(Devon, 1942) Poeta inglés.
‘Versopolis’ es una revista paneuropea de cultura y humanidades que publica anualmente una ‘Carta Abierta a Europa’. Este año, la carta ha sido escrita por el poeta inglés David Harsent.
Nací en 1942, el peor año de la guerra. El lugar en el que nací era un pueblo de Devonshire. Me contaban historias de los bombardeos en los puertos de Devon y de cómo los aviones de combate que acompañaban a los bombarderos disparaban a civiles al azar. Uno de estos objetivos fue el hospital rural en el que yo había nacido el día anterior. Mi madre y las demás mujeres, todas con sus hijos recién nacidos, se refugiaron bajo las camas.
Mis primeros recuerdos fueron, en parte, de la guerra, historias de la guerra y trazas de la guerra. Me hablaban del padre de mi madre, que sufrió un ataque de gas durante la Gran Guerra; sobrevivió, pero debido a ese ataque murió joven. Hirieron gravemente a mi padre durante la Segunda Guerra Mundial y nunca se acabó de recuperar de las lesiones. Pasó un tiempo hasta que me di cuenta de que su trabajo del día a día durante la guerra era matar y correr el riesgo de que le mataran; que lo que más debió sentir era miedo. Todos los días durante el transcurso de la guerra: miedo. Todos los días, el cara o cruz de una moneda celestial. A medida que me iba haciendo mayor, era medio consciente de la larga lista de guerras que de forma más o menos continuada siguieron la Segunda Guerra Mundial. Como muchos de mi generación, salí a la calle a manifestarme contra la guerra de Vietnam. Ahora, como entonces, tengo presentes los versos de «Despertarse temprano el domingo por la mañana», de Robert Lowell: «Paz a nuestros hijos cuando caen / en una pequeña guerra que pisa los talones a una pequeña / guerra».
En mi obra, aunque no tiene la guerra como tema principal, se puede encontrar a menudo la sombra de la guerra. En 2005 publiqué ‘Legion’ (‘Legión’). La secuencia de apertura de este libro constaba de voces de distintas zonas de guerra. La secuencia crecía y se desarrollaba, diría, a partir de los ritmos y las imágenes de las versiones en inglés que hice de poemas de Goran Simić cuando él y su familia estaban en Sarajevo durante el asedio. Tras leer ‘Legion’, Seamus Heaney me preguntó: «¿De dónde has sacado todas esas voces?». Se refería a la variedad de los poemas: algunos sacaban las narrativas y las imágenes de la Gran Guerra; otros de la Segunda Guerra Mundial; otros, sin duda, de la guerra de los Balcanes, mientras que otros relataban tangencialmente las brutalidades de la guerra: historias particulares contadas por voces particulares. No hace mucho publiqué las versiones en inglés de los poemas de Yannis Ritsos mientras él estaba recluido en campos de prisioneros y en arresto domiciliario en la época de la junta militar en Grecia en los años sesenta y principios de los setenta. Se me ocurre que siempre es difícil evitar la noción de conflicto; se me ocurre que sentirse así debe ser una tendencia humana insoslayable.
Que parezca que la guerra, y la sombra de la guerra, marque mi obra para mí no es ninguna sorpresa; la poesía es mi forma de interpretar el mundo. Sin embargo, los cuatro poemas largos que forman, por así decirlo, la columna vertebral de mi recopilación ‘Fire Songs’ (‘Canciones de fuego’) ofrecen testimonios diferentes, si bien relacionados, de una guerra más aterradora y destructiva que el conflicto armado. La primera canción de fuego se centra en Anne Askew, una mártir protestante a quien quemaron en la hoguera por herejía. La voz de Anne, en mi versión de su martirio, es profética. En un encuentro en sueños con Anne, el narrador del poema está cerca mientras las llamas la devoran, y dice:
… lo único que me puede hacer llegar a través del resplandor, al inclinarme
hacia ella, es sí, será fuego, será fuego, será fuego…
La profecía de Anne Askew habla de una guerra en la que todos somos combatientes, donde no hay línea de frente, y de la que parece que no hay retirada posible. Es la guerra contra la naturaleza.
