A raíz del reto civilizatorio de la crisis climática y de sus derivadas socioeconómicas, el científico Antonio Turiel, investigador del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, en Barcelona, ha puesto sobre la mesa una batería de alternativas ancladas en la teoría del decrecimiento. Con la publicación de la obra ‘El futuro de Europa: Cómo decrecer para una reindustrialización urgente’ (Ediciones Destino, 2024), pretende agitar el debate sobre cómo prepararse para el nuevo día siguiente.
El dolor y la devastación se habían apoderado de las calles. Los coches hacinados, los comercios destrozados y los rostros desencajados ilustraban la desolación de los municipios afectados por la dana, sumergidos en un escenario que era un espejo de un campo de guerra. Un torrente de inconsciencia meteorológica -por parte de las autoridades valencianas- había asolado l’Horta Sud, la Ribera Alta y la Plana de Utiel-Requena. De trasfondo, resonaban las alarmas del cambio climático.
Aunque el mundo vive atrapado en un tiempo de reacciones ultras, estallido de luchas geopolíticas y redefinición de las reglas económicas, el elefante de la crisis climática sigue estando en la habitación, amenazando con convertir el planeta en un territorio mucho más inhóspito. Un reto mayúsculo de dimensión social, energética, industrial y, en definitiva, civilizatoria. Porque el impacto de sus consecuencias apunta a suponer un descalabro crucial a los ritmos de las sociedades contemporáneas.
Desde una visión estrictamente europea, escéptica con las fórmulas de transición ecológica que predominan, alejado de dogmatismos y con la única intención de contribuir al debate sobre los futuros desafíos, el divulgador Antonio Turiel ha escrito la obra ‘El futuro de Europa: Cómo decrecer para una reindustrialización urgente’ (Ediciones Destino, 2024). El ensayo del investigador científico del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, ubicado en Barcelona, busca agitar conciencias y reflexionar sobre cómo diseñar un día siguiente que combine bienestar social y respeto a los límites biofísicos del planeta. “Nadie posee la verdad absoluta y sólo podemos aproximarnos a su pálido reflejo a través del debate de ideas y la forja del consenso”, resalta.
“El error fundamental de nuestro sistema industrial, y por extensión de nuestro sistema económico, es que no está integrado en el planeta, y en particular con la biosfera”, apunta el científico para mostrar el consumo agresivo de recursos del mundo desarrollado contemporáneo. “Nos creíamos todopoderosos, embriagados por la abundancia de los combustibles fósiles. Y así, en vez de mantenernos lo más cerca posible del equilibrio, en vez de preservar la vida, hemos actuado como auténticos sirvientes de la entropía, acelerando la destrucción, la degradación y la dispersión”.
En esta vorágine, según subraya el investigador, “extraemos materiales sin parar, para aprovecharlos después brevemente, tirarlos de cualquier manera, algo que contamina el agua, el aire y la vida”. Pisamos acelerador a fondo en nuestra carrera hacia Thanatia, un planeta que ya no es la Tierra porque su capital natural está totalmente degradado. No podemos continuar por este camino, por razones ambientales y por la escasez de recursos”, defiende.
“Debemos recuperar el equilibrio, y debemos hacer del mismo el motivo principal de todas las políticas que emprendamos. Debemos vivir en equilibrio con los ciclos del planeta: con el ciclo del agua, con el ciclo del nitrógeno, con las estaciones, con la lluvia y el sol. Y este equilibrio debe reflejarse en la tecnología que utilizamos. Una tecnología que esté integrada en el medio ambiente y en las medidas de reparación ambiental”, aconseja. Es más, alega a favor de “cultivar la parsimonia” con el único objetivo de “no aumentar la entropía”.
