Desconexión: la hora del liderazgo

 

El escritor Jorge Luis Borges contrastaba la actitud tan diferente de portugueses y españoles después de perder sus imperios respectivos. Mientras que los primeros se refugiaron en una actitud nostálgica, de añoranza por la pérdida, los segundos, decía Borges, han seguido actuando como si aún tuvieran un imperio. Es este fondo de imperialistas-sin-imperio, de actitudes autoritarias y arrogantes, lo que sigue reflejándose en la mayoría de las instituciones, partidos y medios de comunicación españoles. De hecho, estos tres actores viven en un mundo mentalmente muy diferente del de la mayoría de ciudadanos de Cataluña. Se aprecian diferencias nacionales tanto en los lenguajes empleados como en la diversa interpretación y jerarquización de los valores liberales y democráticos.

La vía del acuerdo se ha intentado varias veces en los últimos cien años. Los resultados, siempre decepcionantes, están a la vista. Para una mayoría de catalanes, permanecer dentro de este Estado significa diluirse, empequeñecerse, no poder proyectarse al mundo desde su personalidad diferenciada. Significa hipotecar la calidad de la vida política, económica, social, nacional y cultural de las generaciones futuras. En otras democracias plurinacionales este pacto ha sido posible, pero no hay ningún indicador que haga pensar que sea plausible en nuestro contexto. La cultura política española lo impide. El Estado es y seguirá siendo hostil a la voluntad de la mayoría de los ciudadanos del país. Francamente, aunque hay soluciones institucionales en la política comparada, en el caso español no veo posible llegar a ningún consenso estable (y con garantías de cumplimiento) que resuelva el problema de fondo. Las ofertas, cuando vengan, serán pobres, antiguas, muy insuficientes. El Estado español es un Estado de derecho torcido: obliga a los ciudadanos de Cataluña a permanecer en él, en contra de la voluntad de la mayoría. Impresentable.

Llegados a este punto y para tener éxito colectivo, tres palabras clave de futuro: movilización, internacionalización y liderazgo. Creo que sigue siendo imprescindible mantener las seis condiciones siguientes:

1) Continuar construyendo una sólida mayoría social interna a favor de una decisión democrática y de un proyecto independentista moderno.

2) Desarrollar una clara e intensa política de internacionalización, que esté liderada por el gobierno de la Generalitat.

3) Establecer una unidad sin fisuras importantes entre los partidos políticos que están a favor del proceso político actual. Hay que evitar fracturas en todo lo que sea decisivo para el país. Este es un elemento clave del éxito del proceso.

4) Seguir implementando una congruencia de objetivos y estrategias entre las instituciones y las organizaciones de la sociedad civil.

5) Ofrecer un proyecto independentista inclusivo, dirigido a toda la ciudadanía con independencia de la lengua que se hable, de la clase social a que se pertenezca, de qué religión o no religión se mantenga, etc. El proyecto independentista debe ser transversal: cualquier ciudadano debe poder sentirse cómodo.

6) Reforzar el liderazgo político de prestigio, identificable desde cualquier punto del mundo globalizado.

En los momentos actuales resulta decisiva la función de liderazgo de las instituciones y de los partidos. La ciudadanía ha dado pruebas sobradas de que responde. Ahora son los partidos los que tienen que demostrar que están a la altura del momento. Todo apunta a que Cataluña deberá proceder a una desconexión, tan tranquila como sea posible, de la legalidad y de las instituciones españolas. El proceso actual conduce a la desconexión (Eric Clapton, ‘Unplugged’).

