frontalmente con las creencias religiosas oficiales, su aceptación social puede llevar decenas, si no centenares de años.
La corriente de pensamiento denominada diseño inteligente nació en el ámbito de las creencias religiosas, como una forma más sofisticada de presentar el creacionismo e impregnada de pretensiones científicas. Las raíces de las ideas del diseño inteligente pueden encontrarse ya en el siglo XIX, en paralelo al desarrollo de la teoría de la evolución, si bien su implantación definitiva se ha producido en los años 1990 con la publicación del libro Proceso a Darwin, de Phillip E. Johnson.
No puedo olvidar la pregunta que me hizo mi hija mayor, Elena, cuando tan sólo contaba tres años: papá, ¿cómo es Dios? Me quedé perplejo; no tenía una respuesta. No recuerdo cómo salí del envite y continuamos caminando hacia el parque para jugar, que es lo que le tocaba a su edad. Unos años más tarde encontré la respuesta precisamente en el diseño inteligente: el Hombre creó a Dios a su imagen y semejanza. En efecto, desde que tenemos una constancia histórica la mayoría de los dioses tienen un aspecto humano o muy humano. ¿Qué otra cosa podíamos hacer sino basarnos en nuestro conocimiento de la realidad? Y el mejor modelo para ese diseño éramos nosotros mismos.
El concepto de Dios nació de la consciencia de nuestras propias limitaciones, quizá hace miles de años y muy probablemente en varias especies de homínidos, incluidos los neandertales. El concepto se fue desarrollando y aparecieron las primeras religiones. Algunas mentes privilegiadas habrían sido capaces de abstraer un concepto tan complejo; sin embargo, para la mayoría la identificación de los dioses sólo se podía realizar sumando el mundo real conocido (seres inanimados, animales y humanos) y la imaginación. Esta última fue capaz de conferir poderes sobrenaturales a los dioses. Con el paso del tiempo, las religiones han añadido una buena dosis de inteligencia al diseño, al punto de convertirse en una gran fuente de riqueza y de puestos de trabajo. Qué más queremos.