De la enervante rutina a la esperanza

s como un aburrimiento enfermizo. Nuestros hábitos burgueses te permiten hoy por hoy, largarte dos o tres semanas a conquistar, para luego farolear ante los amigos, los picos pardos. Cuando por fin dejas atrás el super-estrés de aeropuertos, visitas guiadas y menús cutres, caros y precipitados, y te reintegras a tu ambiente, tienes la sensación de regresar a un mundo sin matices, de puros perfiles grises. El primer contacto con los medios te sume de nuevo en la rutina y en el habitual aburrimiento. Nada cambia, nada fluye, ningún político te sorprende, te motiva o te ilusiona.

Las mismas sandeces de siempre, las mismas consignas, los mismos rostros inmutables.

El franquista PP lo tiene más fácil; sólo tiene que repetir el discurso del 36; no hay más víctimas que “las suyas”. Nada importan sus genocidios; como el de la guerra civil, son daños colaterales. Ni más paz que la de la sumisión de los vencidos. Todavía no se han enterado de que una paz de tal guisa jamás fructificó ni fructificará.

La llamada izquierda española -una izquierda sin ningún empacho en cerrar filas con la derechona cuando lo considere preciso-, con su sempiterna alusión a la violencia abertzale, ¿acaso piensa, esta izquierda de boquilla, que si no tuvieran detrás, las brunetes, la guardia civil y todo el contubernio mediático y judicial -igual que los franquistas- nos iban a incordiar a los abertzales? Ni estado de derecho, ni gaitas. Aquí tenemos muy claro en qué fundamentos se sustenta su legalidad y su cacareado estado de derecho. Y sabemos que precisamente sus fundamentos son las bases del conflicto.

¿Y el discurso de los abertzales? De los jeltzales, ¿qué se puede decir? Llevan más de cien años poniendo una vela en las cortes madrileñas y otra en el árbol de Gernika. Y no parece que su cacareada soberanía en ciertos momentos puntuales les agite sus neuronas independentistas. Se sienten cómodos con los colegas de San Jerónimo.

¿Y los demás abertzales? Pues, como siempre, cabreaditos entre nosotros, empeñados en el “y tú más”, o “tú menos”, divagando por los pronunciamientos o colocándonos para la foto de la paz definitiva.

¿Y la Iglesia, por supuesto, la institucional? Bueno, bueno; esto merecería un capítulo especial. Evidentemente, no hace falta recorrer Sudamérica para cerciorarte de las aberraciones y crímenes que ha bendecido. Aquí mismo, en la vieja Europa, siempre ha convivido en escandaloso concubinato con el imperio o poder político de turno. ¡Es tan aberrante y escandaloso su paso por la historia! ¡Que se atreva a exigir perdón una institución tan perversa! Tras siglos y siglos torturando y matando al Dios justo y humilde de los pobres de espíritu, milagro nos parece a muchos que el buen Dios pueda pervivir. Yo le daría un consejo evangélico: anda, arrepiéntete, pide perdón, reparte tus bienes a los pobres y disuélvete.

Total, todo como antes, y yo con los mismos tics, conceptos y paranoias. Todo sigue igual.

¿O no? Pues no. Rotundamente no.

Hay un cambio profundo y sustancial que sería gravísimo para Euskalherría desaprovecharlo. La Perspectiva de Paz. Algo que ni los propios políticos pueden valorar. Quizá no estén preparados para tal evento, porque sin conflictos ¿de qué van a hablar y para qué menester pueden servir? Quizás se encuentren cómodos entre el bureo mediático y político, porque con el conflicto se medra y se llenan muchos bolsillos. Y si no, que los pregunten a los gestores del “Reino de Navarra”. El pueblo basco no puede, no debe permitir un paso atrás.

La gente ignora si la cocina política está en plena efervescencia. Quizás sea conveniente este secretismo, quizás.

Pero hay pasos que ya debieran estar dados con cocina o sin cocina. El acercamiento de presos, como insoslayable derecho humano. La legalización inmediata de la izquierda abertzale. Si antes, contra toda racionalidad nos la impuso “el estado de derecho”, hoy su derogación inmediata es un paso vital para caminar hacia la paz. La desaparición de la “kale borroka”. Muchos abertzales nunca logramos comprender ni su alcance reivindicativo, ni su eficacia. Hoy menos que nunca. Y por eso no creo que seamos menos soberanistas.

Yo dejaría a los políticos que transiten por ese magma caótico, en el que al parecer parecen sentirse tan cómodos, tan en su salsa.

Es el pueblo quien definitivamente tendrá que impulsar la paz. ¿Cómo? Caminando. Nuestros pasos irán resolviendo los enigmas. Así los han resuelto los lituanos, eslovacos, montenegrinos…

Es por todo esto por lo que creo que los tiempos de la rutina se esfumaron. Hoy me siento obligado a creer que los valles y cimas de Euskalherría comienzan a ser alumbrados por los nuevos amaneceres de la esperanza. Pero la esperanza sólo tendrá consistencia en la medida en que nos pongamos a navegar. Con los remos al pairo no se alcanzan los nuevos horizontes.