Cuestión de interpretaciones

La muy previsible decisión final de la CUP ha vuelto a abrir la caja de los truenos, que en política es la caja de las interpretaciones. Interpretaciones en lucha para ver si alguna llega a ser hegemónica y estabiliza el campo de la política. Nótese, particularmente, que en estos momentos la fragmentación de las interpretaciones es muy superior a la de la misma representación parlamentaria. Incluso los tertulianos más alterados por el fin del bipartidismo y la fragmentación del mapa parlamentario no paran de desmenuzar a cada uno de los partidos. Pongamos el caso del PSOE. Un partido y varias interpretaciones: para unos, ha resistido bien; para otros, un fracaso. Para unos, hay que cerrar filas en torno a Sánchez; para los demás, hay que acelerar la sustitución. Y Sánchez resistirá o acabará cayendo no por el número de votos y escaños conseguidos, sino por la fuerza de los que sostienen una u otra interpretación de la realidad.

Situémonos en Catalunya. En la CUP ¿ha ganado la revolución por encima de la independencia, como sostenía Josep Rull de Convergència, o, como sospecho yo, ha ganado el instinto de supervivencia grupal por encima del riesgo a “ensuciarse las manos” haciendo política? Y la candidatura Junts pel Sí, ¿fue resultado de un chantaje de CDC a ERC, y por lo tanto de la debilidad de los republicanos, o bien lo fue de un acto de generosidad de ERC que ponía al país por delante del partido? Todo no puede ser. Sería absurdo –y poco noble– suponer que a un chantaje se ha respondido con generosidad. Y Artur Mas, ¿se aferra al cargo por un sentido patrimonial del poder, para salvar al partido de la derrota o para enredarse con la bandera y esconder la corrupción, o bien tiene un alto sentido de la responsabilidad y, aunque preferiría retirarse, aguanta por el compromiso tomado con el millón seiscientos mil votos obtenidos el 27-S y por un sentido de lealtad con la libertad del país?

La decisión de la CUP, pues, ¿también será lo que los intérpretes consigamos imponer entre el electorado? En la rueda de prensa del domingo por la tarde, ellos mismos avanzaron una primera interpretación para sacarse el muerto de encima. Según ellos, se habrían visto forzados a votar un dilema que no era el suyo: el “Mas o marzo”. Cierto que habían intentado disimularlo con un embrollado sistema de votaciones que ni ellos acababan de saber explicar. Todo, para acabar aceptando que la decisión se había reducido a Mas sí, Mas no. Gabriela Serra, el domingo portavoz accidental de una rueda de prensa accidentada, ponía la venda antes de la herida del combate de interpretaciones, cosa propia de quien es más experta en gesticular que en gestionar. Así, pues, ¿estamos ante el final del proceso hacia la independencia o ha quedado libre de los lazos que lo tenían atrapado? ¿Se trata de un fracaso de Artur Mas, quizás el definitivo, o el fracaso habría sido quedar atrapado por unos “radicales” que lo habrían apartado del recto camino? Pero ¿de qué “recto camino” hablamos si, en cualquier caso, ya iba descarriado y conduciendo a los catalanes por el camino de la miseria y el aislamiento mucho antes de que los dados electorales robaran un diputado a Junts pel Sí en Girona?

Como solíamos explicar en primero de Sociología, las definiciones de la realidad dicen más de quien las hace que de lo que se pretende definir. ¡Dime cómo interpretas la realidad, y te diré quién eres! Quien puede, juega al autocumplimiento de profecía. De una profecía que lo beneficie, claro. No es que una mentira repetida mil veces se convierta en realidad, sino que la capacidad de anunciar y hacer creíble una calamidad es el primer paso para que se produzca. En toda vocación de intérprete, poco o mucho, explícita o secretamente, hay algo de aprendiz de brujo, y no sólo para adivinar qué pasará, sino para ayudar a que pase. Y dicen los que han viajado más que yo que en nuestro país, y en comparación con nuestro entorno político, hay una sobreabundancia de brujos, quiero decir de tertulianos, que da miedo. ¿Se podría llegar a establecer una regla que dijera –y un algoritmo que lo midiera–: “A más tertulianos, un poder más difuso y más inestabilidad política”? Quizás.

Que el lector no crea que quiero escapar de mi interpretación. Quiero pensar –esta es la expresión exacta– que la decisión de la CUP libra al proceso independentista de un lastre que habría acabado por ahogarlo. Quiero creer, también, que el electorado fiel al proyecto independentista sabrá aguantar, mientras que el unionista, en un marco no plebiscitario, probablemente no se sentirá tan obligado a decidir. Me gustaría pensar, finalmente, que en lugar de exasperar al votante con alertas agonísticas, lo del “o ahora, o nunca”, o “el voto de tu vida”, se le sabrá presentar un abanico de compro­misos creíbles que vayan más allá de las promesas de paraísos en la Tierra. Pero si ase­gurara que todo eso pasará, mentiría. Todo eso puede pasar. Y, ya ven, depende mucho de qué interpretación se acabe imponiendo de la realidad que estamos viviendo.

LA VANGUARDIA