Dien Bien Phu: apoteosis patriótica vietnamita en directo

La batalla de Dien Bien Phu duró 55 días y 55 noches, del 13 de marzo al 7 de mayo de 1954. Fue la última de la guerra de Indochina. El Viet Minh, dirigido por el general Võ Nguyên Giáp, venció al Cuerpo Expedicionario Francés en el Extremo Oriente, dirigido por el general Henri Navarre. Ho Chi Minh creyó consolidada la independencia que había proclamado en 1945, pero los acuerdos de Ginebra establecieron la división del país en Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, por el paralelo 17. Pronto EEUU tomaría el relevo de los franceses en una guerra que se prolongaría hasta 1975, cuando también fueron derrotados por el general Giáp y el Viet Cong.

Giáp, la mano derecha de Ho Chi Minh, era un profesor de historia que dirigía un ejército de campesinos. Algunos miembros de su familia habían muerto asesinados por los colonialistas franceses. Giáp aprendió técnica militar leyendo, en el francés que había aprendido en la escuela colonial, los libros de los grandes teóricos de la guerra, algunos de ellos franceses. Aunque contó con el apoyo de la Unión Soviética y China, también ganó por su inteligencia y dotes de estrategia, y sorprendió a un ejército colonial que se creía superior y cometió descomunales errores militares. El Viet Minh, con la ayuda y colaboración de cientos de miles de civiles voluntarios, sufrió muchas más bajas que los franceses. Según fuentes diversas, la cifra aproximada de muertes fue de unos 10.000 vietnamitas y 3.000 franceses, muchos de los cuales, conviene precisarlo, de francés solo tenían su uniforme: eran senegaleses, marroquíes o vietnamitas.

La victoria de Dien Bien Phu es un hecho histórico sin precedentes. Era la primera vez que el ejército popular de una colonia asiática derrotaba, con tácticas convencionales, a un ejército moderno europeo muy bien entrenado, encabezado por militares de carrera, y en gran parte con el apoyo de EEUU. El ejemplo de Vietnam se extendió y durante las dos décadas siguientes muchos países coloniales también se liberaron.

Los meses de abril y mayo en Vietnam, sobre todo en Dien Bien Phu, se vive una gran celebración de orgullo patriótico marxista. Estar allí ha sido una experiencia histórica única. Es como sumergirse en un baño de orgullo nacional y militar vietnamita. Se han realizado exposiciones de arte y fotografía, mítines de veteranos, homenajes a los caídos, majestuosos desfiles militares por tierra, mar y aire. Y concursos nacionales de comunicación, en los que han competido equipos de jóvenes de todas las provincias, para “recordar al mundo el gran significado de la victoria de Dien Bien Phu y promocionar la determinación, valentía e inteligencia del pueblo vietnamita, cualidades que ‘han hecho superar las adversidades hasta conseguir la independencia, la libertad y la reunificación’. Todo ello parecía una mezcla de demostración sindical franquista y delirio populista-estalinista.

Cuatro días de intenso patriotismo en Dien Bien Phu

El epicentro de todos los actos y celebraciones, evidentemente, ha sido Dien Bien Phu, un valle cerca de Laos, a cuatrocientos kilómetros de Hanoi. Allí, entre los escombros de los bunkers, trincheras y campos de batalla, conservadas como reliquias religiosas, en estos setenta años ha ido creciendo una ciudad extraña, tranquila y misteriosa, a ratos inquietante, sobre todo en las horas de más calor o a medianoche, la hora de los fantasmas. Es como si las grandes avenidas rectilíneas, no pudieran contener el recuerdo del infierno que se esconde bajo tierra. Hay momentos en que es como aquellas ciudades del oeste estadounidense en las que, apoyados en las esquinas, los cowboys tocan la armónica con los ojos muy abiertos, presagiando la inminencia de una terrible tragedia.

