Hoy 23 de abril, según el Calendarium Romanum es la festividad de Georgii, Adalberto, Félix… y en Euskal izendegia de Gorka, Adriana y Betisa. Asimismo, de una manera unitaria se conmemora el “Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor”. Este reconocimiento anual, universal desde 1996, se debe a una resolución en sesión plenaria de la 28 Conferencia General de la Unesco, organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, del 15 de noviembre de 1995, a iniciativa del Gremi d`Editors de Catalunya y de la Generalitat de Catalunya.
En esta celebración existen una serie de casualidades, coincidencias y oportunidades interesantes que merecen ser recordadas. La devoción al santo Georgi, en todas sus formas y expresiones lingüísticas, se remonta a principios de nuestra era. Originariamente protector de las cosechas, “georgios” significa hombre de campo; pueblos y naciones como Georgia, Grecia, Lituania, Portugal, Aragón de tiempos de su Corona, o la antigua Repubblica di Genova, tomaron al santo como su patrón.
También lo es de Catalunya, Sant Jordi, donde la conmemoración de este día, en plena primavera, explica la coincidencia de dicha fecha con una popular Fira de Roses, (feria de rosas) que desde el siglo XV se celebra en el magnífico patio gótico del palacio de la Generalitat de Catalunya. En éste país, la tradición de solemnizar el Día del Libro se inicia en 1923 en recuerdo del aniversario del fallecimiento en el mismo día, 23 de abril, y año, de Miguel de Cervantes (1547-1616) y William Shakespeare (1564-1616). Anteriormente en idéntica fecha murieron el historiador y literato Garcilaso de la Vega, llamado el Inca, (1539 o 40-1615 o 12) y recientemente Josep Plá (1897-1981).
Hasta nada menos que 70 años después por un real decreto de 26 de febrero de 1993, que declaró Día del Libro y de la Lectura, en España no se aprecia el sentido cultural de tal homenaje al libro.
La celebración de esta tradición catalana, compartida actualmente por otras numerosas naciones en todo el mundo, de regalar un libro compaginándolo con una rosa tiene una hermosa y profunda significación popular, acertadamente ensalzada, cuando el president Pujol dice: “las rosas simbolizan el respeto y el amor, el civismo y la convivencia. Los libros simbolizan la preocupación por la cultura y la estimación por la propia lengua” discurso, como todos los suyos, repleto de connotaciones de identidad singularizada. Esta costumbre, uno de los rituales sociales más sencillos y sensitivos que se pueden contemplar en la actualidad, evidencia que la autenticidad de la tradición popular y cultural de los pueblos puede alcanzar el rango y la grandeza de su reconocimiento universal. Por cierto, es mucho más hermosa que la cursilería de un día de San Balendin, de banal instigación comercial manipulado para un sinfín de ridiculeces y horteradas populistas.
En nuestro país, en materia de libros, tenemos antecedentes radicalmente contrastados. Así, Bilbao es más bien conocida por ser, desde el propio Ayuntamiento la villa del libro nuevo censurado, retirado, quemado. Recordemos el tristísimo episodio protagonizado por el alcalde Jon Castañares que mandó quemar los mil ejemplares del libro ganador del I Concurso de Cuentos del Ayuntamiento de Bilbao en 1981. Tampoco se libra el libro antiguo, tolerada y masivamente robado, de Bidebarrieta Liburutegia algunos incluso por el propio archivero municipal Manuel Basas, un intelectual al servicio de la rapiña y un bunker para la investigación, ya fallecido.
Asimismo, no puede olvidarse que el insulto más cretino vertido a esta celebración fue escupido por el periodista Santiago González, conocido antivasco y miembro del Foro Ermua y otras cuadrillas similares cuando respecto de la misma (El Correo 27-4-1994) escribió: “Una predeterminación a la hora de regalarse cosas que es, digámoslo claro, una costumbre hortera y sexista; como si las catalanas no supieran leer o estuvieran peor dotadas para ello.”
En cambio, como referencia positiva se celebra anualmente, desde 1965, a primeros de diciembre en Durango, gracias a los esfuerzos y convicción de Gerediaga Elkartea, una Euskal Liburu Azoka, que supuso un enorme impulso en la edición y divulgación de libros en euskara, paralelo al renacimiento de la lengua en plena dictadura.
Hablando de libros, ¿cuando tendremos en Euskal Herria una Liburutegia Nazionala, equipamiento que es básico en toda sociedad que confíe en la cultura en general y en la suya propia como uno de los indicios más elementales y genuinos de su identidad? La soberanía de un pueblo se basa, entre otras muchas razones, en la autoafirmación, posesión y demostración de la existencia, conocimiento y disfrute de sus rasgos culturales básicos. El patrimonio documental, los archivos, el bibliográfico y las bibliotecas constituyen, entre otros varios, bienes muebles e inmuebles, la herencia colectiva cultural de país. Una cosa es la independencia, no ser de una vez nunca más España, y otra disponer de todas las estructuras esenciales que formalizan una nación.