Como si fuera una consigna, varios medios de comunicación catalanes, encabezados por TV3, han fabricado titulares orientados a menospreciar el número de asistentes a la manifestación de la Diada Nacional de este año. No se han atrevido a utilizar la palabra ‘fracaso’, pero no era necesario, ya que el conjunto de la información que daban así lo transmitía. Pero no era éste el verdadero mensaje, la sistemática comparación con las conocidas manifestaciones de entre un millón y medio y dos millones de personas tenían otro objetivo, que era transmitir la idea de que el independentismo se deshincha, que el independentismo sólo vivió un ‘momento’ de gloria y que ahora desfallece. Como si aquello hubiera sido un espejismo, una borrachera que luego se tradujo en un dolor de cabeza y en un baño de realidad. Este tratamiento de la información, que encaja punto por punto, mira por dónde, con los intereses del poder, tiene una misión específica, que es hacer que arraigue en la sociedad catalana la idea de que la reivindicación de libertad de Cataluña se ha terminado, que ahora el país ha ‘sentado cabeza’ y que lo que se llama ‘independentistas de verdad’ sólo quedan cuatro.
La idea que nos quieren inocular no es distinta a la que todos los poderes autoritarios han empleado siempre contra sus movimientos disidentes: el esclavo insumiso es sólo un inconsciente que se niega a asumir su condición; el negro rebelde es sólo un estúpido que se niega a asumir la diferencia que le separa de un blanco; la mujer feminista es sólo una mal follada presuntuosa que aún no ha comprendido cuál es su lugar en el mundo; el independentista catalán es un radical que aún no ha entendido que el dueño de su vida no es él, sino España… Por tanto, hay que emplear el jarabe de palo. Éste es el jarabe del dueño, en el caso del esclavo; el jarabe del blanco, en el caso del negro; el jarabe del machista, en el caso de la mujer, y el jarabe del Estado en el caso de los catalanes.
Por eso es tan importante no dejarse engatusar por el mensaje de los medios conniventes con el poder, dado que su misión consiste en desmovilizarnos, en devolvernos al estado letárgico de los años ochenta y a la política del ‘pájaro en mano’. Hay un tiempo para cada cosa, y aquél, el del pájaro en mano, ya ha pasado. Está bien coger el coche sólo para dar la vuelta por el pueblo cuando acabas de sacarte el carnet, pero si cuarenta años después todavía no has ido más lejos quizás te hagas algunas preguntas.
Un rasgo inherente a los colectivos y pueblos oprimidos es la falta de unidad en el camino de su emancipación. La inexperiencia a la hora de gobernarse o el miedo a hacerlo con todas las consecuencias, son elementos que intoxican sus relaciones internas, ya que algunos sectores disfrazan de cordura su cobardía y esto choca con quienes no quieren la emancipación como una etiqueta, sino como una realidad. Ni que decir tiene que el gran beneficiado de este desbarajuste es el poder que los oprime, que le basta con dar alguna migaja al sector sumiso para que éste aleccione a los demás diciéndoles: “¿Ves cómo la docilidad tiene premio?”. Naturalmente, no lo llama ‘docilidad’, lo llama ‘pactar. Pero es falso, porque el opresor no tiene necesidad de pactar con el oprimido. El único pacto es el de fabricar un titular que deje en buen lugar al oprimido pactista frente a los suyos y reserve al opresor la potestad de incumplirlo o reducirlo a media migaja. El oprimido pactista ya sabía esto y calla; calla, porque lo único que él de verdad quería era un titular coyuntural que salvara sus sillas, y ahora ya lo tiene.
Así las cosas, es necesario separar este mundo del mundo de la sociedad civil, ya que viven en diferentes dimensiones. Es cierto que Cataluña, desde un punto de vista institucional, provoca vergüenza ajena. Las miserias más viles de quienes han entregado la Generalitat a un partido ultraespañolista y avalista del 155 muestran una imagen de Cataluña completamente sumisa y derrotada que, en el mejor de los casos, sólo inspira pena. Pero el independentismo en la sociedad civil se mantiene firme. Es un error confundir la indignación y la decepción de la gente con un abandono de ideales y un regreso al redil. Cuando el españolismo era minoría en el Parlament, decían que la mayoría independentista no significaba nada; ahora que quien tiene mayoría es el españolismo, dicen que la mayoría lo significa todo.
Pues bien, si los españolistas están tan convencidos de que el independentismo es minoría, sólo deben hacer lo que hacen los demócratas cuando hay diversidad de pareceres, que es votar. Los demócratas ponen las urnas y votan. Y lo que votan es vinculante. La pregunta, en nuestro caso, es muy sencilla: “¿Quiere que Cataluña se convierta en un Estado independiente?”. Casilla del SÍ y casilla del NO. Papeleta, recuento y resultado. Ya se hizo y ganamos, ya lo sé. Pero cuando el lector de estas líneas se encuentre con la cantinela del bajón del independentismo, será bueno que rete a su interlocutor españolista a dirimirlo en las urnas. Verá que rápidamente cambia de tema. Y es que, como dice el dicho, antes se atrapa a un mentiroso que a un cojo. Miente cuando dice que el independentismo ha descendido, y miente cuando se autodefine como demócrata.
RACÓ CATALÀ