En abril, la capacidad hotelera de la ciudad estaba desbordada. Lo que al principio achaqué a malas conexiones de internet en una zona rural, resultó ser mentira. Había una multitud de gente. En el aeropuerto, los aviones llevaban a gente de todos los rincones del país, en un ambiente entre festivo y solemne. También llegaban en autobuses y furgonetas, con banderas comunistas y de Vietnam. Y carteles de Ho Chi Minh y el general Giáp. Cada grupo llevaba su uniforme de la sección del partido o entidad que representaba. Había secciones sindicales diversas, escandalosos grupos de jóvenes con la camiseta roja y la estrella amarilla, entidades deportivas y, por doquier, grandes procesiones de militares verde oscuro, solos o con sus familias. Algunos llevaban gorro, otros, un salacot.

Encontrar una habitación decente no era fácil. Después de algunos intentos fracasados, un taxista me dejó en una pensión familiar justa, pero muy céntrica. Cada mañana me despertaba el gallo del patio trasero. Bastante más agradable que cuando te despierta, a las seis de la mañana, como me ha pasado en muchos sitios, la locutora del Partido Comunista anunciando por los altavoces que cuelgan de los árboles (‘altoparlantes’, que ddecía Fidel Castro) lo que imaginaba que eran actos obligados propios del santoral comunista, relatos de epopeyas heroicas, o nuevas normas a cumplir durante el día que comenzaba.

La índole de Dien Bien Phu es muy peculiar, los indicios son siempre presentes y asombrosos. El gallo del patio de la pensión, no terminaba nunca el quiquiriqui, se engallaba de manera cómica y se quedaba en un triste quiquiri… que se iba desinflando agónicamente. La primera tienda grande que encontré era especializada en la combinación de dos productos que, salvo en los filmes del oeste, yo nunca había asociado íntimamente: grandes ventiladores e inmensas cajas fuertes, que se exhibían en medio de la calle como una instalación de arte del absurdo.

En la calle colgaban neones que anunciaban karaokes y guirnaldas de luminaria de estilo navideño con la estrella amarilla sobre fondo rojo, la hoz y el martillo o la cara del tío Ho. Los primeros contactos con el gremio de hostelería fueron deprimentes. Qué manía tienen los vietnamitas de hacer establecimientos de cafés, helados y zumos, en los que si pides una cerveza te miran con cara de jeroglífico. Quizá sea algún negocio corrupto de los cabecillas del partido.

En un restaurante, cuando pedí por el “Menú”, el ama que estaba cómodamente sentada en el patio, se levantó perezosa, me guió hasta un depósito de cemento, levantó la tapa y, señalando en el interior, me repitió orgullosa en voz alta: “¡Menú!” Dentro de las aguas turbias, nadaban muy lentamente unas carpas gigantes.

El primer bar en el que pude tomar una cerveza fresca de presión, exhibía en la puerta una barbacoa gigante en la que asaban un perro entero. Con cola y todo. El infierno de los animalistas europeos. Pero, afortunadamente, en la carta también había vegetales, arroz, sopa, gambas y los clásicos y esperpénticos pies de gallina a la brasa.

Hacia las seis de la tarde y hasta muy tarde, el bar estaba todos los días lleno hasta los topes. El reclamo del perro asándose a la entrada funcionaba. El personal y los clientes, muchos de los cuales eran militares que habían dejado el uniforme y las medallas en el hostal, vivían la alegría pegadiza del patriotismo vietnamita desbordante de las jornadas, siempre amenizado por las cervezas, la música y el vino de arroz local.

Los más ágiles, que solían ser los más sobrios, subían de vez en cuando a los árboles del patio para arrancar unas hojas verdes y tiernas que utilizaban para envolver la comida y meterla en la boca. Los vietnamitas son grandes sabedores de las virtudes medicinales y gastronómicas de todos los vegetales que se puedan imaginar, cosechar e ingerir. Bajo tierra, en el suelo o en las alturas. Los mercados son un mosaico maravilloso de especias, variedades y colores nunca vistos.

