Una de las prerrogativas del vencedor, además de la de escribir la historia, es la de castigar a quien ose contarla de otro modo. El conquistado pierde sus derechos, le roban su identidad y no puede construir su propio relato de los hechos. De hecho, se le impone un nombre y es reprimido si pretende defender el suyo propio.
El conquistador decide qué nombres puede usar el conquistado. Por ello, no puede extrañarnos que un tribunal español, aplicando su visión española de la legislación española vigente, se crea con derecho a imponer qué términos puede utilizar el pueblo vasco para llamarse a sí mismo. Las normas las pone el conquistador y si se lleva a juicio a sí mismo, siempre gana. Siempre.
La «justicia» española decide qué pueden aprender de sus maestras y maestros las niñas y niños de Euskal Herria. Han decidido que no pueden aprender que su país se llama Euskal Herria. De hecho, no tienen otro país que España, o Francia si se cruzan los Pirineos. No es difícil entenderlo: si eres juez español y quieres seguir siéndolo es muy importante para ti que las jóvenes generaciones no se pregunten qué haces impartiendo «justicia» en Euskal Herria o por qué los vascos no tenemos nuestras propias leyes.
Hay vascos que no quieren hacerse esas preguntas, porque son muy españoles. Las conquistas hacen aflorar una de las facetas más miserables del ser humano: la sumisión, especialmente la sumisión agresiva, la que caracteriza a los más papistas que el Papa. El sumiso crea su propio relato y pasa así de ser conquistado por los españoles a ser el más español de todos los españoles. Una invasión se convierte en un libre pacto de incorporación, una masacre en una feliz unión, la dependencia en un pacto entre iguales.
El sumiso es el más conquistado de entre los conquistados, porque a él sí lo han vencido y dominado. Va con el poderoso, se doblega. Si bien el sumiso es español y monárquico, si el vencedor en la disputa hubiera sido París sería francés y republicano, el más francés y el más republicano. Del Burgo, Sanz y Barcina clamarían que nunca hubo territorio más francés que Navarra.
Y es que ha sido el Gobierno de Navarra, el mismo celebrará los cinco siglos de la conquista de 1512, quien ha llevado este asunto de Euskal Herria a los tribunales, que han querido premiar este alarde de sumisión. Una vez más, la ley española protege a Navarra del anexionismo vasco. El estado que se construyó destrozando nuestra estatalidad nos defiende de quienes pretenden recuperar nuestra estatalidad. ¿Quién vela mejor por nuestros derechos que quien nos conquistó?
Los guardianes de la navarridad han alzado su dedo acusador contra ese sistema de adoctrinamiento nacionalista que inculca en la infancia esa ocurrencia de Euskal Herria. Nunca descansan en la defensa de Navarra. Si se tratara de enfrentarse a Madrid, los veríamos temblar, postrarse hasta besar el suelo. Ahora, temerosos de que nuestra sociedad asuma su propia identidad rechazando la que le han impuesto, quieren judicializar el sistema de enseñanza y criminalizar las ideas, pero están perdiendo la partida porque el futuro no va a ser de los sumisos.