* * *
Esta guerra hace mucho tiempo que dura. El 14 de agosto de 1912, un diario de Nueva Zelanda publicó un artículo que advertía de las consecuencias de quemar carbón para el clima de la Tierra. Nadie hizo caso a la advertencia. El libro ‘Silent Spring’ (‘Primavera silenciosa’) se publicó unos cincuenta años más tarde. Hablaba del uso temerario de los pesticidas y del efecto que tenían en la vida de los pájaros. De nuevo, ni caso. Veinte años después, asistí a una serie de conferencias que se centraban en los puntos de inflexión que nos llevarían a una situación en la que el calentamiento global se habría vuelto crítico. Tampoco nadie hizo caso. Y ahora ha llegado el momento. El mundo natural, la vida en el planeta Tierra, todavía atacada, está peligrosamente a punto de volverse insostenible. No podríamos haber llegado a esta crisis de la naturaleza, y seguir ignorándola, si no hubiéramos perdido el contacto con la naturaleza, con las criaturas de la Tierra, con la Tierra misma.
James Lovelock propuso la hipótesis de Gaia: el planeta que habitamos, y las criaturas con las que lo compartimos, forman un sistema independiente, armónico y benigno. Aparentemente, la humanidad se niega a permitir o formar parte de esta armonía, y parece que esto viene de la noción de que el planeta debe satisfacer nuestras necesidades, que podemos explotarlo como y cuándo queramos. No nos maravillamos, y deberíamos maravillarnos de los sutiles misterios del mundo natural.
Me atrae la imagen de los pájaros volando. Me atraen especialmente las aves rapaces. Escribí un poema —“Bowland Beth” (‘Beth de Bowland’)— sobre una aguilucho pálido (una especie protegida) a la que dispararon ilegalmente en un desierto de urogallos. El selecto negocio de matar urogallos por placer no permitirá que haya depredadores naturales: otra prueba del deterioro de nuestra relación con la naturaleza. Me atraen las liebres, el mito y la leyenda de la liebre como ser metamórfico, como espíritu familiar de las brujas, su historia cultural, la criatura viva que encarna todos estos misterios. Escribí un poema secuencia —«Lepus»— que identificaba a la liebre con una figura embaucadora que, en un poema titulado «The hare as bad omen» (‘La liebre como mal augurio’), predice un futuro negro si seguimos ignorando la evidencia de la catástrofe ambiental. La liebre habla de: Me atrae la imagen de los pájaros volando. Me atraen especialmente las aves rapaces. Escribí un poema —“Bowland Beth” (‘Beth de Bowland’)— sobre una arpella pálida (una especie protegida) a la que dispararon ilegalmente en una landa de urogallos. El selecto negocio de matar urogallos por placer no permitirá que haya depredadores naturales: otra prueba del deterioro de nuestra relación con la naturaleza. Me atraen las liebres, el mito y la leyenda de la liebre como ser metamórfico, como espíritu familiar de las brujas, su historia cultural, la criatura viva que encarna todos estos misterios. Escribí un poema secuencia —«Lepus»— que identificaba la liebre con una figura embaucadora que, en un poema titulado «The hare as bad omen» (‘La liebre como mal augurio’), predice un futuro negro si seguimos ignorando l evidencia de la catástrofe ambiental. La liebre habla de:
… estas cosas que, pese a
vuestras campanas y velas, a pesar de vuestras medidas a medias,
vuestros pasos atrás, vendrán, vendrán,
vendrán.
Ahora me doy cuenta de que este último verso, escrito doce años antes, carga el mismo impulso rítmico que el de la profecía de Anne Askew.
La persecución de aguiluchos pálidos ha convertido este ave en una de nuestras especies más amenazadas. La destrucción del hábitat ha hecho que la población de la liebre común haya disminuido drásticamente; y la caza ilegal de liebres con perros todavía sigue. La amenaza para estas particulares criaturas es, para mí, especialmente emblemática; pero la lista de criaturas que están a punto de extinguirse es larga. La disminución de las especies estropea el ecosistema de forma irreversible. Esto incluye a los insectos. Si los polinizadores mueren, nosotros morimos. Estas amenazas son creadas por el hombre. Nos hemos puesto a nosotros mismos entre las especias en riesgo. Nuestro ataque a la naturaleza a veces se asemeja a un deseo de muerte.
