Ya hace varios años fue cogiendo fuerza en algunos círculos de pensamiento independentista una idea que a mi juicio ha atravesado, hasta este domingo, la política catalana. La idea venía a decir que para el conjunto del nacionalismo catalán y más adelante del independentismo tendría unos efectos muy positivos que hubiera varias fuerzas políticas independentistas, cada una ligada a una marca ideológica concreta y se enfrentaran contundentemente en las elecciones y en la dinámica institucional. Que hubiera así una fuerza independentista de centroderecha, liberal o conservadora, otra más bien socialdemócrata e incluso una izquierda radical. No se contemplaba la posibilidad, entonces, de una extrema derecha independentista. Estas fuerzas distintas y confrontadas a la vez se identificaban como CiU, ERC y la CUP, todas ellas inequívocamente catalanistas y de obediencia catalana. Y figuraba que obtendrían por separado y confrontándose mejores resultados que confluyendo o que yendo juntas y, por tanto, el resultado sería una ampliación de la base electoral del independentismo. Venían a decir que para muchos electores independentistas podía ser una pega tener que votar sólo en clave nacional y, por tanto, dar el voto a listas o avalar la participación en gobiernos donde hubiera alguien que pensara exactamente lo contrario que él en temas, por ejemplo, como el impuesto de sucesiones o el cuarto cinturón. Si hay fuerzas distintas que pueden atraer a electores diferentes, el perímetro de voto independentista crecerá. Y entonces estas fuerzas ya se pondrán de acuerdo en la agenda independentista, aunque no se pongan en la ley de sucesiones o el cuarto cinturón…
La idea -nacida esencialmente en laboratorios de pensamiento de izquierdas- tenía una segunda parte implícita, que tenía que ver con el momento histórico del final del pujolismo. Venía a decir que la identificación del nacionalismo catalán con la derecha o el centroderecha había dificultado mucho su penetración en amplios sectores populares del cinturón de Barcelona y Tarragona, que votaban socialista. Pero que si había una oferta independentista nítidamente de izquierdas que además convencía a estos sectores de que, más allá de cuestiones identitarias, su interés (también de clase) era que Cataluña fuera independiente y con más recursos para las políticas sociales, habría una entrada masiva de nuevo voto al independentismo por esa puerta. Quienes votaban hasta ahora izquierdas en clave española pasarían a votar izquierdas en clave catalana. Esto significaría en la práctica un profundo debilitamiento del PSC en favor de las opciones de la izquierda independentista. Al final del proceso se producirían tres efectos. Uno, la ampliación de la base electoral del independentismo y la constatación de que las fuerzas independentistas podían sumar más yendo por separado que juntas. Dos, la hegemonía del independentismo dentro de las izquierdas, en perjuicio del PSC. Tres, la hegemonía de las izquierdas dentro del independentismo, que podrían superar al independentismo de centroderecha.
Esa idea cogió mucha fuerza. En mi opinión ya estaba muy presente en la creación de los tripartitos de izquierdas a principios de siglo y se ha mantenido viva hasta ahora, con el único paréntesis -parcial, porque la CUP nunca quiso estar en ella- de la candidatura unitaria de Junts pel Sí. Que no provocó un entusiasmo unánime en los partidos y que se abandonó enseguida diciendo precisamente que tener candidaturas diversas y enfrentadas aumentaría el perímetro y ampliaría la base. No es en absoluto una idea absurda. Ciertamente, en algunos momentos ha servido de excusa teórica para personas de todos los bandos más a gusto en la confrontación que en la confluencia. Pero por ejemplo es una idea que ha funcionado plenamente en Euskadi. Y allí ha producido casi todos estos efectos: el perímetro del bloque independentista ha crecido con la disputa entre el PNV y Bildu, el independentismo se ha convertido en hegemónico en Euskadi tanto dentro de la derecha como de la izquierda (en perjuicio de la derecha y la izquierda de clave española) y a través de Bildu la izquierda puede aspirar, sin haberlo logrado todavía, a ser hegemónica dentro del nacionalismo. Ha funcionado pues muy bien en Euskadi. Pero en Cataluña no. En Cataluña ha pasado todo lo contrario de lo que decía la teoría: el perímetro del voto independentista se ha ido encogiendo, el trasvase de voto desde la izquierda de ámbito español (el PSC) y la izquierda independentista no se ha producido y tampoco la izquierda ha logrado consolidar su hegemonía dentro del espacio independentista. Por el contrario, lo que vemos en Cataluña es que el perímetro del voto independiente en general (y el de ERC en particular) crece cuando hay períodos de confluencia entre independentistas y baja en picado cuando hay períodos de confrontación entre independentistas. Este domingo el independentismo ha perdido la mayoría en el parlamento, entre Junts y ERC han sacado siete diputados menos de los que sacó Junts pel Sí, el PSC es más fuerte que nunca y Junts ha sacado quince diputados más que ERC, que venía de gobernar en solitario.
La teoría era buena, pero la realidad ha ido por otro lado. Y cuando la teoría no explica ni modifica la realidad, la tozudez de la realidad quizá debería hacer modificar la teoría. El independentismo crece cuando entra en dinámicas de confluencia y decrece cuando entra en dinámicas de confrontación. Y los resultados de este pasado domingo son la prueba más palpable. Son exactamente los contrarios a los que la teoría preveía y deseaba hace unos años. Estamos a tiempo pues de reconsiderar no sólo la teoría, sino la práctica que emana y pasar a una dinámica positiva de confluencia, dejando aparte una dinámica de confrontación que ha provocado los efectos contrarios de los que buscaba, ¿perjudicando muy especialmente a los que más creían en ella? Pues quizás sí. Haciendo política ficción. Junts y Esquerra –e incluso la CUP, si es consciente de cuál es su peso electoral real- pueden gestionar los resultados del pasado domingo en un marco de confluencia o con un marco de confrontación. ¿De confluencia? Yendo a los debates de la investidura como un bloque, coyuntural pero sólido. Votando a un mismo candidato. Ciertamente, incluso así tienen muy difícil conseguir la investidura de un candidato independentista (55 0 59 diputados). Pero no más de lo que lo tiene el PSC para conseguir la investidura de Salvador Illa, salvo que lo consiga gracias a Vox y el PP: 44 diputados con los Comuns. Y si no lo consigue nadie y debemos ir a repetidas elecciones, probablemente no es igual para el electorado independentista que se llegue con unos gestos de confluencia entre fuerzas que con un clima de confrontación, como el que hemos tenido hasta ahora y ya hemos visto dónde nos ha llevado.
Ciertamente, los problemas de fondo persisten. Ciertamente, esta fórmula que debía servir para ampliar la base y que ha servido para todo lo contrario, no tiene alternativa sólida en una fórmula para conseguir agrandar el perímetro electoral del independentismo y penetrar en las zonas y los sectores que el domingo votaron de nuevo con entusiasmo al PSC. El independentismo tiene un gran problema pendiente para ampliar la base. Pero ahora tiene uno igual de grave y aún más urgente: que no siga encogiendo.
EL MÓN