Democracia catalana, la primera decisión

No nos cansaremos de repetir que la proclamación de un Estado para Cataluña es una oportunidad excepcional de rehacer o cambiar muchas cosas que no nos gustan del modelo político, económico y social actual. Si nos declaramos independientes sin aprovecharlo para ordenar y hacer limpieza, viviremos con una doble frustración: la de la mediocridad que hoy gobierna muchos ámbitos de la vida, y la de no poder echar las culpas a nadie de fuera. Por tanto, no debemos rehuir el debate sobre cómo queremos que sea este nuevo Estado. De hecho, ir definiéndolo ya es una manera de construirlo y de ganar la independencia. Pensar en un modelo propio de instituciones, de sistema democrático, de criterios legales, de servicio de seguridad, etc., Es una manera de empezar a ser independientes. Y como decía aquel: ‘La independencia no se proclama, se ejerce.’

 

Mi propuesta es centrar el debate en el modelo democrático de la Cataluña independiente. Si definimos un buen sistema de democracia, el resto será más fácil de decidir. Quiero decir que una buena democracia debe permitir la defensa y la realización de toda decisión en los otros ámbitos. La frase típica ‘de primer construimos la casa y luego ya decidiremos de qué color la pintamos’, puede acabar no queriendo decir nada, si no hemos pensado bien cómo se decidirá de qué color la pintaremos, qué muebles pondremos, cómo distribuiremos las habitaciones, quien cocinará, quien lavará la ropa y con qué jabón… Por lo tanto, tenemos que debatir, primero, qué democracia queremos y cómo la podemos renovar, regenerar, fortalecer o cambiar de cabo a rabo.

 

¿A qué nos referimos cuando hablamos de modelo democrático? Claro, primero tenemos que ponernos de acuerdo en qué queremos decir cuando decimos ‘democracia’. Y en ésto entiendo que hay discrepancias fundamentales. Por lo menos, en el debate teórico. Hay quien encuentra muy democrático el modelo de la Venezuela de Hugo Chávez y poco democrático o nada el modelo de los Estados Unidos de América. Hay quien considera que Islandia es el modelo a seguir, pero se estremece cuando aquella democracia permite elegir gobernantes de determinados partidos que no son de un color determinado. Para unos, lo más importante en una democracia es la separación de poderes y los contrapesos de control entre instituciones. Para otros además, es el control político de la economía. Hay quienes entienden la democracia como la imposición de una ideología que consideran moralmente superior, aunque para llegar a ella haya pisar derechos y principios fundamentales. Y también hay quien encuentra que votar una vez cada cuatro años es un fraude democrático y pone el acento en la frecuencia de voto en lugar de preocuparse de si los electores ejercen este derecho con el deber mínimo de informarse de lo que deciden.

 

El debate es rico y nada sencillo. Probablemente tampoco se puede resolver todo de golpe y hay que ir profundizando en la democracia con el paso del tiempo, la experiencia y la revisión constante de los principios que nos parecen intocables a priori. Y este planteamiento -una democracia que se irá construyendo y mejorando sistemáticamente- nos lleva inevitablemente a otra decisión: qué modelo de constitución queremos. Aquí sí que defiendo con uñas y dientes un texto breve, simple, claro y abierto.

 

El estatuto de 2006 está en las antípodas de lo que debería ser la futura constitución catalana. Ese documento surgido del parlamento autonómico puede tener una cierta justificación por el contexto jurídico e institucional hostil a Cataluña. Más que una pequeña constitución quería ser un sistema de defensa y hacía falta detallar demasiado. Si queremos que las decisiones políticas de los futuros gobernantes del nuevo Estado sean la voz mayoritaria del pueblo, no podemos hacer una constitución que lo deje todo atado y bien atado. Viniendo de donde venimos, creo que no debe ser difícil pensar en la constitución como un documento abierto y no como una prisión de libertades. En definitiva, la política, la deben definir los gobiernos elegidos por el pueblo y no un documento decidido y aprobado en un momento determinado y en unas circunstancias concretas. Por eso hay que pensar y construir una democracia catalana.

 

 

‘La democracia debe protegerse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que conduce al despotismo’. (Montesquieu)

 

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