La legitimación política de las democracias está relacionada con la confianza de la ciudadanía en los liderazgos, las instituciones y los partidos políticos. Y esta confianza tiene que ver con la percepción y el conocimiento que los ciudadanos tienen de su sistema democrático. La corrupción, la falta de expectativas sobre los principales problemas económicos y políticos, y los déficits estructurales de acomodación del pluralismo interno del país resultan letales para la confianza ciudadana.
Aristóteles se dio cuenta de que los humanos somos unos insaciables buscadores de conocimientos. A veces hacemos inferencias falsas, ya que nuestros cerebros no están demasiado bien preparados para la lógica, pero son inferencias que querríamos evitar. Una pregunta filosófica clásica es la de si el conocimiento es posible. Los escépticos de todas las épocas, desde Pirrón y Sexto Empírico hasta algunos autores posmodernos (poco informados en términos científicos, todo hay que decirlo), pese a aceptar el dictado aristotélico concluyen que el deseo de conocimientos que impulsa a los humanos resulta imposible de satisfacer.
En este punto, el escepticismo práctico de Montaigne y Shakespeare resulta totalmente contemporáneo. Ambos autores plantean el tema de si podemos saber, de si podemos estar seguros de las intenciones, pensamientos y sentimientos de los otros. Es la cuestión de la “mente de los otros” ( other people’s minds). Su respuesta es que no, que no podemos estar nunca seguros de eso. Siempre hay y habrá una distancia entre el conocimiento de la propia mente y el conocimiento que tienen los otros. Tanto los Ensayos de Montaigne como El rey Lear, Otelo o Hamlet –claramente influidas por los Ensayos– muestran este escepticismo sobre la vida práctica. Siempre hay aspectos escondidos en la mente de los otros que no están a nuestro alcance –hoy diríamos que eso es así incluso cuando creemos que todo es conscientemente transparente por ambas partes–. Lo queramos o no, los humanos vivimos en diferentes mundos interiores que resultan parcial y mutuamente inaccesibles.
Nuestras mentes se van transformando a partir de las acciones que emprendemos. Montaigne y Shakespeare muestran cómo este escepticismo dinámico está presente en las relaciones cotidianas. La desconfianza práctica tiene que ver con el escepticismo teórico. Sea honesta o deshonesta, querida o no, la desconfianza forma parte de nuestra naturaleza. Y esta imposibilidad de alcanzar un conocimiento seguro, esta ignorancia inevitable, puede desencadenar situaciones equívocas, decepcionantes, incluso trágicas en las relaciones humanas, como recogen algunas obras de Shakespeare.
Medio siglo más tarde, Hobbes pensará el tema de la confianza desde unas premisas más políticas. Como en el caso de Montaigne y Shakespeare, su influencia llega hasta hoy. El tema central de su obra no es el de la supuesta naturaleza egoísta y racional de los humanos –como aún repiten algunos economistas neoclásicos un poco desinformados–, sino el de la imposibilidad de establecer relaciones cooperativas entre los individuos en ausencia de una confianza mutua. Pero esta confianza resulta imposible de establecer, dice Hobbes, sin un poder político superior que asegure que los individuos cumplirán las leyes y los contratos. La competencia civilizada viene después. Para trabajar cooperativamente resulta imprescindible tener confianza en que los otros cumplirán su parte de los acuerdos. Y sin un poder político coactivo eso resulta una quimera: es irracional esperar que los otros cumplan los acuerdos. Sin coacción política la confianza queda dinamitada. El Kant viejo entendió bien a Hobbes cuando formuló su magnífico concepto de la insociable sociabilidad que caracteriza a los humanos, y que conforma la base de los cambios y del progreso de la especie. Kant, a diferencia de Rousseau, hubiera aplaudido a Darwin.
Fueron el liberalismo político y posteriormente Hegel los que remacharon el clavo: la legitimidad política que da estabilidad, confianza y perspectivas de futuro tiene que estar basada en instituciones capaces de proteger los derechos y limitar el poder; la principal tarea del político es crear instituciones que sean eficientes en la resolución de los conflictos políticos y sociales. El patriotismo, para Hegel, no es ningún sentimiento, sino una adhesión que sólo puede ser racional si las instituciones son capaces de domesticar los conflictos. En caso contrario, la Constitución de un Estado se convierte sólo en “un trozo de papel” (“ein Stück Papier”).
Las democracias tienen un grave problema cuando las instituciones y los partidos no son solventes en la solución de los conflictos políticos y sociales, y cuando están penetradas por la corrupción. En el caso español, es patente, de un lado, la ineficiencia estructural del marco constitucional para resolver conflictos, especialmente la acomodación democrática de su pluralismo nacional interno. En este tema la Constitución de 1978 se ha convertido en un mero trozo de papel. Por otra parte, en el índice de Transparency International (2012) que clasifica 176 estados según la percepción de corrupción, el Estado español ocupa el lugar 30º, muy por debajo de sus indicadores socioeconómicos. Ineficiencia y corrupción incentivan la desconfianza. Y la desconfianza incentiva la desobediencia. Cada vez hay más razones sociales y nacionales para la desobediencia, civil y política. Especialmente en Catalunya.
Ferran Requejo, catedrático de Ciencia Política en la UPF, autor de ‘Federalism beyond Federations ’.