Desayuno en el Center for American Progress, el think tank más próximo a la Administración Obama. Análisis urgente de los resultados electorales, con los diarios y las cifras aún frescas sobre la mesa. Ambiente sombrío, pero no apocalíptico, porque en EE.UU. los progresistas –en realidad, casi nadie– no cree que la derrota de Barack Obama el martes implique un cambio sísmico con efectos duraderos. En Washington todos piensan ya en 2012.
Algunos apuntes:
-La deserción de la clase blanca trabajadora, que hace dos años votó con reticencia a Obama, “fue el verdadero problema de esta elección”, dice Ruy Teixeira. Es el segmento de la población al que le cuesta conectar con Obama, que lo ve como alguien distante y elitista, poco empático. En un viaje reciente por el Medio Oeste industrial me encontré con blancos de demócratas que echaban de menos a Bill Clinton, que votaron a Hillary en las primarias que en 2008 le enfrentaron a Obama, y que ahora no soportan a Obama. La pérdida de este electorado –los blancos más golpeados por la crisis- tiene que ver con la pérdida de estados industriales como Ohio o Pensilvania, llamados a ser decisivos en 2012.
-“Nunca nada es tan malo ni tan bueno como parece”, dice Jennifer Palmieri, veterana de la Administración Clinton. La derrota como oportunidad. Palmieri sostiene que hasta ahora no ha habido debate político en Washington, porque los republicanos se limitaban a decir que no a todo y rechazaban cualquier intento de consenso. En los dos primeros años de Obama, pese a las promesas en la campaña de 2008 de superar las divisiones políticas, Washington ha vivido una polarización extrema.
(Un inciso: lo reconocía hace unos días uno de los mejores expertos en la política de este país y en el Congreso, Norman Ornstein, del think tank conservador American Enterprise Institute: “Lo que sucedió es que Barack Obama no pudo superar una disfunción que no ha dejado de crecer durante 25 años o más. La manera que los republicanos tienen de abordar la gobernanza es exactamente la misma que cuando Bill Clinton era presidente: votaremos contra todo. La diferencia es que Obama fue capaz de mantener unidos a sus demócratas, pero no es que Obama dijese: no hablaré con los republicanos. Tres semanas y media después de llegar a la presidencia tenía una tasa de aprobación del 70% tras una elección con un mandato de cambio y una economía que era la peor desde la gran depresión, y ni un solo republicano votó por el plan de estímulo en la Cámara, tres en el Senado. Eso señaló adonde nos encaminábamos. Obama cometió un error táctico al no seguir tendiendo la mano a los republicanos, invitándoles a la Casa Blanca, hablando con ellos… No iba a llevar a ningún lugar, pero habría cambiado un poco la dinámica. Básicamente dijo: no hay mucho que yo pueda hacer”, dijo. “La polarización no es tan grande [en la sociedad]. La polarización al nivel de la elite es mayor que entre el público, pero el público empieza a dividirse en tribus más de lo que lo estaba antes, en parte debido a la naturaleza de los medios de comunicación de masas”.)
Unos y otros ni hablaban: la polarización alcanzó el paroxismo el martes. Palmieri cree que esto puede cambiar. Dice que hasta ahora los republicanos atacaban a Obama sin que esto tuviese consecuencias para ellos. Ahora deberán co-gobernar con el presidente y, por tanto, también será responsables de la marcha del país. Si la economía va mal, ya no será sólo culpa de Obama. Y si va bien… Una lección de los años en que Bush gobernó con un Congreso demócrata, prosigue Palmieri, es que “cuando el Congreso hace algo bueno, el crédito le corresponde al presidente”.
-2012: “No veo a ningún republicano que pueda derrotar a Obama”, dice Palmieri. Después añadirá que el año próximo podría surgir algún demócrata que dispute a Obama la candidatura a la reelección en unas primarias, y cita a Howard Dean, el ex gobernador de Vermont que, con el respaldo progresista, agitó las primarias demócratas en 2004 y sembró la semilla del movimiento que cuatro años después llevaría a Obama a la presidencioa. Palmieri, sin embargom, no cree el candidato alternativo –procedente de la izquierda demócrata- tenga posibilidades de ganar ni el peso que tuvo Ted Kennedy cuando desafió al presidente Jimmy Carter en 1980.
-A los estadounidenses le preocupa el paro, pero, como raramente ha sucedido en tiempos recientes, también temen el futuro, son pesimistas, según observa Matt Browne, miembro británico del Center for American Progress, veterano del New Labour y bien conectado con los socialdemócratas europeos. Browne lo relaciona con el temor al fin del excepcionalismo americano, la creencia de que EE.UU. es una nación única en la historia, con una misión universal.
-Ruy Teixeira, que ha estudiado a fondo la demografía electoral, no cree que los republicanos vayan a conquistar el voto hispano –la minoría más pujante en EE.UU– en un plazo próximo. Teixeira tampoco cree que sean significativas las victorias el martes de candidatos republicanos diversos y multiculturales en Florida (Marco Rubio), en Carolina del Sur (Nikki Haley, de origen indio) o en Nuevo México (Susana Martínez, una hispana partidaria de la mano dura en inmigración). Estas victorias podrían indicar que el Partido Republicano se está esforzando por ser más diversos y por apelar a un electorado multiétnico. Los hispanos, responde Teixeira, siguen apoyando masivamente a los demócratas cuando acuden a las urnas –y el martes acudieron menos que hace dos años– y esta tendencia, explica, aún es más aguda entre los hispanos jóvenes. El problema del Partido Republicano, en su opinión, es que sigue siendo un partido blanco y envejecido –un partido, además, percibido entre amplias capas del electorado como hostil a los inmigrantes– y las proyecciones demográficas prevén que los blancos dejen de ser mayoría hacia 2050. Estados Unidos será entonces un país más diverso. La tesis demócrata es que los republicanos deberán cambiar mucho si no quieren perder durante décadas el voto hispano y permitir la hegemonía demócrata. El martes, en las elecciones al Senado y al cargo de gobernador en California los demócratas se impusieron. Allí la demografía de 2050 ya es una realidad,