China ha colonizado medio mundo con sus programas de desarrollo exterior

Más de 70 países tienen contraída con Pekín una deuda equivalente, como mínimo, a un 5% de su PIB

Más de 70 países tienen contraída con China una deuda equivalente, como mínimo, un 5% de su PIB. Son países, en su gran mayoría, de rentas medias y bajas, que en su día aceptaron préstamos de Pekín para construir las infraestructuras que les ayudaran a crecer.

Esta deuda, avalada en parte con materias primas, es muy difícil de devolver y, más aún, después de la crisis que ha provocado la pandemia. Muchos de estos países, sobre todo los 42 que tienen una deuda equivalente a más de un 10% de su PIB, han perdido gran parte de su soberanía. Son colonias del nuevo sistema internacional que China construye desde hace dos décadas.

Entre los años 2000 y 2017, según un estudio de la universidad William & Mary de Williamsburg (Virginia), China financió 13.427 proyectos en 165 países por un valor de 843.000 millones de dólares.

Cada año, China maneja unos 85.000 millones de dólares en programas de desarrollo. Es el doble de lo que se gastan Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. China, en todo caso, no regala el dinero, lo presta a un interés que ronda el 6%.

El economista Alfredo Pastor, profesor emérito en IESE, recuerda que China no está haciendo nada que antes no haya visto a hacer al Banco Mundial. “Durante muchos años, el Banco Mundial -afirma- impulsó proyectos desmesurados en países de rentas bajas y medias sabiendo que nunca podrían devolver el dinero invertido. Esta estrategia creaba una dependencia en el país receptor que el Banco utilizaba para intervenir en sus asuntos con mayor libertad.”

Varias consultorías internacionales inducían a los países pobres a aceptar préstamos del Banco Mundial, el FMI y otras organizaciones occidentales para desarrollar proyectos que llevarían a cabo empresas estadounidenses. Una vez colonizados, EE.UU. exigía acceso a sus recursos naturales, así como cooperación militar y política.

China imita esta estrategia y decenas de países, sobre todo los que están en manos de autocracias y cleptocracias, encuentran muy atractivas sus condiciones financieras.

China no solo les presta el dinero que les niega el sistema financiero internacional, así como el Banco Mundial y otras instituciones multilaterales, sino que les proporciona el personal técnico y la maquinaria necesaria sin pedir a cambio ni transparencia en la gestión, ni respeto a los derechos humanos, ni buenas condiciones laborales para el personal nativo, ni estudios de impacto social o medioambiental de los proyectos.

Los bancos comerciales chinos, bajo control del Partido Comunista, conceden el 70% de los préstamos no a un Estado, sino a compañías y bancos públicos en el país receptor, así como a instituciones privadas. También se crean vehículos financieros ad hoc para transferir el dinero. De esta forma, se oculta la deuda de los balances oficiales. No se considera deuda pública, aunque el Estado está obligado a responder de ella. El Banco Mundial advierte del riesgo de que esta deuda sea insostenible.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos puso en marcha el plan Marshall, un proyecto de reconstrucción al que se acogieron las democracias de Europa occidental. La alianza transatlántica se forjó, en gran parte, a partir de este vínculo.

Desde entonces, uno de los principales objetivos de las ayudas al desarrollo ha sido promocionar los valores de las democracias liberales, es decir, el estado de derecho y los derechos humanos, el libre mercado y la intervención limitada del Estado en las vidas de los ciudadanos.

Frente a este orden basado en el derecho internacional y el multilateralismo, China trata de imponer otro que sitúe al Estado por encima de todo. El presidente Xi Jinping no cree que deba haber contrapesos jurídicos ni diplomáticos a la preeminencia del Estado, al control político y económico que ejerce sobre sus súbditos.

Al debilitar las instituciones internacionales, China trata de imponer un nuevo sistema internacional de relaciones bilaterales y para ello utiliza toda su influencia política, económica, financiera, tecnológica y cultural para colonizar a los países en desarrollo.

