Cuando los hechos cambian

Dijo John Maynard Keynes: “Cuando los hechos cambian, cambio de opinión; ¿usted qué hace?” El último libro de Tony Judt tiene este título. Era Judt una persona que ante una realidad diferente a la que él tenía por cierta, o confrontado con un argumento sólido que difería de su creencia, cambiaba de opinión. Su pragmatismo era absoluto, la ideología no le impedía…

Desde el descubrimiento de la teoría cuántica ya sabemos que la observación estricta de la realidad física puede modificarla, lo que ha extendido a la ciencia un hecho muy conocido en ciencias sociales, si bien en este caso la neutralidad del observador nunca es absoluta.

La realidad en Cataluña ha cambiado en los últimos diez años y especialmente en los últimos cinco. Es la dificultad de entender este nuevo escenario político y social lo que ha llevado a los partidos políticos tradicionales a la confusión y a la pérdida de orientación ideológica y programática. Para algunos de ellos lo más benévolo que se puede decir es que no saben qué hacer ni dónde ir, han dejado huérfanos a sus seguidores.

Hay quien defiende que el 28 de septiembre, después de las elecciones, nos encontraremos encarados a un precipicio viviendo en una sociedad rota en la que familias, amigos, colectividades y mercados, que hasta ahora han vivido en armonía, pasan al enfrentamiento dialéctico cruento y directo. Se preguntan con angustia real o ficticia: “¿Cómo arreglar lo que el Sr. Mas y sus correligionarios han roto?, ¿Cómo recomponer nuestra convivencia tan dificultosamente conseguida en 1978 con la nueva estructura democrática de España que entonces pactamos entre todos?”

Para estos el precipicio es la salida de Cataluña de la UE, la pérdida de interés de los inversores por Cataluña, la decadencia económica y el conflicto social. En la época revolucionaria más dramática en la Francia del 1790 al 1795, Diderot dijo: “Estamos en un cruce que nos llevará a la esclavitud o a la libertad”. No es el caso ahora en Cataluña.

La deriva de los hombres hacia la trascendencia y la tragedia es una constante de su comportamiento; siempre se da más importancia a uno mismo y a las circunstancias inmediatas que la que realmente tienen. Ciertamente esta afirmación puede ser más interesada, a menudo lo es, que originada por una creencia arraigada y sólida.

Cataluña parece -se comprobará en las elecciones- dividida en dos partes muy iguales: los que quieren la independencia, y no quieren más pactos con un gobierno central en el que no creen, y el resto, que va desde los que no quieren cambiar nada y los que sí pero no hasta la separación de España. Es esta la nueva realidad en la que tenemos que vivir, y las dos partes tienen interés en no exagerar su posición porque si lo hacen pueden perder apoyo para su tesis.

Esto es especialmente cierto para los independentistas, que son hoy -pendiente de las elecciones- un 45% del electorado, es decir, entre 1,6 y 1,8 millones de votantes, y necesitan ser 2,1 millones, es decir, entre 0,5 y 0,3 millones de electores más para ganar un eventual referéndum por la independencia.

Nada será como antes pero nada se romperá dramáticamente porque el mestizaje y la complejidad de la sociedad catalana sabrá buscar una solución a una segmentación social que es la que es y no va a cambiar por tiempo porque España, que podría hacer una oferta de “tercera vía” , es improbable que la haga. No habrá propuestas inclusivas para Cataluña porque esto requiere del gobierno central una valentía política para asumir la pérdida de votos que le supondrá en España, que no se ve en el corto plazo, sin duda nunca antes de las elecciones generales pero difícilmente después.

En ausencia de pacto, la realidad actual de equilibrio sólo puede tener dos salidas: o el independentismo es capaz de reducir el temor de algunos y de sustituirlo por esperanza e ilusión o el cansancio llevará a todos a la indiferencia y al statu quo. El tiempo afila las aristas de la ilusión si ésta no demuestra que se puede resolver en hechos. Es en esto en lo que el independentismo lleva ventaja, tiene una carga de ilusión que sus opositores no tienen porque hasta ahora han sido incapaces de generar una alternativa que por próxima podría ser más sólida, pero que es ahora inexistente.

Estos dos grupos, de dimensiones similares y cohesión incierta, no son estáticos y pueden evolucionar a tener una mayoría social que ahora no tienen; saben, sin embargo, que la intransigencia les puede hacer perder apoyo social, y esta es la base del equilibrio asentado sobre una base democrática que nadie que quiera tener presencia política puede discutir.

EL PUNT-AVUI