Hace décadas, las empresas de combustibles fósiles realizaron sus propias evaluaciones sobre el impacto medioambiental del dióxido de carbono en la atmósfera. Los científicos de estas empresas concluyeron que quemar combustibles fósiles “provocará efectos medioambientales graves”, y añadieron que el problema potencial es “enorme y urgente”. Sus opiniones fueron desterradas por las empresas que representaban. Los científicos de la Tierra han dejado claro, durante años, lo que sucedería si la guerra contra la naturaleza continuaba. Se dice que ya estamos a medio camino de la Sexta Extinción Masiva; es innegable que todo esto lo ha causado la actividad humana; se está haciendo poco o nada para detener su avance. ¿Por qué?
¿Esta aparente indiferencia a la extinción holocena significa que la humanidad ya ha aceptado que es demasiado tarde? ¿Que la forma en que funciona el mundo no puede modificarse, aunque sepamos cómo hacerlo o, como mínimo, empezar a hacerlo? ¿Que la gente va a seguir llevando vidas con patrones fijados e inalterables? ¿Que, mientras las últimas criaturas, peces, insectos, desaparecen de la Tierra, nosotros seguiremos mirando la tele, animando a nuestros equipos de fútbol, cogiendo aviones, escuchando música, yendo de compras, celebrando el cumpleaños de nuestros hijos…? ¿Las plantas de producción continuarán fabricando coches, neveras, aires acondicionados, hasta agotar la última hebra de energía? ¿Avanzarán las excavadoras hasta la última arboleda de la selva tropical? ¿Las granjas industriales seguirán engordando el ganado, y los mataderos continuarán despellejando?
Al escribir una carta en Europa —y me considero europeo, a pesar del egoísmo mentiroso y despiadado que mostró la existencia de tendencias xenófobas y racistas en mi país y desató el Brexit—, pienso especialmente en la gobernanza europea. Quizás sí, tal y como se dice a veces con convicción, el mundo está dirigido por hombres malvados; que la codicia y el poder van de la mano; que el capitalismo explota los recursos naturales, les da otra forma, y vuelve a venderlos como producto; que la historia reciente de la humanidad demuestra que una ciencia temeraria viene rápidamente seguida de una tecnología temeraria. Pero así como existe la ciencia, la tecnología y —significativamente— el dinero para ralentizar y detener lo que sólo puede describirse como la muerte térmica del planeta, debe haber, entre toda aquella gente que tiene poder e influencia gubernamentales, alguien que pueda ver claramente el cariz del precipicio en el que nos encontramos. Mi súplica, o más bien la de los que aún están por nacer, va dirigida al mundo. Pero esa carta es para Europa.
La profecía de Anne Askew era, como todas las profecías, una visión: una visión oscura, igual de oscura que mis propias visiones al reflexionar sobre los informes que llegan del frente medioambiental. Una visión, que cada día deseo no haber visto, es la de un planeta sin vida, donde una pantalla que funciona gracias a nada más que un vasto residuo de codicia sigue registrando el aumento ilimitado de riqueza colectiva de lo que habían sido las élites del mundo, ahora ya desaparecidas, nuestro único legado, mientras el dinero hace dinero al dinero.
Sólo aquellos que gobiernan pueden hacer que estas visiones se desvanezcan. Esta carta va dirigida a Europa, pero, en particular, a quienes gobiernan Europa. Tiene que haber un cambio significativo, y pronto. Alguien debe tomar la iniciativa —alguien que sepa cómo y tenga la voluntad de hacerlo. No tengo consejos, nada más que añadir que lo que he escrito aquí. Excepto, tal vez: mire a sus hijos mientras duermen. Vea sus nietos mientras duermen.
Traducción de Xavier Mas Craviotto
Nota del traductor
‘Versopolis’ (https://www.versopolis.com/) es una revista paneuropea de cultura y humanidades que publica anualmente una ‘Carta Abierta a Europa’. Este año, la carta ha sido escrita por el autor británico David Harsent, poeta y novelista que profundiza en la complejidad de nuestro tiempo. Esta carta, traducida y publicada en diferentes lenguas y países, se publica en catalán en Núvol. Quiero dar las gracias a James Hawkey, a Toby Bartlett y a Dolors Batet, por sus comentarios utilísimos y su ayuda mientras traducía este texto. Xavier Mas Craviotto
Traducción al español de Nabarralde
NÚVOL
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