Hace unos años , presenté un anarquista escocés a uno catalán, en una fiesta. El catalán -un idioma del que el escocés no entendía en absoluto- me describió a este como un anarquista de Inglaterra ‘(confundiendo totalmente Inglaterra con Gran Bretaña, como a menudo se hace fuera del país). Inmediatamente, el escocés, por muy antinacionalista y ciudadano del mundo que se suponía que tenía que ser, interrumpió en el acto, avisando de que si yo volviera a equivocarme en cuanto a su identidad nacional, no me ‘lo perdonaría nunca.
Y he aquí el quid de la cuestión: el anarquista de Glasgow no era ninguna nacionalista, sino que era, sencillamente, escocés: una realidad identitaria asumida por todos los escoceses que he conocido, sean las que sean sus ideas políticas. Dicho de otro modo, en Escocia es tan impensable como imposible encontrar los equivalentes, por ejemplo, de Albert Boadella o Aleix Vidal-Quadras.
Tal como acaba de demostrar el autor escocés de ‘Trainspotting’, Irvine Welsh , el día 19 de este mes, en el Edinburgh World Writers ‘Conference. Enfurecido por la exclusión de escritores escoceses, por enésima vez, de la lista de candidatos para el premio literario más importante de Gran Bretaña -el Man Booker Prize- Welsh afirmó que cada año los autores seleccionados o bien son ingleses de clase media-alta o bien ciudadanos de las excolonias (‘se supone para legitimar la “gloria global” del pasado”, añadió). Remachó, a modo de conclusión: este premio se otorga dando por supuesto que los únicos valores literarios que realmente cuentan son los de las clases inglesas acomodadas’. La única reacción inglesa a las declaraciones de Welsh fueron varios artículos reflexivos en la prensa. Está claro que no es necesario ni imaginar qué pasaría si un escritor catalán hubiera criticado, con una contundencia welshiana, la hegemonía cultural castellana en un congreso internacional celebrado en Barcelona. Incluso podríamos prever, palabra por palabra, los textos de los twitts que nos lloverían encima.
