La comparación es sobada, pero me parece que puede ser eficaz en toda la polémica que tendremos esta semana sobre la consulta popular de Arenys de Munt. Supongamos que hay una pareja y que a la mujer se le pasa por la cabeza la posibilidad de divorciarse y el marido no lo desea de ninguna manera. No es que la mujer haya decidido irreversiblemente divorciarse, simplemente le ha pasado por la cabeza y hay ratos en las que está completamente convencida y otros ratos que no tanto.
Supongamos que, en esta situación, el marido nos viene a pedir consejo para ver qué estrategia adoptar para salvar un matrimonio en el que cree y que tiene ganas de mantener. ¿Qué le diríamos? Pues por encima de todo que intentara seducir y convencer a su mujer sobre las virtudes de la situación, sobre las ventajas que para ella tiene mantenerla, sobre lo mucho que él la quiere y hasta qué punto está dispuesto a hacerle la vida agradable y a reconocer todas sus necesidades y sus deseos. Que la intentara convencer que en ninguna parte estará mejor que dentro de aquel matrimonio.
Pero imaginemos que el marido de nuestro caso adopta una estrategia totalmente diferente. En vez de seducir y convencer a su mujer lo que hace es decirle que no tiene derecho a divorciarse, que aquí el único que puede decidir sobre el divorcio es él e incluso que ella no tiene derecho a planteárselo ni a pensarlo. En vez de seducir y convencer a su mujer opta por negarle la posibilidad del divorcio y prohibir absolutamente a todo el mundo que pregunte a la mujer si quiere divorciarse o no. Nos parecería que el marido en cuestión ha adoptado una estrategia mala, por malvada y por equivocada.
Oficiales, oficiosas, municipales o generales, organizadas por los poderes públicos o por la sociedad civil, habrá sin duda muchas ocasiones -además de la de Arenys de Munt- donde se preguntará a los catalanes si se quieren divorciar de España. Hay gente que, como el marido de la comparación, está en contra de este divorcio. Tiene todo el derecho del mundo. Pero parecería que la estrategia lógica sería convencer a los catalanes de que nos interesa quedarnos en España, que esto es beneficioso para nuestra economía, para nuestra lengua y para nuestra cultura, que nos quieren y que están dispuestos a hacernos caso en nuestras demandas, que creen honestamente que mantener el matrimonio es lo mejor que puede pasar para los unos y para los otros. En teoría, un referéndum de autodeterminación plenamente democrático también tendrían que verlo como la ocasión de conseguir y de demostrar que la mayoría de los catalanes quieren mantener el matrimonio en cuestión. Si hay referéndum en Escocia, probablemente ésta es la estrategia que usarán los ingleses. Pero aquí han escogido la otra: proclamar airadamente que el divorcio está prohibido y que ni tanto siquiera existe el derecho a preguntarle a la mujer lo que quiere.