Cataluña catatònica


En los últimos tiempos, los ciudadanos de Cataluña han contemplado, con gran estupefacción, una serie de acontecimientos que han puesto en evidencia un país débil, sin temple ni energía, para afrontar el presente y el futuro con algún tipo de optimismo.

Así, se han sucedido situaciones caóticas en la movilidad ciudadana provocada por el funcionamiento de los trenes de cercanías, también por los aguaceros –la sequía sólo fue paliada por las plegarias a la Moreneta–; en las comunicaciones y los servicios básicos como la energía eléctrica, colapsados por una exigua nevada; en la gestión de un incendio forestal, con la dramática muerte de unos bomberos en acto de servicio, que sirve para debates estériles y frustrantes; en el sistema educativo, incapaz de llevarnos hacia la excelencia deseada; en cómo es, de absolutamente impotente, la capacidad política de Cataluña, para las negociaciones del Estatuto de Autonomía y de la financiación; en unos datos económicos que sitúan a Cataluña en posición de máximo riesgo, y en todos los demás casos y maneras de obrar que hacen de Cataluña una nación en franca decadencia.

La Generalitat, gobierno y Parlamento, no tiene ni la capacidad ni la voluntad de liderar la sociedad. No quiere –tampoco puede mucho– exigir a las grandes empresas oligopolísticas, que hacen y deshacen a su capricho, los mínimos necesarios para garantizar unos servicios básicos de calidad, mientras que los ciudadanos recibimos el trato de administrados, también, en el sentido de tener que pagar servicios de país del Primer Mundo pero recibir prestaciones de país del Tercer Mundo.
Hagamos uso de la memoria para recordar cómo el Parlamento es ridiculizado por el dirigente de una compañía eléctrica, casi monopolística en Cataluña, por la desidia de unos parlamentarios que no se creen que representan a los ciudadanos de un territorio maltratado históricamente por los dirigentes políticos.

Después de la transición política, Cataluña ha consolidado una casta de políticos profesionalizados, sin retorno a la vida civil, permanentemente preocupados en ser los primeros servidores de la metrópoli y, por lo tanto, incapaces de negociar otra cosa que migajas, es decir, hacer lo que se conoce como la práctica del “peix al cove” (pez al cesto). Linaje de políticos que ha reencontrado con entusiasmo las mejores expresiones del miedo catalán: “Nuestro mal no quiere ruido”, “Quien días pasa, años empuja”. Las cuestiones nacionales se han convertido en folclóricas para dejar a la asunción de verdades absolutas, presuntamente de carácter progresista, que se expresan exponencialmente en periodos electorales mediante la concurrencia por parte de todos los partidos políticos en una subasta de derechos y, tantas como sean posibles, promesas de más prestaciones públicas.

Hoy sin embargo, con horror y temor, la crisis económica ha evidenciado, a este grupo social endogámico que son los políticos profesionalizados, que el dinero público no existe por sí mismo, sino que es el fruto de los impuestos que genera la economía productiva y, por lo tanto, las empresas no son el enemigo, sino la fuente del bienestar. Haciendo patente la certeza de que el país se encuentra en un callejón sin salida y necesita una reacción vigorosa y decidida.

En paralelo, este proceso de decadencia se presenta entre la ciudadanía de Cataluña, que ha delegado en las instituciones públicas buena parte de sus responsabilidades individuales y colectivas. Ha creído los mensajes de los dirigentes políticos, ha hecho caso, y ahora espera que todo lo arregle la administración. Los ciudadanos viven, en general, una situación querida de dependencia, piensan que todo tiene que ser resuelto por los demás, que el esfuerzo individual no hace falta, que siempre ha de haber alguien que se haga cargo de todo el que lo rodea. La educación de los hijos ha sido transferida al sistema de enseñanza en progresión idéntica al aumento del fracaso escolar que va campando con total indiferencia de muchos; el sistema de salud romperá los límites por la incapacidad de todos para afrontar las disfunciones actuales; e incluso se ha establecido la conciencia de que, en lo referente a los fenómenos meteorológicos, la administración pública se encargará desde el comienzo.

En un país que no se puede regir por si mismo, los servicios y las infraestructuras sólo se mantienen en situaciones de estricta normalidad, casi sencillamente por inercia. Este es un aviso del que muchos no hacen caso, unos porque exigen hacer el que los apetece en cualquier circunstancia, otros porque han decidido castigar el sistema político con su indiferencia e incluirse en el gran grupo de abstencionistas, actualmente cifras récord, y con incremento notable de los que votan en blanco.

La catatonia se define como un síndrome caracterizado por la inercia y la carencia de iniciativa motora. El análisis que hago de nuestro país me lleva a concluir que Cataluña lo padece; por otra parte, estoy convencido de que dispone de capacidad para salir de este marasmo. Cataluña tiene que reaccionar y tiene que hacerlo ahora. Es urgente una movilización ciudadana para rescatar el país de la atonía, de la catatonia.

Desde Reagrupament trabajamos en esa dirección, nuestra propuesta de país parte de la necesidad de una ruptura. La experiencia ha mostrado que hay que dirigir a Cataluña hacia afuera desde dentro. La primera ruptura queremos que se produzca en las elecciones en el Parlamento que se deben celebrar en otoño. Estas elecciones tienen que ser un plebiscito entre los que ahora están, los que quieren que todo siga igual, y los que queremos que Cataluña tenga las herramientas necesarias para estar, en condiciones de igualdad con el resto de naciones, en el concierto de los Estados del mundo. Que nuestro país tenga capacidad de defender sus intereses, de dar bienestar a su ciudadanía, de disponer de empresas con capacidad para competir en los mercados mundiales.

En Reagrupament nos esforzamos para que las próximas elecciones permitan la elección a los ciudadanos de Cataluña entre el conjunto de partidos que plantean la continuidad en las maneras de hacer desde un Parlamento autonómico, y una candidatura amplia y transversal dispuesta a trabajar para fijar el destino libre de nuestro país, comprometida con la independencia de Cataluña y con la democracia.

El espanto puede convertirse en victoria si la mayoría de ciudadanos libres, valientes y responsables, decimos basta a la resignación, decimos sí a la libertad y sí a la plenitud nacional.

Joan Carretero
Presidente de Reagrupament

 

Publicado por Avui-k argitaratua