Las instituciones y los partidos que apoyan el proceso tienen ante sí el reto de liderazgo más importante de las últimas décadas. Deberán decidir cuál es el momento de la desconexión, un tema que no es fácil, y cuáles son las decisiones para llegar al mismo. Deben ofrecer a la ciudadanía objetivos claros y estrategias de éxito consensuadas y plausibles. Hay que renovar los compromisos. La votación de la ciudadanía y la desconexión del Estado se pueden producir, como mínimo, a partir de tres escenarios diferentes:

1) La consulta del 9-N. Para que fuera efectiva para la desconexión habría que hacerla con todas las garantías legales y procedimentales que legitimen su resultado. Sin estas garantías el resultado sería significativo, pero también fácilmente deslegitimable (dificultades logísticas de implementación, participación insuficiente, escepticismo internacional). Hay que calcular bien costes y beneficios. Una radicalidad de los partidos podría ser un indicador de ingenuidad estratégica. Las prácticas de insumisión serían una señal clara de la determinación ciudadana, pero previsiblemente no despertarían acciones de apoyo de los gobiernos de otras democracias y de la UE. Si finalmente no se hace la consulta del 9-N, posibles movilizaciones aparte, aparecen dos escenarios alternativos:

2) Elecciones al Parlamento con sentido plebiscitario. En este caso es necesario haber estudiado bien la conveniencia de establecer si es mejor que, como mínimo CiU, ERC, ex-PSC, independientes, etc, se presenten en una lista única o en listas separadas. Primero vendría la legitimidad del voto ciudadano en favor de la independencia, después la desconexión institucional. Se requeriría una movilización continuada de la sociedad, una intensa campaña internacional que mostrara la imposibilidad de resolver la situación a la británica, digamos, y decisiones con incidencia también internacional. En este escenario sería conveniente un Gobierno políticamente tan amplio como fuera posible, así como la mayoría parlamentaria que le apoyara. Obviamente, para implementar con garantías de éxito interno e internacional este escenario hay que estar preparados con solvencia. Sería un paso decisivo. La independencia se debería proclamar cuando fuera realista poder aguantarla y desarrollarla. Habría que disponer de unas estructuras de Estado que garantizaran que la Generalitat fuera el único poder político efectivo y persistente en Cataluña. Que un nuevo poder perdure, decía Raymond Aron -un político y pensador nada sospechoso de radicalismo-, es la condición de su reconocimiento; el derecho internacional acaba siempre sometiéndose a la realidad.

3) Desconexión y referéndum. Finalmente, la ciudadanía podría votar en referéndum después de que las instituciones catalanas hubieran llevado a cabo la desconexión política. Es un escenario más arriesgado, ya que no contaría con una legitimación previa de carácter electoral. Pero es otro escenario posible y no hay que descartarlo.

Es necesario que los liderazgos políticos actúen con mucha profesionalidad y con la máxima unidad. En caso de fracaso por desunión o precipitación, no importaría mucho que hubiera tenido las mejores razones en el momento anterior: todos los partidos quedarían retratados como unos profesionales incompetentes, menos que mediocres, que habrían tomado prestada la potencia de un proceso político hacia la recuperación de la dignidad y de las libertades colectivas del país que tenía el soporte de la mayoría de los ciudadanos.

Señores y señoras de los partidos, ¡eviten convertirse en el eslabón débil del proceso! Utilicen conjuntamente las luces largas, piensen desde una política de país, y no desde la ideología, la mera moralidad o los intereses particulares. Y marginen el uso del retrovisor de la desconfianza entre ustedes. El mundo nos seguirá mirando intensamente en los próximos meses. Hay que hacerlo bien. Y se puede hacer bien, incluso muy bien. Pero hay que evitar errores importantes que podrían ser definitivos. El país dispone de suficientes recursos económicos, sociales, intelectuales y organizativos para salir reforzado del momento actual. La internacionalización será clave a partir de cierto momento, pero lo que será más decisivo es lo que se decida en el interior del país. Es la hora de una movilización ciudadana más constante. Es la hora de una clara internacionalización. Pero, sobre todo, es la hora del liderazgo. De un liderazgo de altura. Con mentalidad de Estado.

Ferran Requejo
Desconexión: la hora del liderazgo

ARA