De la distopía a la nueva utopía

Después de que los relatos apocalípticos acapararan la atención de la ficción, tanto literaria como audiovisual, la visión esperanzada renace de nuevo como forma de pensar e imaginar el futuro

“Está usted aquí”, dice un diagrama de Venn en el que convergen una serie de círculos donde aparecen los títulos de las distopías clásicas, para señalar que vivimos en un mundo marcado por todos los males políticos y sociales que diversos autores imaginaron décadas atrás. Aparecen las ‘fake news’ y alguien comenta que es un acontecimiento que se parece mucho a la manipulación de la historia y del lenguaje que imaginó Orwell en ‘1984’. Ocurre algún desastre y remarcamos que nos estamos acercando al mundo de ‘Mad Max’. A veces parece que leamos, y nos guste leer, la realidad en clave distópica. Por eso, desde hace ya algunos años, ciertos movimientos y géneros literarios apuntan que la esperanza y la mirada utópica parecen haberse convertido en lo revolucionario, lo subversivo.

Según el filósofo Francisco Martorell, autor de libros como ‘Contra la distopía. La cara B de un género de masas’ (La Caja Books, 2021) o ‘Soñar de otro modo. La reinvención de la utopía’ (La Caja Books, 2024, aunque se publicó una versión anterior en 2019), desde hace años la distopía está presente en todos los aspectos de la ficción (películas, series, videojuegos, libros). Esta abundancia parece reforzar el clamor sistémico que dice que lo peor está por venir y no hay alternativa. Pero ¿qué entendemos por distopía y en qué se ha convertido?

Martorell señala que “aunque toda distopía esboza un futuro aciago, no todo futuro aciago pertenece a la distopía”. ¿Por qué? Porque la distopía nació sobre todo como un género político de ciencia ficción en el que retratar, de forma detallada y crítica, la estructura social y política de una realidad (no deseable) peor que la nuestra, aunque en cierta manera nacida de ella. En su momento, buscaban provocar una reflexión sobre los peligros de los totalitarismos. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando se repite demasiadas veces que ese futuro no deseable es a lo que vamos porque no hay alternativa? Que aquello que nació como forma de reflexión acaba por reforzar el relato, porque si lo único que hacemos es contarnos lo mal que está el mundo y cómo va a ir a peor, lo que alimentamos es el desaliento. Por eso, tanto Martorell como otros autores se esfuerzan en reivindicar la importancia de recuperar otra mirada, otra forma de pensar, de imaginar, para luchar contra la sensación de inmovilismo, de incertidumbre, de que no hay alternativa, solo una línea recta que nos lleva al desastre.

Quizá también por eso desde hace unos años aparecen obras de ficción y de no ficción que se acercan a una perspectiva utópica como motor, como fuente de diálogo, porque una de las claves para recuperar este tipo de discurso es recordar que las utopías no son algo cerrado, perfecto, sino algo en construcción, una forma de explorar, de imaginar. Además de los ensayos escritos por Francisco Martorell, podemos encontrar la recopilación de ensayos ‘Habitar el horizonte. Plétora de utopías posibles’, editado por Julia Ramírez-Blanco y publicado por MRA Ediciones en el 2023, ‘Malsons i somnis de futur’, de Jordi Solé Camardos (Voliana Edicions, 2024), donde el autor estudia las aportaciones positivas y negativas de utopías, distopías y catastrofismo en la ficción, o la también reciente ‘Utopías cotidianas’, de Kristen Ghodsee (Capitán Swing, 2024), un libro que nos muestra ideas, ficciones y experimentos utópicos que buscaron e imaginaron otros planteamientos, otras maneras de vivir u organizarse. En algunos casos fueron experimentos fallidos, pero, como recuerda el título del ensayo de Akash Kapur sobre la búsqueda de la utopía en Auroville, ‘Almenys ho vas intentar’ (Saldonar, 2023). O como el escritor uruguayo Eduardo Galeano recordaba, citando las palabras del cineasta Fernando Birri al hablar de la utopía: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

