Escribo estas líneas en contestación del articulo del profesor Ramón Zallo, titulado “Currículo vasco o currículo ideológico”, por alusiones al proyecto cultural Nabarralde del que soy partícipe.
Ramón Zallo se resiste a aceptar que el factor distorsionador de Euskal Herria es la carencia de Estado o, mejor dicho, su sometimiento a proyectos nacionales y estatales que no son propios, de ahí que prefiera siempre quedarse en la superficie de los problemas, riesgo éste de quienes pretenden resolver los conflictos limitándose a hacer que desaparezcan los síntomas. No es posible afrontar el problema de nuestra identidad, ni como pueblo, ni como nación, sin hacer frente a la educación y consiguiente sistema de conocimientos. Cree Zallo que tal pretensión constituye una manipulación, inadmisible para la mayoría de nuestra sociedad. A decir verdad, toda educación constituye una manipulación, sin necesidad de dar a esta expresión otro significado que el etimológico; educar significa hacer salir, sacar la potencialidad del ser humano. La educación puede ser correcta o incorrecta y únicamente ésta última merecería la calificación de manipulación en sentido peyorativo.
Pido a Zallo que si se le califica de ingenuo, lo considere más una crítica que una descalificación. Los Estados modernos ponen tanto interés en la enseñaza, no ya para tener buenos técnicos y profesionales -desde luego que sí- sino sobre todo para tener buenos ciudadanos, y buen ciudadano es el que se identifica en su pensamiento y hechos con los proyectos de la Nación, del Estado. No tenemos sino que mirar a Francia -paradigma del estado moderno- La enseñanza ha sido planteada aquí como el instrumento de concienciación nacional en una realidad humana que no era homogénea ¿No lo cree Zallo? Pues Fernand Braudel afirma que la identidad francesa se creó con la enseñanza y fue reafirmada luego por el servicio militar. En la misma línea Gerard Noiriel atribuye al conjunto de la Universidad -y a la intelectualidad- el objetivo de justificar el proyecto de Estado ¿Qué otra cosa han sido los normaliens sino difusores de los principios republicanos y de los valores ciudadanos? ¿Valores ciudadanos? Estos debían identificarse con la Francia republicana, cortada bajo el patrón parisino y que despreciaba como reaccionario lo que no sonaba a francés. En la misma dirección el revolucionario nacionalista húngaro Kossuth reclamaba la independencia de Hungria con respecto al imperio Austriaco, pero exigía a las naciones eslavas y otras sometidas al reino húngaro que se conformasen con los valores de ciudadanía. Como podemos comprobar, poco nuevo.
¿Acaso España no ha pretendido siempre seguir este modelo? El currículo oficial pretende imponer una visión en la que España es Nación ya desde los visigodos, minimiza al máximo la realidad musulmana y pretende ver en los reinos medievales el proyecto de recuperar la nación cristiana perdida; se regodea en las grandes hazañas de los austrias y reclama la francesada como la mayoría de edad del Pueblo español que quiere ser dueño de sus destinos. Pretende imponer con estas bases la solidaridad nacional, que en realidad oculta la sujeción de la Nación navarra a los intereses espúreos de la española. A decir verdad, las diferencias entre el proyecto nacional de Franco y el “democrático” actual son de matices. Ambos insisten en la convivencia de siglos y la necesaria solidaridad de las tierras de España.
¿Cómo piensa Zallo construir la identidad cultural de Euskal Herria? No es suficiente con sublimar la realidad insistiendo en que los diferentes posicionamientos políticos que se ven en nuestra sociedad son la muestra de nuestra pluralidad. Podemos calificar de sociedad culturalmente plural a la Suiza, en donde las diferentes colectividades, francesa, alemana, italiana y romanche mantienen su identidad lingüística, valorada como un acervo común del estado suizo, que no impide a ninguna de ellas identificarse con éste último en lo político. En Navarra -Euskal Herria- por el contrario, los diferentes posicionamientos políticos, que en definitiva se reducen a dos -partidario de la soberanía nacional o de España- son muestra de la desestructuración sociológica y política de nuestra Nación, porque ambos proyectos se contradicen por principio. Puede replicar Zallo que de esta manera nos encontramos abocados al enfrentamiento. Resulta estéril no aceptar la realidad, pero el enfrentamiento deriva de la actitud de España y Francia, cuando se niegan a que los vascos podamos ser los dueños de nuestros destinos. Creo, en consecuencia, que Zallo se obstina en seguir un camino inadecuado ¿Todos los posicionamientos son legítimos? y ¿cómo puede ser legítimo el planteamiento soberanista, perseguido como un delito por los estados español y francés en su actitud recalcitrante?
Zallo se ve obligado a refugiarse en el País de Alicia y las mil maravillas, cuando plantea la posibilidad alcanzar la convergencia en lo cultural, identitario y demás sin necesidad de llegar a un proyecto político de mínimos que garantice a los vascos el diseño y control de esos elementos que configuran una colectividad. No es cuestión de vascos buenos y malos, sino de conseguir una sociedad propia, libre de factores extraños que tenga capacidad para hacer frente a los retos de convivencia que nos afectan. En este terreno cabe preguntarse por las condiciones imprescindibles que permitan alcanzar este objetivo de manera eficaz ¿Es posible sin un Estado propio? Por suerte una colectividad perseguida puede refugiarse en los lazos de la solidaridad colectiva, para hacer frente a la agresión de parte de quien pretende dominarla, como sucedió en las circunstancias extremas de la dictadura franquista y como sucede en la presunta democracia actual. No es ésta la situación idónea para una sociedad normalizada. A tal sociedad no le queda sino una alternativa; o ser dominada y terminar perdiendo su identidad, o liberarse del dominio que busca su asfixia.
La solución soberanista es ineludible para resolver la cuestión, aunque es cierto -y Zallo mismo es la muestra más completa- que el acomplejamiento paraliza en muchos casos la capacidad de decisión. La fuerte presión ejercida por los Estados dominantes desde sus instrumentos jurídicos, intelectuales y mediáticos lleva a aceptar que el soberanismo atenta a la razón, porque creemos que el sedicente Estado de derecho es auténtico, damos por sentado la imparcialidad de las togas dictando sentencia desde sus altos sitiales y hasta nos creemos que los tricornios son garantía de orden. Tenemos que dejar de mirar de reojo a las cátedras de la complutense y a los editoriales del periódico El País y sus predicadores de fondo.
Y aquí es donde aparece con más claridad la cuestión del currículum. La confusión que campa en nuestra sociedad es, precisamente, resultado de la desestructuración de la conciencia nacional que se manifiesta en la diversidad de opiniones tan contradictorias -las mimbres- con las que Zallo quiere que se articule nuestra identidad ¿Cree Zallo que podrá hacerlo sin que esa misma sociedad controle el sistema de conocimiento y de enseñanza? Por favor señor Zallo, no nos acuse de pretender imponer por la fuerza nuestros puntos de vista. Como soberanistas que somos, reclamamos la total libertad para la decisión de nuestros connacionales y, en consecuencia, la libertad más absoluta para acceder a la información más amplia. La realidad es que en el momento presente los únicos que se encuentran en condiciones de imponer sus puntos de vista son los estados español y francés. Otros tenemos grandísimas dificultades para que nuestros planteamientos sean conocidos y difundidos.