Esta es la conclusión a la que llegó el presidente estadounidense Joe Biden la pasada primavera. En junio, durante el encuentro anual del G-7 en Cornwall (Reino Unido), propuso crear una alternativa al programa de desarrollo exterior chino.

Lo llamó Build Back Better World y lo rebautizó como B3W, tres siglas para rivalizar con BRI, las tres letras que definen la Iniciativa una Ruta, un Cinturón, como se denomina el programa chino desde el 2013.

El problema es que, mientras China tiene muy claro el objetivo y el método para alcanzarlo, Estados Unidos y sus aliados no han consensuado una posición. Biden prometió miles de millones de dólares para B3W, pero no arrancó un compromiso firme sobre esta financiación.

Mientras el programa BRI está contaminado por el secretismo y es muy difícil que el país receptor pueda valorar las ventajas e inconvenientes de los créditos chinos, sobre todo a largo plazo, el B3W promete ser transparente y promover la buena gobernanza, trabajando con las comunidades locales y respetando las normas sociales y medioambientales.

La rivalidad entre BRI y B3W abre una era dorada para la financiación de todo tipo de infraestructuras en los países de rentas bajas y medias. Si hasta ahora los proyectos que ha financiado China se han centrado en la industria, los transportes, la energía y las comunicaciones, ahora podrían expandirse a la sanidad y la educación.

Durante los primeros años del BRI, todo eran parabienes en los países receptores. Sin embargo, a medida que la economía china ha entrado en dificultades, la satisfacción se ha resentido. Los proyectos que se financiaban por mera voluntad política, sin tener en cuenta la viabilidad económica, prácticamente han desaparecido. Las inversiones decrecen desde el 2016.

Un tercio de los proyectos, además, ha topado con problemas de corrupción, de violación de derechos y desastres medioambientales. Ha habido protestas en países como Kazajistán, Camboya, Nueva Guinea-Papúa y Zambia.

China necesita el apoyo de la opinión pública local en los países receptores. De otra manera, los gobiernos, por muy autoritarios y corruptos que sean, tendrán más repararos para aceptar su ayuda.

Desde el 2013, el BRI construye tres corredores terrestres y tres marítimos para conectar Asia con Europa, Oriente Medio y África.

Gracias a esta estrategia ha colonizado África, Asia Central y gran parte del sudeste asiático. Ha trazado un cinturón de países afines en Micronesia, así como otro en las Antillas para hacer frente al dominio estadounidense en el Pacífico y el Caribe.

Venezuela, Bolivia y Ecuador, tres países del eje bolivariano, tienen una parte importante de sus PIB comprometidos por la deuda contraída con China.

Rusia, el nuevo gran aliado chino, también. No solo es el país del mundo que más créditos ha recibido de China -151.800 millones de dólares hasta el 2017-, sino que también es el que ha avalado una mayor cantidad -96.100 millones- con materias primas. Irán, otro rival de Estados Unidos, no habría podido superar las sanciones económicas sin la financiación china a cambio de petróleo.

Tanzania, un país que sirve para medir la capacidad de China para construir regímenes afines, ha restringido el acceso a Internet y la libertad de expresión. Al igual que la vecina Uganda, utiliza la tecnología china y los programas de vigilancia para acorralar a la oposición.

La pandemia ha agravado la diferencia entre el Norte y el Sur. Es difícil que Estados Unidos, sumido en una profunda crisis política interior, sea capaz de liderar el programa B3W que debería reducir esta desigualdad. China, enfrentada a problemas estructurales difíciles de corregir a corto plazo, tampoco parece mucho más capaz de asumir la centralidad que le conferiría un BRI ejecutado con más transparencia y compromiso social.

Sea como sea, China lleva una enorme ventaja sobre Occidente para dominar las infraestructuras del siglo XXI y asumir una posición central en un nuevo orden internacional gracias a la influencia que tiene sobre los países que no podrán pagarle lo que le deben.

(https://www.lavanguardia.com/internacional/20220127/7998760/china-colonizado-medio-mundo-programas-desarrollo-exterior.html)

LA VANGUARDIA