Utopías ambiguas, distopías críticas

La escritora estadounidense Ursula K. Le Guin (1929-2018) defendía que la ciencia ficción era una manera de ­preguntarse “¿qué pasaría si…?”. Para esta autora, como para muchos otros auto­res y autoras del género, la ciencia ficción era una forma de reflexión, no sobre el futuro, sino sobre el presente. Aunque podamos decir que George Orwell acertó, o que en algún cuento de Ray Bradbury aparece un elemento ­tecnológico que nos recuerda al móvil, la ciencia ficción no busca predecir el futuro, sino describir y reflexionar sobre el presente, utilizar la literatura para especular, ­para imaginar y pensar ­sobre el comportamiento humano.

Le Guin también defendía que la utopía no debía comprenderse como una sociedad cerrada, acabada, hecha y perfecta, sino como un proceso: un proceso de aprendizaje y crecimiento, de comunicación y respeto, de honestidad y conciencia. De hecho, la idea del proceso y del diálogo impregna varias de sus obras, como ‘Los desposeídos’. Una utopía ambigua (Minotauro/Raig Verd), obra que fue escrita en 1974 y de la que se cumplen cincuenta años. En ella, encontramos el planeta Urras, dominado por una sociedad capitalista, y su satélite, Anarres, donde se instalan los exiliados de una revolución para llevar a cabo la implantación de una utopía anarquista. ¿Qué hace que esta novela sea tan interesante? Que nos muestra ambas sociedades a través de los ojos de un personaje que nos permite ver las dificultades, las tensiones que surgen, porque cualquier construcción social las tiene. Y vemos la importancia de dialogar para comprender, para reflexionar, para encontrar otra manera, otro camino. Se la considera una utopía crítica porque explora las dos posibilidades, y muestra las limitaciones y problemáticas de ambas, porque, en el fondo, no hay soluciones fáciles ni simples.

Lola Robles (Madrid, 1963), escritora de ciencia ficción, teórica y estudiosa de géneros fantásticos, nos propone una idea similar en su última novela ‘Más allá de Concordia’ (Consonni). Concordia es un mundo pacífico, casi utópico, al que acuden tres habitantes del planeta Mirguissa. La posibilidad de ver una sociedad desde otro punto de vista permite que los propios habitantes de Concordia se pregunten cómo funciona su sociedad y en qué podrían mejorar. La autora muestra, con un gran manejo de los diálogos, la importancia de la reflexión constante, de la comunicación y la observación para comprender la sociedad, a los demás, a nosotros mismos. ‘Más allá de Concordia’ es una novela que nos habla de la convivencia, de la construcción de la identidad personal y colectiva, y nos recuerda, como también lo hacía Le Guin, que una sociedad utópica no es perfecta e inamovible, ni debiera aspirar a convertirse en un estado intransigente, autoritario o cerrado, sino que debería aprender de los errores e intentar transformarlos.

Cambiar la mirada

Son muchas las voces que están trabajando para que la ficción se llene de un imaginario que aporte una mirada diferente, más abierta, más amable. En la edición del 2023 del Festival 42 (el festival de géneros fantásticos de Barcelona que tiene lugar en noviembre desde hace tres años), se plantearon diversos debates sobre literatura apocalíptica, distopías y utopías, y sobre cómo los géneros fantásticos pueden ser una de las maneras de explorar alternativas más optimistas o que, como mínimo, tengan un punto más de esperanza.

Uno de los exponentes de este planteamiento centrado en la esperanza es el escritor estadounidense Kim Stanley Robinson (Illinois, 1952), autor que ha visitado varias veces el CCCB de Barcelona para hablar de literatura especulativa, ‘climate fiction’ y del optimismo enfadado, concepto que definió en una entrevista con José Luis de Vicente en el 2017, y que se podría resumir en que “hay que utilizar el optimismo como un bate, para dar caña a todos los que dicen que estamos sentenciados y que mejor que nos rindamos”.