“Nos va literalmente todo en ello”
La adopción de otros ritmos se combinaría con un “repensamiento de la escala”. “La grandiosidad de la época fósil termina con los combustibles fósiles. No podemos intentar compensar la necesaria lentitud con un despliegue de gran magnitud”, advierte. Y desarrolla: “Toca decrecer, sobre todo en lugares como Europa, que tienen algo más que un desarrollo excesivo, un consumo excesivo. Ya no por una cuestión moral, sino por una imposibilidad práctica”.
“Es indudable que hacer frente a los límites biofísicos implica cierto grado de intervención en el mercado, al menos una cierta planificación porque la energía disponible no sólo ha disminuido, sino que seguirá disminuyendo. Esto implica racionamiento y, por tanto, una discusión de carácter político sobre el modelo de sociedad, porque debemos decidir qué hay que dar y a quién hay que darlo”, expone. Y contextualiza: “De todas formas, la economía capitalista moderna también se caracteriza por un elevado grado de planificación. Simplemente ahora los objetivos serían otros”.
A raíz de esta argumentación, hace una defensa de la alternativa del decrecimiento: “Si no hay decrecimiento, entendido como un movimiento planificado y democrático para adaptarnos al inevitable descenso energético y a la crisis ambiental, además de otras crisis, lo que habrá será empobrecimiento”. “Creer, como puro acto de fe, que se producirán innovaciones disruptivas en este momento simplemente porque nos resultarían muy convenientes es la forma de negarnos a aceptar que pasa lo que pasa y no estamos haciendo nada útil para adaptarnos a ello”, considera.
“Lo que tenemos como resultado de esta inacción es inflación, problemas con los suministros, desindustrialización, paro, malestar social, radicalización política, guerras, hambre, muerte, destrucción, miseria… ¿De verdad que no sabemos hacerlo mejor? ”, se pregunta para defender que se debe “empezar por decrecer”, ya que sólo así “se garantizará un futuro para Europa y para el mundo”. “Nos va en ello literalmente todo”, recalca en un ensayo caracterizado por esbozar las tecnologías alternativas que podían usarse en esta nueva etapa de decrecimiento.
Viejas recetas para un nuevo mundo
A lo largo de la historia, la fabricación de todo tipo de productos y elementos se producía junto a las fuentes de energía. “A principios del siglo XX, este aprovechamiento local de la energía alcanzó el máximo grado de refinamiento con el despliegue de las colonias textiles. Auténticas fábricas, junto con las viviendas de los obreros que trabajaban, se construían en lugares concretos de los márgenes de los ríos para poder aprovechar la fuerza hidráulica y destinarla, directamente y sin conversión intermedia en electricidad, al movimiento de los telares mediante sistemas de transmisión mecánica con poleas y engranajes. E igual que había fábricas textiles, había batanes, molinos papeleros y pequeña siderurgia”, recuerda.
“Con el advenimiento del motor de explosión y el uso masivo del petróleo, así como después con la extensión de la electricidad, el modelo integrativo entre energía y máquina fue perdiendo peso. Ya en el siglo XX la abundancia fósil permitió realizar una abstracción entre energía y máquina, de modo que los procesos de una se hacían independientemente de los de la otra”, prosigue. Esta segregación drástica entre energía y máquina “no era lo más eficiente […], pero, en ese momento, la energía fósil era tan barata como abundante, y desde el punto de vista económico esta separación sí que era ventajosa, porque permitía la especialización y la ‘taylorización’ del trabajo”.
En la actualidad, “todo el mundo ve natural hablar de energía como de algo independiente y separado”. “Pero ahora que la energía ya no es, y cada vez lo será menos, abundante y barata, ahora que las cosas ya no serán como eran a principios del siglo XX, ahora que todo cambia, tal vez este esquema, esta separación energía- máquina, también debería repensarse”, sugiere, aunque especifica: “No en todos los casos, ni en todas las aplicaciones, pero quizás para algunos contextos la reintegración de la obtención de energía y la operación de la máquina será lo más sensato”.
