‘Cataluña nos roba’

El titular -forzosamente en castellano- lo cambia todo, como un calcetín. Es el nuevo mantra. Un viejo y nuevo marco mental que tiene mucho futuro: apenas lo están afinando para que sea un arma de destrucción masiva temible, pero ya se ve que tiene los ingredientes necesarios para que se instale definitivamente en el imaginario de una gran y diversa mayoría de españoles que empiezan a ver peligrar algunas cosas importantes, aunque no acaban de saber muy bien qué ni tienen ninguna intención de hacer cuatro números, sólo cuatro.

Cualquier forma de financiación singular para Cataluña, cualquier concesión al catalán, cualquier reconocimiento simbólico, por estéril o pueril que sea, choca siempre con el mismo muro. El viejo sueño español se resume con un ‘Delenda est Catalonia’. Cataluña es y debe estar acabada, derrotada, sometida, abducida, digerida, desactivada. Debe ser destruida y punto.

Lo admitamos o no, ya sabemos que sería muy fácil y muy inteligente desactivar Cataluña por las buenas: bastaría un poco de justicia fiscal, no toda, acompañada de un reconocimiento moderado de la singularidad nacional, de la cultura y la lengua. Claro, esto sería aceptar que existen otras formas de ser/estar español, sin comprometer la estabilidad del sistema ni del régimen. Terminarían con el terrible cáncer catalán en cinco minutos. Pero esto es absolutamente inaceptable. Y punto. No le demos más vueltas ni perdamos más tiempo en fantasías federalizantes y otras utopías, nunca lo permitirán pacíficamente.

Al igual que la defensa del catalán ha derivado en una eficaz inquisición contra un bien perfilado, exagerado e inexistente supremacismo lingüístico, la defensa de un sistema fiscal más justo, en el que Cataluña es quien sufre el robo o el expolio, se convierte hábilmente en un eslogan de batalla muy poderoso: ‘Cataluña nos roba’.

¿Qué es lo que ‘nos roba’? Muy sencillo. Les robamos el Banco de España cuando entra un ‘caballo de Troya’: Jordi Pons, un nuevo consejero que en 2004 tuvo la osadía de publicar el libro ‘El expolio fiscal’. Esto debería inhabilitarlo ya, supuestamente, por los siglos de los siglos, como convicto de alta traición. Les robamos la posibilidad de realizar las políticas fiscales madrileñas o andaluzas, siempre a la baja para los más ricos, si pagan otros. Les robamos la maravilla gratuita de hacer funcionarios al 30% (¡el 30%!) de la población activa de Extremadura. Les robamos la descarada estafa del AVE o las autopistas gratis o unos presupuestos estatales inviables, improductivos e inoperativos año tras año.

Básicamente, les robamos la barra libre, el hacer y deshacer sin tener que dar nunca explicaciones y barrer siempre para casa, pasando la factura a quienes no son ni merecen ser de casa.

No es en absoluto que España sea inviable sin Cataluña. Como tampoco es inviable el estado actual con trece o treinta mil millones de euros menos. Lo inviable es su manera insaciable de chupar todos los recursos económicos de la península dominada y empobrecida por Madrid/Castilla. Lo inviable es que tengan que priorizar o definir políticas sensatas y equilibradas de progreso. ¿Por qué deberían hacerlo, si ya les va más que bien con el modelo actual y si piensan que están ganando la batalla final contra Cataluña?

El ‘Cataluña nos roba’ del bloque PP-Vox y de gran parte del PSOE, sin oblidar a los comparses de Sumar/Podemos, es insuperable con un argumento populista, simplista e intoxicador. Un argumento triomfador, que no se puede rebatir con cifras ni con ideas, porque es puramente emocional para una gran mayoría de personas convencidas construido sobre un sustrato ancestral de odio a Cataluña y a los Países Catalanes y de miedo a perder ventajas y privilegios, que en realidad benefician sólo a una pequeña oligarquía.

En el fondo, no es el dinero, sino el odio y el ansia infinita de una victoria absoluta, aniquiladora.

El ‘Cataluña nos roba’ será el triste final de la singularidad fiscal, del ‘cupo catalán’, del ‘concierto insolidario’ y de todas las fantasías de estabilización o federalización de los Illa, Collboni, Sánchez y compañía. Dante lo decía infinitamente mejor: “Lasciate ogne speranza, voi ch’entrate”. Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis aquí. Por no hablar de nuestros propios sepultureros…

EL MÓN