Por las calles te cruzabas con militares de todas las edades, hombres y mujeres, con los uniformes de fiesta, impecables, y los zapatos siempre muy bien lustrados. A punto de pasar revista. Había un festival de galones, estrellas y condecoraciones que deslumbraba. El orgullo, la satisfacción, o la emoción, por la victoria de Dien Bien Phu sobre los franceses era palpable en las sonrisas y en el apego compulsivo por las fotografías. Se tomaban fotografías de grupo frenéticamente por todas las calles, monumentos y esquinas.

De vez en cuando, el viento te traía estrofas de himnos patrióticos. Más de un militar sonriente se acercó muy amable para preguntarme en francés si era francés. La curiosidad por mi presencia era lógica, dado que en muchos sitios era el único blanco. Casi nunca me encontré con otro por la calle. Y menos un francés, claro. Dado que detrás de la sonrisa del militar oriental hay a menudo un abismo insondable, opté por responder un no diligente, siempre en inglés y con ademán estupefacto.

El Museo de la Histórica Victoria de Dien Bien Phu

Situado frente al Cementerio Nacional de los Mártires, el Museo de la Victoria Histórica es, sin duda, el corazón de la ciudad y, estos días, el de la patria. Es un edificio moderno, con aspecto de pabellón deportivo, si no fuera porque tiene la forma del casco que llevaban los soldados del Viet Minh. Los enfervorizados visitantes venidos de todo el país bajan uniformados de los autocares y se acumulan ordenadamente en las entradas del edificio, dispuestos a disfrutar del día de fiesta y fervor patriótico.

El edificio es enorme, amplio y circular. En la primera planta hay una gran exposición exhaustiva de fotografías, armas, bombas, objetos personales, documentos, mapas, dibujos y paneles explicativos de todos los detalles imaginables de los cincuenta y cinco días y cincuenta y cinco noches de batalla. Es una muestra muy interesante e informativa, si no fuera por el lógico e inevitable tono épico de algunas de las narraciones escritas, y una afección de parque temático de crear cuadros escénicos con estatuas de cartón piedra a escala humana en acción, descansando, muriendo- reunidas o dispuestas a entrar en acción.

En el segundo piso, está el plato fuerte. El éxtasis colectivo. Unos vigilantes limitan el número de personas que pueden acceder a ellos cada veinte minutos. Tienes que subir descalzo, como en los templos. Cuando llegas arriba te encuentras en una inmensa cúpula circular de 42 metros que contiene, dispuesta en 360 grados, la pintura panorámica al óleo más grande del sudeste asiático y una de las más grandes del mundo, como les gusta repetir. Mide 132 metros de largo y 20,5 de alto.

Es la descripción más detallada y realista de una batalla que he visto jamás. La forma de cúpula circular, amenizada con músicas e himnos militares, impresiona. Cuando caminas contemplando las diferentes escenas es como si te hubieras perdido en los cómics de Hazañas Bélicas. Contiene 4.500 figuras de soldados y campesinos, dispuestas en todo tipo de paisajes bombardados, trincheras, caminos de montaña salvajes, arroyos, alambres, bunkers, todo ello rodeado de fuego, humo, heridos, prisioneros y cadáveres, amenizado con himnos y cantos corales de exaltación.

Esta gran obra se inauguró en 2022. En diseñarla y crearla trabajaron durante nueve años casi doscientos pintores, arquitectos, músicos y técnicos para representar las batallas y los episodios más duros de la victoria de Dien Bien Phu. Es una combinación inmensa de gran ‘belenismo’ bélico, instalación artística y música. La obra consta de cuatro segmentos que plasman la narración de la historia: “Todo el pueblo en la batalla”, “El majestuoso preludio”, “El enfrentamiento histórico” y “La victoria”.

Los lugares de memoria del valle

Es muy ilustrativo para imaginar esa gran batalla histórica, visitar los diferentes lugares de memoria que se conservan en toda la ciudad. Especialmente, los cementerios de mártires y memoriales, los grupos escultóricos que coronan algunas de las colinas donde los franceses pretendieron hacerse fuertes, pero que los vietnamitas tomaron uno por uno.