“No tenemos muchos ejemplos de tecnologías industriales apropiadas que estén preparadas ahora mismo para que la industria las adopte enseguida. Un estudio reciente ha realizado un esfuerzo de compilación de algunas de estas tecnologías a las que deberemos recurrir. Algunas de estas tecnologías son los molinos de agua para aprovechar el impulso mecánico en factorías; las forjas con fuelles hidráulicos; la concentración solar para el calor intenso, tanto para cocinar como para usos industriales, y en general el uso responsable y moderado de la biomasa como fuente de materiales y, ocasionalmente, y de forma moderada, energía”, enumera.
¿Adiós a la hipermovilidad?
Los viajes de bajo coste en avión son el ejemplo paradigmático de la hipermovilidad que reina en nuestras sociedades contemporáneas. Un ritmo frenético de desplazamiento que, según vaticina Turiel, está condenado a reducirse en el nuevo tiempo climático: “La hipermovilidad actual sencillamente no es sostenible, y esto se sabe desde hace mucho tiempo”. “El movimiento acelerado de personas y mercancías para satisfacer un mercado en expansión continua implica cantidades crecientes de energía, de vehículos nuevos que sustituyan a los anteriores, de inversiones en mayores infraestructuras […] Pero no habrá ni energía, ni materiales para mantener ese ritmo”, insiste.
Debido a una menor disponibilidad de energía, el científico plantea alternativas al actual modelo basado en los combustibles fósiles. “En el transporte terrestre, el medio más eficaz es el ferrocarril electrificado […] La eficiencia varía según los países, el tipo de ferrocarril o la orografía, pero en condiciones óptimas un ferrocarril eléctrico es diez veces más eficiente que un camión. El rodamiento en railes comporta menor rozamiento y menos pérdidas energéticas, y utilizando frenos regenerativos cada vez que el convoy deba frenar, se recupera parte de la energía, que se devuelve a la red”, argumenta.
“En general, es preferible el tren convencional al de alta velocidad, porque el mantenimiento de la vía no es tan caro”, puntualiza, al tiempo que subraya como en el Viejo Continente se ha generado “una red de ferrocarril bastante densa, especialmente en países como Alemania”. “En España, por desgracia, es mucho menos extensa, y además en las últimas décadas se han abandonado algunas líneas que ahora sería urgente recuperar. Y no sólo para las líneas de larga distancia: ideas como el tren tranvía que se propone en algunas comarcas de Cataluña […] son exactamente las que necesitamos”, alega.
A pesar de que esta fórmula de transporte ofrece “ventajas en cuanto a consumo energético”, actualmente, “en la que algunos materiales comienzan a escasear o a encarecerse por la crisis energética […] hacer un gran despliegue de líneas de ferrocarril es un reto de primera magnitud, y aunque probablemente sea la mejor inversión que se podría hacer, será necesario un alto grado de consenso social, ya que el coste económico por una masificación del transporte ferroviario será muy elevado”. De cara a la industria, plantea acercar las fábricas a puntos nodales de la red ferroviaria, y para la distribución del comercio pequeño y de proximidad, opta por vehículos eléctricos.
“Desde el punto de vista de las comunicaciones, una de las ventajas de Europa central, sobre todo en países de más al norte, es la orografía relativamente plana, que ha hecho más fácil el trazado de caminos y carreteras, así como la construcción de canales fluviales”, introduce. “Partiendo de la explotación comercial histórica de los grandes ríos navegables (Rin, Danubio, Sena), con la primera revolución industrial, Europa se lanzó a la construcción masiva de canales navegables, y actualmente dispone de una red de más de 41 kilómetros”, ilustra.
