Uno de los ingredientes más enternecedores del serial que está protagonizando el ministro José Ignacio Wert ha sido la actitud adoptada por el Partido Popular catalán. Me refiero a las quejas de Alicia Sánchez-Camacho porque ella y los suyos no habían sido consultados previamente sobre el contenido de la proyectada Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), y al intento —escenificado anteayer con una reunión en Madrid entre el ministro y la líder— de presentar al PPC como el mediador, el intercesor entre los intereses de Cataluña y las decisiones del Gobierno de Rajoy.
El caso resulta enternecedor tanto por razones de forma como de fondo. Por lo que se refiere a las formas, ¿cuándo, en 35 años de historia moderna de la derecha españolista catalana, su vértice madrileño la ha tenido en cuenta antes de tomar decisiones cruciales con relación a Cataluña? ¡Pero hombre, por Dios! ¡Pero si, en enero de 1979, Laureano López Rodó se enteró por la prensa de que Fraga lo había fulminado de la jefatura de la Alianza Popular catalana! ¿Y qué diremos de la primavera de 1996, cuando Alejo Vidal-Quadras fue ninguneado hasta la humillación en la génesis del Pacto del Majestic, y luego sacrificado al subsiguiente giro táctico del PP de Aznar?
La historia nos enseña que las autoridades metropolitanas no someten sus apuestas políticas al criterio de las fuerzas de policía indígena que tienen desplegadas sobre un territorio sometido pero indócil. A estas fuerzas les toca, sencillamente, apechugar con las consecuencias, sofocar las protestas si pueden y asumir la impopularidad que de ello se derive. Y, mal que le pese a la señora Sánchez-Camacho, hoy igual que hace una década, o dos, o tres, en la calle de Génova siguen percibiendo al PP catalán poco más que como una compañía de cipayos o un tabor de Regulares: carne de cañón siempre sacrificable a los supremos intereses de la política estatal.
Por otra parte, y en cuanto al fondo del asunto, las objeciones que el PPC ha insinuado al proyecto Wert son tan tímidas, tan de matiz, como corto es el margen de maniobra del partido catalán con respecto a su central madrileña. Cuando el ministro-toro bravo se dispone a embestir y llevarse por delante todo el edificio de un modelo escolar catalán acreditado y exitoso durante más de tres decenios, Alicia Sánchez-Camacho sale a aplaudir la intención (el desmantelamiento de la inmersión lingüística), pero pide que, antes, el toro se cepille las pezuñas… Y conste que quien empezó con las metáforas zoológicas fue el propio titular de Educación y Cultura.
En cuanto a todos aquellos que todavía interpretan la ofensiva de Wert para obligar a la Generalitat a escolarizar en castellano, y en general los propósitos españolizadores, como algo progresista y de izquierdas, les sugiero reflexionar sobre dos circunstancias. Una la revelaba EL PAÍS el pasado domingo: el pacto secreto entre Wert y los obispos para que la LOMCE potencie la asignatura de Religión y blinde la educación segregada por sexos. La otra también la destacó este diario dos días antes: el eslogan dominante de la manifestación constitucionalista del 6 de diciembre en Barcelona fue “España es una y no 51”.
Pues bien, el 18 de mayo de 1979 tuvo lugar en la capital catalana otra manifestación de similar tamaño (cerca de 10.000 personas, dijo la prensa) “por la unidad y la pacificación de España”. La convocaba Fuerza Nueva, terminó ante el monumento a José Antonio Primo de Rivera sito en la entonces llamada avenida de la Infanta Carlota y, entre los gritos más proferidos por la concurrencia (“Suárez, traidor, cantaste el Cara al Sol”, “España, entera, solo una bandera”, “Que no la dejen sola, Cataluña es española”, “Santiago Carrillo, te haremos picadillo”, “Mirad, traidores, aun quedan españoles”…) tuvo especial éxito el de “España, una, y no 51”.
Qué coincidencias, ¿verdad? Por muchas menos, a otros se les tacha de fascistas y se promueven manifiestos para redimirlos.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/12/14/catalunya/1355484406_734353.html