Con la revisión de la sentencia del 1-O para adaptarla al nuevo Código Penal y el escrito de acusación contra Jové y Salvadó termina un ciclo y comienza otro. Se termina el secuestro de los líderes independentistas que se presentaron voluntariamente ante la justicia española y comienza una nueva ronda de toma de rehenes. Es un buen momento para analizar dónde estamos en términos represivos y qué nos espera a partir de ahora.
Lo primero que hay que tener claro es que el Estado ya ha pasado página y mira hacia el futuro. Y cuando digo el Estado, incluyo tanto al gobierno y la oposición como a los jueces. Para ellos el castigo de los hechos de octubre del 17 está amortizado y ahora su principal preocupación es qué ocurrirá la próxima vez. Porque están convencidos, más que nosotros incluso, de que habrá una próxima vez. Si no, no estarían todo el día discutiendo si lo que hicimos es todavía delito o ya no tanto.
Dicho de otro modo, la cuestión no es ahora mismo si los protagonistas del referendo merecen más o menos castigo. El Estado ha cobrado el rescate a plena satisfacción y sabe que la normalidad autonómica actual está garantizada mientras manden los indultados. Por eso puede permitirse el lujo incluso de levantar algunas inhabilitaciones. Lo que no puede permitirse es crear precedente alguno que limite su capacidad represora en el próximo intento.
Sería bueno que todo el mundo hubiera aprendido que la batalla político-jurídica en el interior se ha perdido y se perderá siempre. Alcanzar la libertad de los rehenes pagando el rescate (que no ha sido barato) no es ninguna victoria. Es una derrota y una humillación, para los rehenes, pero sobre todo para el país. Por eso ahora se disponen a tomar más, con el objetivo de mantener la clase política autonómica asustada para evitar que lo volvamos a hacer.
La petición de penas para Jové y Salvadó es una salvajada. Los años de cárcel van algo en la línea del Supremo, pero con la treintena de años de inhabilitación que les piden dejan a Marchena como un moderado. Y no son sólo ellos dos, sino que detrás hay una docena más de personas que también están en puertas de juicio. En cualquier caso, el recorrido será muy largo hasta que se ejecute la sentencia. Es lo que interesa al Estado y al PSOE. Todo el mundo a portarse bien durante los años que sea necesario para evitar entrar en prisión. Y seguir apoyando a Pedro Sánchez gratis por si fuera necesario un nuevo indulto.
La estrategia de tomar rehenes les ha salido casi redonda. Pero tiene una grieta que estuvo a punto de hacer fracasar la represión: el exilio. De ahí la obsesión del Estado por conseguir la extradición del president Puigdemont (en eso están todos de acuerdo). Que haya gente a la que no han podido castigar les obsesiona especialmente. Esta vez salvaron los muebles porque el rescate pagado por los rehenes incluía neutralizar políticamente el exilio, pero no está garantizado que la próxima vez sea así.
De hecho, la reciente sentencia del TJUE cierra también un ciclo que consolida las victorias del exterior. El exilio fue nuestra victoria y el gran fracaso del Estado. Ha quedado claro, por esta vez y para la próxima, que Europa no colabora con el encarcelamiento de líderes políticos. Nunca colabora, ni lo hará, con la lucha por la independencia. Pero desarmar al ejército de las togas es una ayuda que no se puede menospreciar. Y también desmoraliza al adversario que da gusto.
A estas alturas todo el mundo sabe que la única vía que llevaba a la libertad sin renuncias era la vía internacional. De hecho, las pírricas victorias que pueden exhibir quienes apostaron por la lucha interior son las que se han logrado en el exterior. La derogación de la sedición, para entendernos, la debemos al Tribunal de Schleswig-Holstein, a la ONU y al Consejo de Europa. Las sentencias revisadas con el nuevo Código Penal no son mejores que las sentencias pasadas por la criba del Tribunal de Estrasburgo. Todo lo contrario.
La lógica dice que la próxima vez debemos ir hasta el final y ganar. Pero si por el camino intentan tomar más rehenes nadie debería presentarse voluntariamente para ser encarcelado. Dentro se pierde. Fuera se gana. Espero que el nefasto “nadie más en prisión” que ahora es sinónimo de rendición, la próxima vez (y mientras no seamos independientes ‘de facto’ y ‘de iure’) quiera decir “todo el mundo al exilio”.
EL MÓN