Las decisiones adoptadas por el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) bosquejan el impulso de un proceso similar al vivido en las economías planificadas de Oriente (China y Vietnam, especialmente), con una incorporación progresiva de factores como el mercado, el sector privado o la liberalización de la agricultura y de la inversión extranjera, flexibilizando a un tiempo el papel de la planificación y abriendo camino a una economía mixta capaz de aportar un mínimo de eficiencia al sistema que ahora traslada buena parte de la responsabilidad por los resultados a la propia sociedad. Raúl Castro, cuyas simpatías por el modelo chino son bien conocidas y anteriores incluso a la asunción de las máximas responsabilidades tras la enfermedad de su hermano Fidel, ha tardado casi cuatro años en convencer al PCC de que no queda otra solución si ansía preservar su hegemonía política, en franca quiebra ante una ciudadanía que también contempla la actual como la última oportunidad para evitar la liquidación absoluta de las ilusiones y esperanzas nacidas en 1959.
El atrevimiento en el orden socioeconómico contrasta, sin embargo, con el conservadurismo exhibido en la elección de los máximos dirigentes. También en China ocurrió algo similar, a fin de garantizar que los veteranos sobrevivientes de la Revolución Cultural, aportasen su legitimidad a un rumbo que marcaba un giro de 180 grados en el curso del proceso político, evitando los sobresaltos internos que dañarían la estabilidad y garantizando una elemental y básica unanimidad.
Es posible que de aquí a la Conferencia Nacional que se ha anunciado para 2012 se aborde un cuidadoso proceso de rehabilitaciones internas que propicie el cambio de mentalidad y los relevos exigidos en las máximas instancias del poder para garantizar la aplicación de las decisiones de este cónclave. De lo contrario, esta secuencia de «cuatro viejos con cinco dientes» que hoy resume un Comité Central con una media de edad cercana a los 70 años será difícil que encandile a una ciudadanía expectante pero cansada ante la reiteración de sacrificios (que serán exigidos de nuevo) para acceder a la prosperidad . Prosperidad que no solo no llega, sino que parece alejarse con el fin del actual y precario Estado social.
La «actualización» del modelo aprobada en este Congreso sugiere un catálogo relativamente completo de medidas que pudieran encontrar resistencias en su aplicación no tanto en función de una controversia ideológica o política, que no parece estar en causa, sino por la fuerza de unas inercias que han impedido hasta ahora la implementación de las medidas parciales que Raúl Castro ha ido adoptando en los últimos años y cuyo balance se resume en un claro fracaso. Ésa, probablemente, sea su principal rémora en una sociedad que no puede ser gobernada como si tratara de un cuartel. La superación de los hábitos adquiridos en las últimas décadas exigirá poderosos incentivos, más materiales que doctrinales, cuya asimilación será una dura prueba para las autoridades.
En paralelo, las progresivas excarcelaciones de figuras destacadas de la disidencia suponen un gesto que abre cierta distensión que no debiera confundirse con expectativas reales de cambio en el modelo político que, al igual que en Oriente, tratará de preservarse a toda costa a través del logro de una mayor eficiencia económica. No obstante, esa actitud más condescendiente podría facilitar el tendido de puentes con la diáspora cubana, especialmente la residente en EEUU, explorando ambas la oportunidad de jugársela a la liberalización, alentando un giro copernicano en la política de Washington hacia Cuba.
La Habana puede contar en este proceso con el apoyo de Brasil, de los países del ALBA, también de China, etc., con niveles de entusiasmo asimétrico, pero, sin duda, la medida del cambio la dará la actitud de EEUU. Beijing supo atraer e implicar a su diáspora empresarial en Asia y en Occidente en la ingente tarea de la modernización del país, aparcando las discrepancias ideológicas y políticas y enfatizando la clave nacionalista. Cuba no dispondrá de ese activo ya que su nacionalismo no es de matriz cultural sino abiertamente político y antiimperialista. No obstante, pudieran abrirse fisuras en la diáspora si una apuesta por la transición se consolida, animada por la limitación biológica de los máximos líderes y la inexistencia de temor al hipotético éxito de las reformas económicas. En Miami, es de imaginar que una nueva generación analice en profundidad la situación.
La disidencia, activa y pasiva, mucho más significada en Cuba que en China, tiene ante sí la delicada tesitura de elegir entre dos opciones: el apoyo al cambio anunciado confiando en que las reformas y sus efectos acaben por derrumbar los diques políticos diseñados por el PCC para contener la marea democratizadora con la que siempre se ha comprometido; o jugársela por entero a la ruptura, desacreditando el proceso como un subterfugio más que no pretende otra cosa que garantizar la supervivencia de una autocracia hereditaria prácticamente desahuciada por no haber sabido adaptarse a tiempo a los cambios experimentados en el mundo en el último cuarto de siglo. A fin de cuentas, lo que hoy intenta el PCC llega con 30 años de retraso.