Entre estos lugares, destaca el monte A1, el escenario de la batalla más feroz entre ambos ejércitos. El destacamento francés que se atrincheraba protegía el acceso al bunker del general francés Christian Ferdinand de la Croix de Castries. Según las explicaciones, en este monte el ejército vietnamita luchó treinta y nueve días y noches con un sacrificio de dos mil soldados muertos. Hay trincheras, bunkers, carros de combate y piezas de artillería diseminadas por toda la montaña. En su punto culminante, hay un cráter inmenso que, hoy, los militares visitantes se detienen a contemplar con devoción y recogimiento. Este enorme agujero es el resultado de una explosión de una tonelada de dinamita que los vietnamitas habían conseguido introducir en las entrañas de la montaña cavando un túnel de cuarenta y siete metros en quince días.

La explosión fue brutal. Hizo tambalear toda la montaña. Dicen que murieron unos ochocientos cincuenta franceses, lo que hizo decantar la lucha hacia la victoria final del Viet Minh, la toma del búnker de mando del general de Castries, que acabó librándose el 7 de mayo de 1954.

Hoy, en el refugio de mando, lugar clave de peregrinación en estos días del setenta aniversario, los jóvenes comunistas se toman fotografías levantando la bandera de Vietnam, emulando la fotografía histórica del momento en que Viet Minh tomó esta posición de mando y proclamó la victoria.

Los descomunales errores franceses en Dien Bien Phu

Para entender qué significó el colonialismo francés en Vietnam y la “vergonzosa” derrota de Dien Bien Phu, es imprescindible, entre otras fuentes, leer ‘Una salida honorable’, de Éric Vuillard, de la que ya hablé hace unos meses aquí (1).

Releyendo el libro de Vuillard, las ‘Memorias de guerra’ del general Võ Nguyên Giáp, y otras obras que han estudiado la batalla, como los trabajos de Richard Baker, lo que ocurrió en Dien Bien Phu podría sintetizarse, a grandes rasgos, así .

Los intereses económicos de Michelin, del Banco de Indochina, de la Sociedad de los Cauchos de Indochina y de las grandes empresas coloniales francesas eran quienes decidían sobre la vida y las riquezas naturales de los vietnamitas. Para ellos, según Éric Vuillard, la vida de un vietnamita valía diez veces menos que la de un francés. El Estado francés recibía un apoyo económico y de efectivos muy importante de EE.UU., hasta el punto de que llegaron a ofrecer al Estado francés dos bombas atómicas para liquidar el asunto de Dien Bien Phu.

En 1954, Francia buscaba una “salida honorable” para acabar la guerra de Indochina. La perdía claramente y en la metrópoli ya se levantaban voces críticas. Ambos bandos habían luchado en una guerra sin tregua, amarga y cruel. Había habido muchas matanzas, venganzas y atrocidades por ambos lados.

En 1953 los franceses perdían. Los siete comandantes jefe del ejército francés en Indochina ya se habían retirado, cuando el Elíseo decidió nombrar al general Henri Navarre para ocupar una plaza que nadie quería, en mayo de 1953, uno año antes de la monumental derrota que causaría a Dien Bien Phu.

Navarre no sabía nada de Indochina. Nunca había estado allí. “No conozco el terreno”, dijo al presidente del Consejo. “Precisamente, así lo verá más claro”, le respondió éste. El Estado francés esperaba encontrar la “salida honorable” en la convención de Ginebra que tendría lugar pronto y enviaba a Vietnam un comandante con la misión de no hacer nada. Pero contra todas las expectativas, el orgullo militar se impuso y Navarre quiso intervenir. Nada menos que en el valle de Dien Bien Phu, cerca de Laos, controlado por el Viet Minh.

