Es muy posible que muchas personas se sientan decepcionadas ante el resultado de las recientes elecciones catalanas, sobretodo si tenemos en cuenta que las encuestas y la prepotencia de Convergència i Unió crearon un espejismo que hacía presagiar una victoria de esta fuerza política en torno a los 52 escaños. Lo cierto, sin embargo, es que se ha quedado con 48, sólo dos más que en la legislatura anterior, y que ha perdido noventa mil votos. Su victoria, por lo tanto, tiene un sabor amargo que sólo la espectacular caída del Partido Socialista, con una pérdida de 5 escaños y de casi un cuarto de millón de votos, permite dulcificar. Sin esa derrota del PSC, el estrepitoso fracaso de CiU habría resultado mucho más visible todavía. Aun así, quisiera hacer notar dos cosas. Una: que el catalanismo no ha cedido terreno, ya que el número de escaños a repartir entre ERC y CiU sigue siendo el mismo de antes; y dos: que la gran abstención -un 43%- y el voto en blanco -60.000- indican que hay un sector soberanista de la sociedad catalana que ha castigado estas dos opciones políticas. A CiU por la traición del pacto Mas-Zapatero y a ERC por haber entregado la presidencia de Cataluña a un partido españolista como el PSC. Pero hay una lectura más, y es que el soberanismo crece en Cataluña como lo demuestra la consolidación del voto independentista. Si hubiesen tenido razón quienes decían que la mayoría de los votos de ERC en el 2003 -que pasó de 12 a 23 diputados- procedían de CiU, ¿cómo es que ahora, a pesar de la feroz campaña mediática en contra, sólo ha perdido dos? Otro aspecto a destacar es que el catalanismo, con 69 escaños, supera al españolismo, que sólo tiene 54. Incluso sumando los 12 de ICV se queda por debajo. Que lejos podrán llegar ERC y CiU juntas el día que se lo propongan.
Todo ello abre un horizonte muy interesante aunque incierto. Interesante, porque el independentismo no sólo está consolidado sino que es una fuerza en alza; incierto, porque ERC, con peso específico en el Parlamento, genera muchas antipatías en el resto de las fuerzas políticas. ERC molesta a CiU porque despierta la conciencia nacional de Cataluña y desnuda el programa regional-victimista de esta formación, y molesta también a PSC, PP y a Ciudadanos, porque muestra lo que realmente les une: la imposición a ultranza de la nación española. La lucha, por consiguiente, se entabla entre el nacionalismo defensivo de ERC, la cobardía de CiU y la hispano-adicción del resto. Si a ello añadimos el odio visceral que ERC despierta en España, se comprende que una de las condiciones del pacto Mas-Zapatero fuese la exclusión de los independentistas del poder y la suma de esfuerzos para desacreditarles políticamente. Sin embargo, opino que Esquerra se ha equivocado pactando de nuevo con el PSC. Se ha equivocado porque un sector de sus bases y de buena parte de la sociedad catalana no entenderán que haya pactado con el partido que la expulsó del gobierno y que haya hecho presidente al hombre que dijo que los derechos históricos de Cataluña no existen. Es una simple cuestión de principios, y la factura más inmediata llegará con las elecciones municipales.
Pero también se equivocan quienes piensan que el objetivo de Esquerra es la destrucción de CiU. Es cierto que ahora hay un flujo de votos entre estas dos formaciones, pero ello sólo es debido a la anormalidad en la que vive la segunda. Bastaría que CiU abrazase la independencia para que los votantes de ambos partidos quedasen claramente delimitados. CiU encarnaría la derecha moderada nacionalmente consecuente, y ERC tendría la hegemonía de la izquierda con los mismos objetivos nacionales. Por lo tanto, aunque muchos soberanistas de derechas no lo crean, el enemigo a quien ERC espera batir muy pronto no es CiU, sino el PSC. Ese es el verdadero objetivo de los republicanos: convertirse en la izquierda nacional y dejar al PSC como una fuerza residual defensora de los intereses de la izquierda nacionalista española. El día en que ese sea realidad, gracias al voto desacomplejado de la gente joven, Cataluña estará a un paso de su normalización política.
Mientras tanto, desgraciadamente, la política catalana continuará en manos de quienes necesitan ir al notario para dar verosimilitud a unas promesas en las que nadie cree y también en las de aquellos que han convertido Cataluña en una simple comunidad autónoma gobernada desde la Moncloa. Esta es una de las razones de la gran abstención y del voto en blanco, el desencanto ante uj gobierno que no puede gobernar. Y en esto último tiene una gran responsabilidad ERC. Esquerra se queja de la españolización de la política catalana, y no le falta razón, pero debe asumir que ha sido su falta de carácter, su tibieza ante los socialistas, lo que ha llevado a Cataluña a esta situación. ¿O es que es suicidándose, como ERC piensa ocupar el lugar del PSC?
Tener la llave de la política catalana es muy útil, no hay duda, pero el beneficio de ese privilegio no está en la posesión sino en el uso de la llave. Del mismo modo que la facultad de hablar engrandece la sabiduría del silencio, también la oportunidad en el uso de la llave indica la inteligencia de quien la posee. Quiero decir con ello que no es necesariamente desde el poder como ERC conseguirá convertirse en la fuerza que ha de gobernar Cataluña, sino dejando que sean sus adversarios -los mismos que han jurado que el nuevo Estatuto es la solución a todos los problemas de los catalanes- quienes, atrapados en la mentira, se ahoguen en su propia incontinencia verbal.
En cuanto a la presencia en el Parlamento de la formación catalanofóbica Ciudadanos, creo que, si se me permite la ironía, es una de las mejores notícias de los últimos años. Significa que el independentismo catalán comienza a ser una fuerza tan poderosa que ya intimida y preocupa seriamente a quienes están en contra. Así ha ocurrido siempre en todos los procesos de emancipación nacional y así será también en Cataluña. Que la culminación de ese proceso llegue pronto, dependerá de la capacidad de CiU para darse cuenta de que en la cobardía se halla el germen de su destrucción.