Cartografía divergente

Los mapas políticos catalán y español han ido divergiendo de forma progresiva desde la Transición. Ahora la distancia es ya muy notable y en pocos meses puede ser descomunal. De hecho, la caída de los dos grandes partidos políticos españoles en Cataluña -o sus vinculados locales- puede provocar que la opción predominante del españolismo político aquí sea específicamente catalana.

La falta de correspondencia entre el abanico de posiciones políticas y de partidos en Cataluña y en España se ha basado en unas estructuras sociales (juego de clases) y económicas (modelo productivo) muy diferentes. Pero también se ha debido a factores tales como: las tradiciones políticas heredadas, la diferente consideración otorgada a determinados patrimonios culturales, asociativos o redes de comunicación que -especialmente después del rodillo franquista- parecían compartidos, la distancia entre los perfiles identitarios y las formas de conciencia social prevalentes, la variación de los sistemas de valores y los modelos de proyectos de vida, etc.

La incapacidad del Estado y los gobiernos españoles de entender la profundidad social y la trascendencia de la singularidad catalana, además, se ha visto remachada por la incompetencia a la hora de tratar políticamente la cuestión. Así, cuando la toma de conciencia y la capacidad de movilización y proposición del catalanismo cívico se han traducido en el ensanchamiento de su base social tradicional y la asunción consecuente de la propia soberanía, la reacción del Estado ha resultado patética. La rigidez, la virulencia y el tono autoritario y amenazador de las respuestas del Estado a las demandas catalanas han acabado radicalizando y cohesionando el movimiento cívico, y convenciéndole de que en el marco español no será nunca posible el reconocimiento pactado de la soberanía.

En un primer momento (2010-2012), podía parecer que esta actitud del Estado estaba condicionada por la mala calidad de la información obtenida de sus aliados en Cataluña y de los servicios de inteligencia. Pero la insistencia posterior en los mismos planteamientos, a pesar de la evidencia del carácter contraproducente de la actitud adoptada, explica bastante claramente que el problema no ha sido sólo de información sino, sobre todo, de concepción. De concepción de la naturaleza del Estado: como instrumento de dominación. Y de concepción de España como proyecto histórico uninacional y uniformizador. Así es más fácil de entender que las medidas adoptadas y propuestas por el PP en materia de economía o de lengua -por poner dos ejemplos de efectos territoriales– no sólo no busquen complicidad o aproximación, sino que constituyan verdaderas provocaciones. A propósito de Cataluña, del gobierno español no hemos oído ninguna idea, ninguna iniciativa, ningún proyecto, ninguna propuesta. Además, claro, de repetir disciplinadamente que “Cataluña es España y siempre lo ha sido”. Y el día que el Sr.Rajoy medio insinuaba una hipotética modificación constitucional, tuvo que dejar claro que sería con la única intención “de unirnos más“, es decir, de restringir aún más la rígida” flexibilidad del marco autonómico”. En resumen, consideran que una Cataluña separada de España “es literalmente imposible”. Y, por supuesto, dentro de España no hay ninguna posibilidad de afirmación de soberanía, de control de los recursos, de política económica o internacional propias… Sólo la perpetuación de la subordinación y un horizonte cautivo.

La coincidencia de la regresión conceptual y estratégica del Estado -desde el autonomismo a la recentralización- con el reciente festival legislativo reaccionario (seguridad, aborto, etc.) Del gobierno del PP todavía ha hecho más evidentes sus vínculos con el sustrato ideológico de aquel franquismo que hizo el primer reciclaje facial en el interior de la UCD. Pero, ni en circunstancias como éstas, el PSOE no ha sido capaz de presentar una concepción de España diferente, de asumir alguna iniciativa creíble de regeneración democrática o de recuperar la defensa del derecho de autodeterminación.

Algunos vocingleros remunerados recitan romances sobre el diálogo en las escaleras de algún templo, o por pantallas y rincones amigos, pero la práctica política del Estado abona sistemáticamente el enfrentamiento y se parapeta en la intransigencia. El gobierno del PP tiene muchos cómplices. Pero el alejamiento político y mental entre España y Cataluña invalida cualquier propuesta de diálogo de la primera que no parta del reconocimiento de la soberanía de la segunda. Fuera de eso, en este 2014 todo serán simulacros; hasta que llegue la democracia.

Juan M. Tresserras
ARA