En 1990 F. Fukuyama saludaba exultante “El fin de la Historia” que él quería ver en la caída del muro de Berlín y posterior desguace del Imperio soviético. Fin de la Historia que llevaría a la imposición del modelo socio-político del Mundo occidental en el conjunto de la Tierra, democracia liberal y economía de libre mercado. Pasados tres decenios no parece que se cumplan los augurios del analista americano. No ha sido la democracia la que se ha propagado por los mundos externos a Occidente, sino los propósitos imperialistas de la potencia americana, acompañada de sus tradicionales aliados europeos y similares. Unos y otros han intentado reconstituir el viejo mundo imperialista occidental, cuestionado durante la Guerra Fría por la potencia soviética.
Entre los viejos escenarios Oriente medio en un sentido amplio es el de mayor importancia, junto a áreas aledañas, que alcanzan de Libia a Afganistán. En este espacio territorial se solapan la presencia de mayores reservas petroleras de la Tierra con el mundo islámico. Otro escenario África subsahariana, en el piélago de sus conflictos interiores; carente de un proyecto que la libere de los ancestrales condicionantes en que se ve inmersa y sus secuelas sangrientas; aunque no deja de ser cierto que la causa fundamental de su deprimente estado actual sea consecuencia del neocolonialismo occidental, interesado en impedir soluciones que liberen a este territorio de explotaciones seculares ¡Qué decir de los países americanos al Sur de Rio Grande! Es otro de los espacios en el que U.S.A. y sus aliados intentan no sea modificado el status tradicional que obstaculiza alternativas positivas para los sectores sociales bajos y a quienes defienden el componente indígena de su identidad.
Cierto es que el Liberalismo económico se ha afianzado, un “laissez-faire” impulsado por el americano Reagan y la británica Thatcher. Las promesas de mejora de las sociedades predicadas por los neoliberales no han tenido lugar. El Liberalismo que, según esta corriente teórica en materia económica, iba a permitir el desarrollo generalizado de la riqueza en todos los niveles del orden social, resultado este del libre mercado y la renuncia por parte de la autoridad pública de todo intento de regulación, se ha traducido en mayor pobreza para los pobres, empeoramiento de las condiciones de trabajo para los acomodados y polarización de la riqueza en los ricos en proporción inusitada.
Difícil parece la implantación de la democracia con el Mundo occidental, dirigido por U.S.A., sin otra mira que imponer su control sobre el conjunto de la Tierra. Hemos asistido a la intervención de U.S.A. y su O.T.A.N. en un Oriente medio desarticulado, con el pretexto de destrucción de dictaduras y el objetivo cierto de control del espacio de mayor importancia en hidrocarburos a nivel mundial. La intervención ha provocado una situación que ha hecho de la zona un hervidero de inestabilidad política, que se extiende hasta alcanzar a los propios países occidentales, porque la globalización ha hecho del Islam una realidad universal; bien es cierto que minoritaria, pero agazapada en sus alternativas más decididas, para imponer una variante del Islamismo más retrograda y cruel. Su objetivo más perseguido se centra en la destrucción del mundo occidental, al que considera satánico por su decisión de dominar el mundo islámico y los valores de una libertad contemporánea, contrarias a ese mundo retrógrado que promueve el Islam jhihadista. También es cierto que el Islam no constituye un bloque en su centralidad del mismo Mundo árabe o musulmán. El Jihadismo convulsiona los territorios islámicos. En ellos termina por enzarzarse América como factor destructor de cualquier liderazgo anti-occidental, mostrando la incapacidad de los U.S.A. para imponer una alternativa de estabilidad. Mal augurio, en definitiva, para su objetivo primordial de controlar los hidrocarburos del área. Por otra parte la capitidisminuida heredera de la U.R.S.S., Rusia , arrastra su frustración al contemplar su poder reducido al de potencia regional y siente el hostigamiento de parte de sus viejos rivales de la Guerra fría, aprovechando cualquier situación de ventaja ante quienes la acucian con el propósito de que no supere su actual postración. La omnipresente China, en actitud de esfinge, contempla con atención el mundo asiático, con recelo ante unos acontecimientos impredecibles, pero interesada en transformaciones pacíficas. China propugna procesos de evolución económica, y en definitiva políticos, como los que han hecho de ella la primera potencia productiva mundial, en tanto en U.S.A. la agresividad intervencionista de los Bush y el histriónico Trump reflejan síntomas de la impotencia que precede al declive.
Nada que se asemeje a la idealizada perspectiva de Fukuyama de la democracia liberal asentándose en los más diversos lugares del Mundo. El intervencionismo americano y de quienes lo apoyan, favorece la implantación de gobiernos autoritarios, por el mismo impulso que da a estos la actuación norteamericana, o como reacción de las identidades que sienten la agresión de una cultura y modo de vida que es visto como extraño. Igualmente, tampoco se puede afirmar la propagación del sistema de mercado perfecto de acuerdo con los planteamientos del histórico Adam Smith, sino el denominado Neoliberalismo, impuesto por el oligopolio de las grandes multinacionales; oligopolio al que acompaña la implantación de sistemas políticos autoritarios dispuestos a aplicar las instrucciones de sus patrones -gerentes y accionariado de las citadas multinacionales, resguardados por los gobiernos del mundo occidental y adláteres. Las oligarquías autóctonas por su parte, resultan beneficiadas en su función de intermediarios entre la población empobrecida y los directores de las grandes corporaciones.
