en 2018 Anthony Marnell, propietario del Sparks Nugget Casino, donó el monumento del pastor vasco del escultor Doug Van Howd al Centro de Estudios Vascos. Esta estatua figurativa de tres metros de alto, fundida en bronce, fue un encargo original de John Ascuaga. La instaló en 1998 frente al restaurante Orozco porque algunos de los viejos ovejeros no se sentían identificados con el monumento al pastor vasco de siete metros de altura que se eleva en el Rancho San Rafael de Reno. Y es que la magnífica obra abstracta de Basterretxea requiere una atenta mirada para apreciar lo que representa, un pastor que lleva un cordero al hombro bajo la luna llena. Además, echaban en falta el perro, su única compañía durante los largos meses de verano en la sierra. Charlando sobre esto con Nestor en Bermeo, le comenté que el pesado disco que se eleva sobre la figura del pastor bien podría ser el sol, terriblemente más aplastante que la luna de Nevada. “Tienes razón” me dijo, “de ahora en adelante el disco representa el gran sol del desierto, ese inmenso dador de luz”.
Ambos monumentos son un homenaje a los muchos inmigrantes vascos cuyo trabajo ayudó a forjar este desierto. Como se lee en la dedicatoria, los valores de perseverancia y honestidad del viejo mundo guiaron sus vidas, y el Oeste les brindó la oportunidad. Reúno en este artículo cinco historias diaspóricas, en recuerdo a todos los emigrantes y exilados vascos que se instalaron en esta parte del mundo.
robert laxalt
“My father was a sheepherder, and his home was the hills…” son las primeras palabras de la obra de Robert Laxalt Sweet Promised Land. Como tantos otros, Dominique Laxalt llegó a Carson City de Atarratze y trabajó de pastor. En un mes de trabajo pagaban la ropa que se les había entregado; cinco meses necesitaban para reembolsar el viaje en barco y tres para pagar el tren de New York al Oeste. Al cabo de un año habían pagado la pensión y todos los gastos relacionados con su viaje a las Américas. Al cabo de tres años podían ahorrar algo de dinero para volver a casa. Muchos nunca volvieron, pero todos tenían una misma idea: “Que nuestros hijos no sean pastores; deben tener una vida mejor”. Uno de estos inmigrantes llegó a Idaho a principios de siglo XX. Sabía que para progresar debía aprender inglés y que, trabajando entre ovejas en la sierra no lo iba a conseguir, de modo que encontró trabajo en un restaurante de Mountain Home y se impuso un plazo de dos años para aprender la lengua. Y tras dos años, fue a uno de los bailes de alguna de las Boarding Houses de Boise, a practicar su inglés. Pero nadie entendía ni una palabra de lo que decía… Nadie entendía nada porque hablaba en chino: ¡Había estado trabajando dos años en un restaurante chino! Pero este traspiés no le impidió empezar de nuevo, y sus hijos y nietos no fueron pastores, y son perfectamente bilingües en euskara y en inglés, aunque según me contó su biznieto, ninguno de ellos habla chino. Voluntad y determinación son dos ingredientes esenciales del inmigrante.
Pierre Lhande aseguró que para ser vasco eran necesarias tres cosas: Hablar una lengua que nadie entiende, poseer un apellido largo e impronunciable y, tener un tío en América. En algunos casos estos lazos de sangre se pierden en los extensos períodos intergeneracionales. Pero este vasco de Boise estaba determinado a encontrar sus raíces. Habló con su madre y ella le puso en contacto con sus familiares y así aterrizó en Bizkaia. Lo recibieron con los brazos abiertos: comidas y cenas, bodas y bautizos, conoció a familiares en segundo, tercer y hasta cuarto grado. Y volvió con tres álbumes de fotos, de los de entonces, de los que se revelaban e imprimían. Enseñó a su amatxo innumerables fotografías de su casa solar y de no menos de cincuenta familiares. Ella, que le escuchaba pacientemente, se volvió y le dijo: “Hijo, te has equivocado de casa, estos no son nuestros parientes…” Nadie se había dado cuenta, porque todos tenemos un tío en América, y todos pensaron que era él. Volvió, y ahora tiene dos familias y casa en Ea. Este verano estaba comiendo txipirones en el Boliña Zarra de Gernika y oí que alguien me llamaba desde otra mesa, ¡”Profesor Irujo…!”. Me volví y era mi antiguo alumno y amigo Steve Ganboa, “el tío de América”.
Aquellos que volvieron trajeron su patrimonio consigo… y sus ideas. Su capital hizo posible grandes obras en diversos lugares de Euskadi, como el Plazaola, o la fuente de Garaioa. Tal como anotó Amaia Iraitzoz, uno de estos “americanos” de Aezkoa destacó por su altruismo, y pronto se convirtió en uno de los más grandes mecenas del valle, ofreciendo generosos créditos a todos los que lo necesitaban, con intereses muy bajos y extensos plazos de amortización. Murió sin familia y su casa fue vendida en pública subasta. Cuando entraron a hacer el inventario se encontraron una máquina de falsificación de billetes en el sótano.
euskera en un álamo
“Zer gara gu…?” (“¿qué somos?”) está grabado en uno de los álamos de Independence Lake, California. Lo talló un pastor que, tras meses en solitario, se preguntaba sobre su propio ser. Porque el peso de la identidad es mayor cuando se vive en el destierro. Había nacido en un orfanato, y no tenía idea de su origen. Después de dedicar varios años al estudio de sus antepasados encontró que su apellido era de origen ruso, concretamente un patronímico del nombre Luká. Estudió ruso y se hizo socio de la Sociedad Raspoutine, hasta convertirse en uno de los principales líderes del club de seguidores del Spartak de Moscú. Un buen día, paseando por uno de los parques de la ciudad, se topó con un amigo y hablando sobre sus orígenes aquél le dijo: “No hombre no, tu apellido no es ruso, ¡es vasco!” Aprendió euskara, es uno de los más activos miembros del Eusko Etxea de su localidad, y ahora es un forofo del Athletic. Y se ha reencontrado con su pasado, algo transcendental para un inmigrante.
Los símbolos son también importantes y plantar un retoño del árbol de Gernika, una obligación. Pero obtener un permiso para introducir legalmente un retoño en los Estados Unidos requiere demasiado papeleo. De modo que se recurrió al viejo arte del contrabando, y un vasco metió el retoño en su maleta. Tres veces negó que llevara consigo plantas o vegetales y cuando llegó al monitor del aeropuerto de Dallas, se encendió una enorme luz roja y saltó la alarma. “Acompáñeme” –le dijo un enorme policía de aduanas. “¿A dónde me llevan…?”. Poco después le informaron de su delito, pero no se rindió: “Esto no es una planta, es un monumento” –alegó. Y explicó a los oficiales de aduanas la relevancia de Gernika como símbolo y los detalles del bombardeo de la villa… tras una hora de explicación, casi los había convencido. Pero en aquel momento apareció la encargada de aduanas: “No vamos a seguir discutiendo el diccionario; ¿esto está vivo o muerto?” –dijo en tono agrio. “Vivo, es un retoño” –respondió el vasco orgulloso. “En media hora me encargaré personalmente de incinerarlo; puede seguir su viaje” –concluyó severamente. Los compañeros le advirtieron que podía estar contento de que no lo hubiese incinerado con el retoño… Lo que no sabían es que en la maleta de mano llevaba otro retoño y 40 bellotas del árbol de Gernika, que ahora germinan en un lugar del Oeste. Si lo hubiese visto, ese vasco estaría ahora en Alcatraz.
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