Imagen de Dicastillo Javier Arizaleta
Cuando yo iba a la escuela nos decía mi maestro, Don Gerardo, que mi pueblo, Dicastillo, contaba con 1.500 habitantes. Don Gerardo se murió y tampoco yo voy a la escuela a mis 90 años, pero sé por el DIARIO DE NOTICIAS que ahora viven unos 600. Entonces casi todas las familias se dedicaban al campo, menos los que decíamos oficiales, el secretario, el médico, los curas (había cuatro), el veterinario, el guarnicionero.
Casi no se usaba el dinero porque teníamos pan, vino, fruta, algo de regadío, leche de las cabras, carne de cerdo, conejos, huevos de gallinas, y sobre todo aceite que nos servía de trueque para obtener chocolate, arroz o azúcar. Vivíamos a toque de campana y era un acontecimiento la llegada de un coche al pueblo. En los años 40 se puso el agua. Era como un milagro abrir en casa el grifo. En el campo se usaban las layas y arados casi como los romanos. Qué gozada montarte en el trillo y dar vueltas en la era para triturar la parva que había que aventar por la tarde. Pero vino la segadora, la trilladora, el tractor y la cosechadora que hacían el trabajo de cientos de brazos que ya sobraban en el pueblo y fue necesario buscar la industria en la ciudad. En fin, hemos vivido dos culturas bien distintas, la muy rica de la naturaleza en el pueblo y la urbana. ¡Han pasado tantas cosas! Pero Dicastillo sigue siendo “mi pueblo”. Algo parecido ha ocurrido en muchos pueblos de Navarra.
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