Por otra parte, hemos asistido a la disminución del papel de Occidente en general, ante el avance de las nuevas potencias emergentes, realidad que significa que Occidente en general ha perdido importancia en el orden económico; pero igualmente en el político y militar. Tal vez no se pueda hablar de decadencia, a la vista de tantos factores que parecen hacer del antiguo dominador del Mundo la avanzadilla en los terrenos tecnológico y poder militar más poderoso a nivel mundial. Es cierto que no disminuye el avance tecnológico, ni la producción y que los índices de bienestar socio-económico siguen siendo en conjunto los más altos del Planeta ¡No nos llevemos a engaño! La decadencia de los sistemas imperiales sobreviene conforme sus segundos en el Imperio, constreñidos durante largo tiempo por la potencia del hegemónico, progresan en un proceso continuo, que los lleva de ser complemento económico y político del más fuerte, a hacerse imprescindibles para este, como suministradores de recursos menos cualificados, terminando por alcanzar niveles productivos equiparables a los del más grande. A partir de este punto, los emergentes alcanzan su propia autonomía en el mercado internacional y se encuentran en condiciones de superar a sus mentores en el terreno tecnológico e, incluso, de hacerles frente en los terrenos económico y militar. El resultado final es la suplantación hegemónica.
La Historia actual, transcurrida desde el final de los dos bloques y sistemas de la vieja Guerra fría no ha visto el esperado dominio mundial de los U.S.A.. El resultado de las intervenciones bélicas impulsadas desde el final de la etapa Reagan han sido de éxito limitado. Al margen de la eficacia de la maquinaria militar americana en sus intervenciones en la isla de Granada, Panamá y, desde luego también de los éxitos tácticos ¿Victorias pírricas? en Irak y Afganistán, las retiradas de las fuerzas en ambos puntos aparecen como derrotas estratégicas no reconocidas de modo explícito. No parece que quede garantizado el futuro control de los dos territorios. En definitiva, los U.S.A. están en trance de perder su hegemonía, si no tienen capacidad para imponer su orden.
La debilidad de Occidente se evidencia en la intensidad de las crisis económicas, de las que son responsables las decisiones de los gobiernos sometidos a las exigencias de las grandes corporaciones financieras y demás, auspiciadas por la Intelligentsia de expertos, periodistas, y políticos que defienden el sistema Neoliberal. Los economistas más conspicuos, que cuestionan este sistema hacen recaer la responsabilidad de las crisis económicas sobre las políticas neoliberales que adoptan los gobiernos bajo la sugerencia de corporaciones y adláteres. De hecho, la gran crisis iniciada en 2007, que mantiene sus efectos en la actualidad, parece la muestra más contundente de tal responsabilidad. A decir verdad, resulta escasamente convincente la trayectoria que viene siguiendo el sistema capitalista en su forma neoliberal, para que se acepte la bondad del mercado carente de regulación y en su idealizada imagen del equilibrio entre oferta y demanda según el modelo histórico de A. Smith.
La crisis del Coronavirus se nos aparece como una catástrofe natural de otras épocas históricas. Su capacidad de distorsión de la normalidad puede terminar desajustando el conjunto de mecanismos utilizados por el poder para controlar el funcionamiento de los grandes ámbitos -economía, sanidad, política- en que se asientan las sociedades contemporáneas. Una vez más, los responsables gubernamentales -y en general el conjunto de la dirigencia social- se han visto sorprendidos por una situación de emergencia de carácter imprevisto. Difícil es la predicción de los acontecimientos. No es posible prever el alcance de los factores que intervienen en el proceso en que nos encontramos. Si es previsible que las modificaciones del statu quo político internacional experimentará profundos cambios y desde luego las sociedades afectadas. Entre las posibilidades, una de las que se ven más seguras, va a ser el afianzamiento de China como gran potencia, hecho, en principio no ligado a la aparición de la epidemia, sino al proceso de fortalecimiento de una civilización con profundísimas raíces; civilización que sigue siendo ignorada por el Mundo occidental, todavía sometido al imaginario de su propia superioridad, por no entender que el Mundo racional es una realidad de mayor complejidad que la grandeza del pensamiento clásico, el presunto descubrimiento de la Tierra que se atribuye Occidente y las realizaciones técnicas de la industrialización.
No es posible intuir lo que sea el Futuro de la Humanidad. El pensamiento occidental ha incurrido en muchas ocasiones en la prepotencia de determinar las vías por las que transitará. No es únicamente Marx quien afirmó lo imprescriptible de tal camino. Es cierto que el pensamiento racional constituye el único método válido para el conocimiento. Una exigencia del actuar racional es determinar los factores, todos, de la realidad concreta a conocer ¿Quién se considera con capacidad a tal fin? Toda previsión en este terreno no deja de ser una apuesta. Sí es posible intuir que nos encontramos ante un cambio de panorama, tal vez el fin de la etapa iniciada en 1989, que en ningún caso ha resuelto la conflictividad que ha acompañado históricamente la existencia de los seres humanos, dejando a la Humanidad donde estaba ¿El fin de la Historia?… La Historia sigue.
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