Desde hace años, Kim Stanley Robinson busca pensar la ficción desde una mirada que imagine posibilidades que se alejen del desaliento, no inventando futuros perfectos, sino explorando escenarios donde la humanidad ha logrado afrontar las dificultades, ha buscado alternativas. Si nos centramos en su última novela, ‘El Ministerio del Futuro’ (Minotauro, 2021), el estadounidense imaginó la creación, en el 2025, de un ministerio del futuro cuyo objetivo era buscar una solución al incremento desbocado de emisiones de CO2 e incentivar una sociedad y una economía que permitiera la sostenibilidad de la humanidad. Como en el caso de Le Guin o Robles, no se trata de un lugar acabado, sino que lo que busca el autor es explorar lo que ocurre en las décadas posteriores, ver cómo esa decisión afecta a la sociedad, cuáles son las reacciones de los gobiernos…

Otra autora que debemos tener en cuenta cuando hablamos de una mirada más amable sobre el futuro y sobre la humanidad es la estadounidense Becky Chambers (California, 1985), autora de obras como ‘El largo viaje a un pequeño planeta iracundo’, ‘Una órbita cerrada y compartida’ (ambas publicadas por Insólita Editorial) o la más reciente ‘Monje y robot’ (publicada en castellano por Crononauta y en catalán por Mai Més). Considerada como una de las voces más interesantes del ‘hopepunk’ (subgénero de la ciencia ficción que se está asentando y que, como el ‘solarpunk’ o el ‘climapunk’, busca otra mirada que no esté centrada exclusivamente en el desastre y que vea la esperanza o la amabilidad no como ingenuidad, sino como resistencia), Becky Chambers explora en ‘Monje y robot’ un mundo en el que ha ocurrido el colapso ecológico, pero donde lo que nos interesa no es el desastre en sí, sino ver cómo la humanidad se reconstruye, con qué valores. De hecho, cuando el personaje principal, Dex, decide dejar la urbe para convertirse en monje de té itinerante y adentrarse en tierras salvajes, donde se supone que habitan los robots con conciencia, se encuentra a un robot que busca una respuesta a una pregunta que, en el fondo, también nos podríamos hacer nosotros: “¿Qué necesitan los seres humanos?”

Géneros como el ‘hopepunk’ o el ‘solarpunk’, que defienden la importancia de escribir sobre lo que nos gustaría esperar, no solo sobre lo que debemos evitar, han ido creciendo y expandiéndose durante los últimos años. La necesidad de cambiar la perspectiva, de construir imaginarios que exploren otras opciones que no nieguen la complejidad, pero que no se centren únicamente en el desastre y en la imposibilidad del cambio, también está impregnando nuevos proyectos en nuestro país.

Un ejemplo de esto es el premio que se presentó en Andorra el pasado mes de marzo del 2024: el premio Bagaleu de Ficció Climàtica, una iniciativa que quiere promover por un lado la literatura especulativa en catalán y por otro una reflexión sobre el cambio climático que permita imaginar escenarios que vayan más allá del colapso. La editorial encargada de publicar la obra ganadora será Chronos, una editorial que lleva cinco años publicando ciencia ficción y ofreciendo obras que invitan a reflexionar sobre el cambio climático y sus efectos, como ‘Trescafocs’, de Adrian Tchaikovs­ky, o ‘L’home dels ulls compostos’, de Wu Ming-Yi, obra que se adentra en el mar para mostrar los peligros de las islas de plástico, pero también para ofrecernos una nueva manera de observar y entender la naturaleza.

