Uno de los principios de nuestro relato de nación, como país, es la existencia de una situación colonial; un conflicto nacional abierto entre este pueblo navarro y los Estados que nos ‘mangonean’ (dividen, someten, gobiernan…). Entre las expresiones de esta realidad se muestra la evidencia de una voluntad de dominio que se ha venido manifestando durante siglos de distintas formas, según épocas y circunstancias.
La irrupción de una crisis sanitaria global como la pandemia del coronavirus no podía escapar a esta maldición. Y si alguien albergaba la incertidumbre, o se había creído el cuento de que eran paranoias de ‘nacionalistas exacerbados’, la respuesta del Estado español despeja cualquier duda al respecto. Ante crisis sanitaria, reacción patriótica. Política. Autoridad. Recentralización. Todos los poderes en manos del gobierno estatal. Discurso nacionalista, ultra, español: no hay territorios; solo UNO (faltaba lo de grande y libre), España. Así, se disuelven las competencias administrativas, en esa nebulosa antivírica, pero se cierran las fronteras, que eso no marca espacio, ni país, ni barreras. Dicho de otro modo, que a nosotros nos une Madrid, pero no Hendaia, ni Maule, ni Aierra.
Hace pocos días un escritor señalaba cómo en estos tiempos de la globalización habíamos enterrado demasiado pronto el Estado-nación. Nos lo creímos, y ahí andábamos como Diógenes con farol en busca de un nuevo modelo. Pero el Estado-nación reaparece como marco referencial, en parte de la ciudadanía, y sobre todo del poder y la gobernación. “A la hora de la verdad, con la aparición de una amenaza directa a la salud de cada cuerpo, el Estado nación ha emergido como el lugar natural para organizar la respuesta al virus, encuadrar la ciudadanía y generar las dinámicas de miedo y confianza necesarias para que todos sean buenos chicos y acomoden su comportamiento a las órdenes y consignas” (Josep Ramoneda. El retorno del Estado nación). No nos engañemos; en tiempos del cólera, con España, Santiago y cierra la frontera.