A pesar de la expansión del transporte por carretera a raíz del consumo masivo de petróleo barato, Europa “sigue explotando hoy todas estas vías de agua continentales para el transporte de mercancías, debido a su notable eficiencia energética, que se traduce en unos costes económicos más bajos”. “Como en el caso de la navegación marítima, el hándicap principal del transporte fluvial es la lentitud, pero las distancias a recorrer en este caso no son tan considerables, y dado el gran volumen de carga transportable llega a ser competitivo, incluso si se compara con el transporte por carretera”, explica.
En el Estado español y en los lugares del sur europeo, esta opción es menos factible. ¿Por qué razones? Según sostiene el divulgador científico, la orografía es mucho más complicada y la cantidad de precipitaciones es mucho más escasa, así como el carácter de la lluvia es más irregular y las cuencas fluviales son más pequeñas frente a las existentes en Europa central. “La mayor obra hidráulica de estas características fue el canal de Castilla, pero resultó caro para la época y pronto quedó obsoleto con la llegada del ferrocarril; hoy en día el canal se utiliza principalmente para el regadío”, hace memoria.
El decrecimiento de los ritmos de movilidad tiene una víctima económica predilecta: el turismo, que representa en el Estado español más del 10% del conjunto del empleo y el 14% del PIB estatal. “La verdad es que, a medida que viajar se haga más caro, de forma inevitable el turismo irá decayendo y, sobre todo, cuando volar sea prohibitivo, el turismo global sufrirá un fuerte bajón”, avisa. “La reconversión turística requiere una planificación a largo plazo porque no será fácil reformar las ciudades, ni siquiera urbanísticamente, ni reciclar trabajadores del sector”, comenta encendiendo las alarmas. Y añade: “Cuanto antes se empiece a preparar, menos traumático será cuando no se pueda aplazar más”.
Un continente sin materiales críticos
Uno de los retos que afronta Europa es su carencia de materiales destinados a la elaboración de componentes industriales y electrónicos “La verdad es que en Europa no hay recursos mineros abundantes. Hay unos cuantos materiales cuyo aprovechamiento minero puede ser razonable, sí, pero la mayoría de los proyectos que se presentan son salvajadas ambientales cuya producción máxima podría cubrir una cantidad ínfima de las necesidades materiales actuales de la industria europea”, afirma, por poner énfasis en la posibilidad de apostar por el reciclaje de los materiales.
“Es cierto que en los puntos limpios ya hace mucho que se hace un esfuerzo enorme para reciclar los metales, sobre todo los más estructurales: el aluminio, el hierro, el acero, el cobre… En el caso del cobre, la tasa de reciclaje actual es superior al 30%, una cifra destacable, pero que llevaría a un rápido descenso del cobre activamente utilizado, en una situación en la que su extracción comience a disminuir (como parece que va a ocurrir). Y si la situación no es buena con los metales estructurales, en realidad el reto radica en el aprovechamiento de materiales empleados en la microelectrónica, sobre todo en las tierras raras”, indica. “Existe un gran potencial para el aprovechamiento de estos materiales en España”, incide.
Con la mirada puesta en el reciclaje, propone “tratar los materiales de desecho de una manera completamente diferente a la actual, favoreciendo su separación y tratamiento desde la recogida y evitando que vayan a parar a vertederos comunes, algo que exige concienciación y pedagogía”. “Hay que cambiar muchos de los diseños de los objetos que consumimos, desde los coches hasta los móviles. Se debe evitar al máximo la mezcla de materiales, que hará difícil y energéticamente costosa su separación, aunque sea a costa de sacrificar parte del rendimiento de los productos finales”, plantea.
“Es imprescindible hacer un esfuerzo para garantizar la producción de chips sostenibles de verdad, aunque sean de una capacidad de procesamiento muy inferior a los actuales”, agrega como desafío. De hecho, aboga por “volver a chips que puedan ser fabricados a escala nacional con unos medios modestos”. Toda una batería de alternativas puestas sobre la mesa con el propósito de debatir sobre un futuro cargado de turbulencias.
Publicado el 6 de enero de 2025
Nº. 2117
EL TEMPS