Die Domspatzen

Hoy sabemos que a “los Gorriones de Ratisbona”, que tan bellamente gorjeaban los domingos, a las 12 del mediodía, en la catedral, les tocaban los huevos en aquel internado eclesial. El arzobispo de Ratisbona informó de vejaciones perpetradas por cuatro educadores durante 15 años contra cantantes del coro de las voces blancas en la época en que Georg Ratzinger, hermano del Papa, era director. Las denuncias se extienden y multiplican. Si en enero se hicieron públicos los abusos sexuales cometidos en los años 70 y 80 en el prestigioso colegio jesuita Canisius de Berlín, las semanas pasadas salieron a la luz casos que involucran a órdenes religiosas como los salesianos, los palotinos o los franciscanos en otras regiones: Frankfurt, Augusta, Hildesheim, Essen, Bonn y Baviera.

Dice el prestigioso crítico alemán de la religión, Karlheinz Deschner,  que desde san Pablo a san Agustín, de los escolásticos a los papas fachas actuales, los mandamases del catolicismo han cultivado un permanente miedo a la sexualidad, un síndrome sexual sin precedentes, una singular atmósfera de mojigatería y fariseísmo, de represión, de agresiones y complejos de culpa, han envuelto en tabúes morales y exorcismos la totalidad de la vida humana,  su alegría de sentir y existir, los mecanismos biológicos del placer y los arrebatos de la pasión, han puesto en estado de sitio a la intimidad, explotándola bien sea por afán de poder o porque ellos mismos fueron víctimas y represores de aquellos instintos, porque habiendo sido atormentados atormentan a otros. Corroídos por la envidia corrompieron en sus fieles lo más inofensivo, lo más alegre: la experiencia del placer, la vivencia del amor.

El senador republicano Roy Ashburn se ha hecho notar durante sus años en la cámara alta del Estado de California como uno de los más fervientes opositores de los derechos de los gays. Hasta este lunes pasado, cuando reconoció que era homosexual. “Soy gay”, confesó Ashburn en una emisora local de radio de California. Siempre pensé que podía separar mi vida personal de mi vida pública”, se justificó. De poco le han valido sus palabras. Más bien al contrario. Las acusaciones de hipocresía contra el senador se agolpan en los medios de comunicación. Ashburn votó en 2005 contra una ley que hubiera permitido el matrimonio homosexual en California.

La Iglesia ha pervertido y sigue pervirtiendo casi todos los valores de la vida sexual: llamando al bien mal y al mal bien, bautizando lo honesto como deshonesto, lo positivo como negativo. Impidiendo o dificultando la satisfacción de los deseos naturales y convirtiendo en deber el cumplimiento de mandatos antinaturales.

Desde que el Estado regularizó la educación sexual los obispos católicos sólo han hecho protestar con furia contra ella, han hablado de intromisión. Han sostenido que la educación sexual en la escuela había que reducirla  al mínimo, suprimirla, porque la educación sexual es un derecho y una competencia de la familia: “El niño aprende la diferencia entre los dos sexos discretamente en el seno de la familia. Si hace falta alguna explicación serán los padres quienes se la den”.

La sexualidad como tema tabú. Se quería dejar esta tarea a los padres para que no se hiciera. ¿Cuántos han recibido una educación sexual de sus padres? Desde el mundo cristiano se extendió la idea de que lo sexual era algo extremadamente sucio, pecaminoso y malo. “Comprendí desde muy pronto que todo lo de cintura para abajo tenía que ver con cochinadas. Todo lo relacionado con los genitales era caca”.

A la vista de la perversión sexual, por lo que se ve tan extendida en los internados de frailes, uno tiene derecho a preguntarse si la historia de crímenes y perversiones del catolicismo no se debe a la mutilación moral y a la educación por parte de esa Iglesia -cultivadora de abstinencias, coacciones y odio a la sexualidad- si no tiene su origen en la neurosis privada y en la vida infeliz del individuo.

Sin duda que muchas de las carnicerías del cristianismo a lo largo de la historia son consecuencia de su moral proclamada.

Publicado por Nabarralde-k argitaratua