Ocupando el valle, Navarre pretendía cuatro cosas. Cortar la ruta a Ho Chi Minh que pasaba por allá para entrar en Laos y dirigirse hacia el sur. Hacerse suyos los campos de arroz y de opio, y privar así al Viet Minh de la comida y las armas que conseguían a cambio de la venta de opio. Dirigir ataques de ahí hacia las montañas para cortar las vías de abastecimiento. Y obligar al general Giáp a meterse en una larga batalla convencional. Como todo general, Navarre, que era bajito, quería ganar su gran batalla. No le detendría nada.

Los franceses ocuparon el valle arrojando en paracaídas carros de combate desmontados, cañones y efectivos. Se hicieron fuertes en el valle, convencidos de que el Viet Minh no tenía capacidad de instalar artillería en las altas montañas circundantes, ni de hacer llegar hasta tan arriba los suministros. Éste fue uno de los grandes errores. Tal y como dice Vuillard, los franceses se instalaron en el culo de un orinal rodeado por las montañas que pronto serían feudo del Viet Minh.

Con gran esfuerzo de muchos miles de voluntarios y campesinos, los vietnamitas subieron piezas de artillería desmontadas en las montañas y se hicieron fuertes en la altura, abriendo también difíciles rutas de montaña para garantizar los avituallamientos y municiones. Giáp pudo instalar en la altura 200 cañones antitanques de 47 milímetros. Los franceses sólo tenían 50, por ejemplo.

Cuando Giáp dio la orden de atacar, el valle entró en erupción. Los franceses nunca habrían imaginado que el Viet Minh tuviera tantas armas pesadas y una capacidad de fuego tan eficaz y destructiva. Días antes, varios oficiales de artillería habían advertido al coronel Piroth, a cargo de la defensa del valle, que necesitaban más armamento y que se podían llevar cañones de Hanoi, donde había cientos que no se usaban. Él los ignoró y alegó que los cañones del valle podían disparar en todas direcciones.

Tras los primeros ataques de los vietnamitas, el tercer día, el coronel Piroth fue de unidad en unidad, pidiendo perdón por sus errores y, finalmente, regresó a su puesto de mando, sostuvo una granada de mano contra su pecho y se suicidó. La noticia oficialmente no se comunicaría a Hanoi hasta días después para mantener la moral.

A medida que pasaban los días, heridos, bajas y hombres hechos prisioneros iban en aumento. La moral de los franceses, buena parte de los cuales eran soldados coloniales vietnamitas o del Magreb, empezaba a desfallecer. Los puestos de comando francés, hoy visitables, instalados en las pequeñas colinas del valle, fueron cayendo uno por uno.

La situación médica era un desastre. El hospital principal era pensado y construido para cuarenta y cuatro pacientes, y enseguida tuvieron ochocientos. Los heridos se agolpaban en los alrededores. Empezó la temporada de lluvia. Los cadáveres se pudrían. Muchos hombres desertaban.

La situación era límite cuando los americanos ofrecieron las dos bombas atómicas. Eisenhower dijo que sí, pero sólo si los británicos también estaban de acuerdo. No hubo acuerdo. Ni bombas atómicas. Dien Bien Phu no fue Hiroshima. El monte A1 estalló, de las entrañas, y así empezó la batalla final. De Castries tenía órdenes de no rendirse. Envió un mensaje a Giáp. Los franceses pararían de luchar a las 17:30 del 7 de mayo de 1954.

Poco después, el Viet Minh pasaba el puente de hierro de Muong Than, que habían construido los franceses. Capturó al general en su bunker y proclamó la victoria. De Castries no había abandonado ese refugio en dos meses. Vivía bajo tierra, llevaba el yelmo puesto noche y día, cenaba cada noche con candelabros y mantel de hilo, y hacía cada mañana escrupulosamente sus necesidades en el casco de su insignia. Estuvo preso durante cuatro meses, hasta que se llegó a un acuerdo de armisticio en Ginebra. El Vietnam había ganado su libertad.

(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/la-indoxina-limmens-desastre-del-colonialisme-frances/

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