Otro ejemplo es ‘Hopepunk. Antología para un mundo mejor’, una antología de relatos y poesía publicado por el colectivo Droids & Druids, una asociación sin ánimo de lucro que busca promover la literatura de fantasía y ciencia ficción, y que apuesta por dar voz a jóvenes escritores que están explorando los límites de los géneros fantásticos y su hibridación. Sus creadoras remarcan que el ‘hopepunk’ es un subgénero que apuesta por la rebeldía contra el sistema con la esperanza en un mundo mejor, que hace hincapié en la importancia de los valores y en que los fines no justifican los medios; una forma de entender las historias que nos recuerda que, aunque el mundo se está perdiendo, los actos de bondad y de amabilidad pueden suponer un gran cambio. El hopepunk, como la mirada utópica, acaba por convertirse en un impulso narrativo, en un disparador creativo que anima a buscar otra forma de construir mundos imaginarios, de crear respuestas diferentes a la pregunta “¿qué pasaría si…?”. Y es que, al final, como decía Galeano, se trata de caminar observando el horizonte. Y para ello, hay que mirar… E imaginar.

Entrevista a Lola Robles, escritora​

“Nuestra realidad es muy de ciencia ficción”

-Como autora que ha estudiado el género, ¿cree que el papel que juega la ciencia ficción en nuestra sociedad ha cambiado en los últimos años?

-Vamos a partir del hecho de que todavía hay muchas personas que no leen ciencia ficción o no conocen bien el género, y lo asocian a entretenimiento, evasión, batallas espaciales o astronautas. Dicho esto, el contexto histórico en que vivimos, nuestra inmersión en él y nuestra vinculación con la tecnología son factores decisivos para entender nuestra realidad. Y esa realidad es muy de ciencia ficción.

-En ‘Más allá de Concordia’, trabaja con una utopía crítica, donde vemos lo que supone una sociedad en construcción. ¿Cree que el diálogo es un elemento importante para trabajar utopías o distopías?

-Para mí el diálogo es fundamental, proponer distintas posiciones, ideas, planteamientos… Por un lado, nadie tiene la verdad absoluta, aunque haya personas que crean que sí. Hay que intentar comprender otras opiniones (sensatas) y buscar acuerdos. Y, por otro lado, yo tengo muchas más preguntas que respuestas, y muchas más dudas que certezas, afortunadamente. No me gusta la rigidez ni el fanatismo ni el tenerlo todo tan claro. Por eso dialogo en mis textos.

-De hecho, en su novela, además del diálogo entre los dos puntos de vista, hay también diálogo dentro del propio grupo. Podemos ver las costuras de esa sociedad, que no existen soluciones milagrosas…

-Claro que no hay soluciones milagrosas ni rápidas, ni para imaginar utopías ni para ponerlas en práctica. Continuamente van a surgir conflictos y dilemas que habrá que afrontar. ¿Una utopía debe ser vegana, solo vegetariana, admitirá a las personas carnívoras o cada cual puede hacer lo que quiera, aunque eso suponga consumir carne tal como se hace ahora? ¿Una utopía deber ser pacifista y no violenta de modo radical o aceptará que, en ocasiones, tendrá que defenderse de enemigos? Me gustan las utopías, aunque no creo mucho en ellas, cada vez creo menos en el ser humano, me parece que es una cuestión de edad, con los años puedes llegar a decepcionarte y desilusionarte mucho. Y por eso escribo sobre esa cuestión, para consolarme con la imaginación, con la posibilidad de seguir creyendo en lo utópico.

-Y ya que hablamos de creer en lo utópico, ¿cree que la literatura puede hacer algo para que las personas reflexionen sobre la realidad, el presente y el futuro?

-Creo que sí, igual que el cine o los ensayos, por ejemplo, pero no puede hacer mucho. Pesan e influyen más la televisión comercial y las redes sociales, y ahí campan el sensacionalismo, la mentira, el odio y la violencia sin pudor. En mi ciencia ficción yo siempre vuelvo a los mismos temas: los seres humanos, sus relaciones y la sociedad, las ideologías y la posibilidad de una realidad mejor, aunque sea tan difícil.