¡Cuánto pesa no tener estado propio! y ¡Cómo duele que no nos demos cuenta!

Estamos viviendo unos días agitados por los múltiples y, sobre todo, inesperados acontecimientos, tanto domésticos como planetarios. En medio de esta vorágine, los enfrentamientos y los reproches entre los agentes políticos y sociales se suceden cada vez con más virulencia y en mayor abundancia.

Por ejemplo: Desde la sección “Cartas al Director” del Diario de Noticias de Navarra, en una de las cartas su autor cuestiona las políticas del gobierno de la Comunidad Autónoma del País Vasco por su incapacidad para “retener empresas punteras” y “falta de coraje para convencer a Bruselas que le permita reestructurar el astillero (se refiere a La Naval), como lograron Francia, Holanda y Suecia”. No es mi intención defender al Gobierno Vasco, pero no darse cuenta de que es porque no tenemos Estado, como lo   tienen Francia, Holanda y Suecia…

Llama la atención que la actitud de los partidos, colectivos, asociaciones, etc. de sensibilidad independentista, sea más de enfrentamiento y desentendimiento que de acercamiento entre ellas. Si admitimos que la sociedad vasca es una sociedad plural, ¿qué nos queda más que aceptar que los caminos que se proponen recorrer para alcanzar la recuperación de nuestro Estado sean diferentes? ¿Podemos dejar que la diversidad sea la causa de nuestro desentendimiento? Si la respuesta fuera sí, tendríamos que concluir en que lo que no tenemos es sentido de Estado. Y si sabemos que sin Estado no resolveremos nuestros problemas políticos ni sociales, ni alcanzaremos el éxito en nuestras reivindicaciones, entonces ¿qué afanes pueden anteponerse al ansia de nuestro pueblo por alcanzar la independencia?

También sabemos que sin reconocimiento internacional no se puede afrontar un proceso de liberación nacional. ¿Cómo es que no aprovechamos la profunda crisis política y de descrédito internacional por la que atraviesa el Estado Español para ir ganando posiciones en este ámbito?

“El derecho internacional prohíbe que una potencia ocupante emplee la fuerza para suprimir una batalla por la autodeterminación y no impide a una población que lucha por su autodeterminación emplear la fuerza” (Norman G. Filkenstein. “Gaza”). Pero claro, ¿qué acceso tenemos a las instancias internacionales que nos garanticen los apoyos necesarios? De lo más que disponemos es de unos pocos representantes en el Parlamento Europeo, donde no se toman decisiones al ser en la Comisión Europea –no electa-, donde se decide. (Este “mecanismo” es un reflejo del déficit democrático de la CE). La posibilidad de conseguir éxito en este cometido se me hace escasa. Por eso, no bebemos dilapidar nuestros recursos y consumir energías en itinerarios, iba a decir sin salida, pero mejor digo sin llegada. Una tarea de esta magnitud exige, para poder alcanzar el objetivo, una sociedad bien informada, para que se implique al máximo Más aún teniendo en cuenta cuál va a ser la violenta reacción de los Estados español y francés. Así pues, es preciso incrementar y mejorar las relaciones entre los colectivos independentistas, con el fin de acordar unos mínimos indispensables: un objetivo claro y definido, saber a dónde queremos ir y trazar nuestras propias líneas, en lugar de recorrer los caminos que nos señalan los imperialistas, porque sus propuestas son siempre aviesas y letales para nuestros intereses. Hasta ahora, y presumo que así seguirá siendo, esas propuestas pasan porque se atiendan sus llamadas, marcan los tiempos, los espacios y los contenidos de los “diálogos”. Nos llaman a participar en sus elecciones, concienzudamente preparadas de cuyos resultados, sean los que sean, poco o nada positivo vamos a conseguir. Tenemos posibilidades de presentar nuestro relato -que tantos esfuerzos ha costado- y hay que hacerlo con extremado rigor, de modo que la veracidad sea su aspecto más relevante. (Ya conocemos quiénes son los especialistas en mentir, inventar historias y contar cuentos).   Y para hablar con nuestra sociedad, hacerlo con audacia, con rotundidad, sin complejos, sin eufemismos que se desvíen de los conceptos recogidos en el derecho internacional y sin ambigüedades.

Sin perder de vista que “el ejército victorioso primero gana la guerra y después se presenta a la batalla”.

“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, nos enseñaron en la escuela que dijo Arquímedes al descubrir la ley de la palanca. No pretendo mover el mundo (aunque buena falta le hace); ya tengo bastante con moverme a mí mismo, pero ¿qué duda cabe de que nuestro punto de apoyo es nuestro Estado independiente?