No diré ahora que un libro puede transformar la historia, el mundo, que te puede cambiar la vida o hacer la revolución, pero sí que es cierto que ha habido, que hay y que los habrá (mientras libros haya) influyentes. No hace falta ir a los grandes tótems de la cosa (la ‘Odisea’, la Biblia y el Corán, ‘El origen de las especies’, ‘El capital’, etcétera) que, a poco que pensemos, nos saldrá un ramillete. A cada uno el suyo. Y quizás nos daremos cuenta de que no somos la misma persona después de haber leído, yo qué sé, ‘K.L. Reich’, ‘Vida y destino’ o ‘1280 almas’, por decir tres, los primeros que se me han pasado por la cabeza, que forman parte del mi ramillete (y quien dice ramillete, dice gavilla). Pero más allá de las vicisitudes o la elección personal, también hay libros que marcan un antes y un después colectivo: porque definen un momento y porque lo expresan, porque lo hacen visible, porque lo impulsan.
‘Jo no soc espanyol’ (‘Yo no soy español’), de Víctor Alexandre, pongamos por caso.
Que resulta que ya tiene veinticinco años.
Un cuarto de siglo exacto de vida, desde septiembre de 1999. Más escuetamente, desde el 11 de septiembre, que fue la ocasión que el editor, Isidor Cònsul, eligió para un libro como aquel: una veintena de conversaciones de Alexandre con gente de ámbitos diferentes (del obispo Antoni Deig al actor Joel Joan, del arquitecto Oriol Bohigas al meteorólogo Alfred Rodríguez Picó) que empezaban siempre con el mismo interrogante: ¿te sientes/se siente/os sentís siente español/española?
“Un libro como aquel”, he escrito. Es decir, un libro-sacudidor, un libro atrevido, un libro que sorprendió y que encantó y que dio miedo. Hubo gente que no quiso participar, explica Alexandre, precisamente por eso: por miedo. Lo que nos ofrece un pequeño retrato de la situación de hace veinticinco años: ese rumor que se oye pero que no se dice en voz alta, que no se pronuncia en público (especialmente si tienes proyección pública o quieres tenerla) porque quién sabe qué puede pasar, si lo haces.
Pero se hizo.
Al releer ahora la lista de entrevistas del ‘Yo no soy español’, enseguida vemos que faltan mujeres (tres de veinte…). El propio Alexandre ha dicho también que alguno de esos nombres, hoy, claro, no lo pondría. Pienso que, al igual que hubo aquella lista (ay, añorados Joan Brossa y Tísner e Isabel-Clara Simó y Maria Antònia Oliver…), hubiera podido salir otra. Y habría quedado un libro diferente en los matices y puntos de vista y reflexiones o aportaciones de cada uno desde su campo, pero igual en el efecto. Porque Víctor Alexandre no buscó “los veinte que había”, sino veinte que expresaban un momento.
Ésta era la clave: conexión y empuje. Conectar con un sentir extendido y ayudar a darle impulso.
Y por eso fue un éxito.
Se realizaron nueve ediciones, más las de bolsillo. Pilas de libros expuestos que se agotaban en nada. Unas setenta presentaciones a lo largo del país. Y todo con ese título. ¡Tachán! Directísimo. Un atrevimiento. Y, al mismo tiempo, una alegría.
¿Y “con” ese título, digo? No: “por” ese título.
Que ahora no levantaría tanta polvareda, que ahora no nos parecería tan impactante… porque ya no lo sería. Sin embargo, hace apenas veinticinco años lo era. He aquí la clave: que lo era. Y esto nos muestra un montón de cosas: que la osadía, cuando conecta con el latido de los días (soterrado, a veces, hasta que no se manifiesta claramente, pero latido), se convierte en revulsivo, por ejemplo; o que la rueda gira, el mundo avanza y este país, también.
Porque el ‘Yo no soy español’, al fin y al cabo, planteaba la cuestión previa, la cuestión necesaria antes de ninguna propuesta política: ¿es así? Quiero decir, ¿hay algo que reclame una propuesta política que le ofrezca expresión, camino, solución? La respuesta fue clara, tanto por parte de los entrevistados (con la diversidad de tonos y voces y de todo que acababa de dar entidad al conjunto: no había unanimidades en nada, ni adhesiones a nada, y tampoco se pedían) como, sobre todo, de los que hicieron suyo aquel libro-dardo (leyéndolo, comprándolo, regalándolo, hablando, difundiéndolo).
Los años que siguieron fueron, bien que lo sabemos y que lo hemos visto y que lo hemos vivido tan plenamente, los de la extensión articulada de la propuesta, el clamor por la independencia que ha generado las movilizaciones políticas más impresionantes que haya jamás tenido este país. Pero eso no se sabía. Nadie podía imaginarlo. La cubierta del libro apenas mostraba cuatro barras rojas difuminadas que parecía que quisieran librarse de las dos que se les medio superponían. No había ninguna estelada. Todavía no se hablaba de ella (tampoco en la contracubierta) ni de independencia ni de autodeterminación ni de derecho a decidir. Tan sólo, de entrada, el paso previo, esencial: la afirmación desacomplejada de la existencia, la sencilla afirmación de lo que te sientes, y que te sabes, a pesar de las imposiciones, por encima de las imposiciones. Y de lo que no eres, a pesar de las imposiciones y por encima de las imposiciones.
Veinticinco años después, por tanto, el aniversario no es ninguna nostalgia sino celebración: por la existencia de un libro-revulsivo como aquél, para constatar, con él, con su historia, hasta qué punto hemos dado, desde entonces, sí, verdaderos pasos hacia delante.
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