Carlistas e independentistas: la primera guerra

Y quien se adueñe de una ciudad acostumbrada a ser libre y no la destruya, que se espere ser destruido por ella, porque el nombre de la libertad y de las antiguas instituciones siempre encuentra refugio en la rebelión, y ni el tiempo transcurrido ni los beneficios obtenidos pueden hacer que sean olvidadas”. Nicolas Maquiavelo, “El príncipe”.

Este artículo está dedicado al primer grupo de folk radikal de Nabarra osoa “Bizardunak”: “No somos carlistas porque los carlistas no eran independentistas. Nosotros (…) somos independentistas. Reivindicamos la reconstrucción del Estado vasco de Nabarra” Diario Noticias de Navarra mayo 2009.

En “Vasconia” Federico Krutwig escribía (1963): “No era extraño que los verdaderos carlistas fuesen defensores de la lengua vasca y de la tradición del pueblo vasco aunque los liberales quisieron presentar a los carlistas como retrógrados no se trataba de otra cosa que las armas propagandísticas esgrimidas por una clase burguesa desnacionalizada y descastada, corrompida por un liberalismo opresor” En el prólogo de “Vasconia” decía: “Conocía a muchos carlistas y cuan agradable fue mi asombro al haber visto que muchos de ellos, aunque se llamasen “fueristas”, “carlistas”, “requetés” o como más les gustase, en realidad eran tan nacionalistas, o más, que aquellos que pretendían acaparar para sí este apelativo”.

La primera Guerra Carlista tuvo lugar entre 1833 y 1839, por lo que también es conocida como la Guerra de los Siete Años. Los carlistas alegaban la bastardía de Isabel y de su hermana María Luisa Fernanda, hijas, según ellos, del guarda de Corps Agustín Muñoz y no del rey español Fernando VII, “el Deseado”. Además argumentaban la vigencia de la ley Sálica introducida en España por el rey francés Philippe V de Anjou 100 años antes y derogada por conveniencia por el propio Fernando, por la cual las mujeres sólo podían heredar el trono de no haber herederos varones en la línea principal (hijo) o lateral (hermanos y sobrinos). Querían un rey fuerte y absolutista como los que había habido siempre en el Imperio español y lo veían en la figura del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro de Borbón.

Ley Sálica: “gallorum imperii sucesor masculus est”.

 

Pero los carlistas vascos lucharon contra el llamado liberalismo que demostró, durante el trienio que gobernó (1820-1823), ser antiforalista o contrario a las leyes conservadas de cuando los nabarros vivíamos en el Reino o Estado de Nabarra, cargando a los nabarros con nuevos impuestos, imponiendo aduanas en la costa frente a las interiores o “cordón del Ebro” e intentando obligar a todos los nabarros a participar en el ejército imperial español. Pero los liberales no eran anticatólicos o anticlericales y tampoco progresistas en lo social como se ha querido hacer ver, buscaban un modelo de Estado más centralizado gobernado por los ricos, los únicos con derecho a voto (menos del 3% de la población, a diferencia del voto por “fuegos” -o viviendas- iniciales de los Fueros), uniforme en leyes y con una única nación monolingüe y más fácil de dominar que fueron creando: la nación española.

Antonio Alcalá Galiano (Cádiz 1789-Madrid 1865), ministro de Marina, golpista, político liberal castellano, cofundador del Ateneo de Madrid, miembro de la Real Academia de la historia: “Debemos de propagar la imagen de la “nación” e inculcar apego a ella y unirlo todo al país ya la bandera, a menudo inventando tradiciones o incluso naciones para tal fin. Uno de los objetos principales que nos debemos proponer los castellanos, es hacer la nación española una nación, que no lo es ni lo ha sido nunca hasta ahora”.

Era carlista la abrumadora mayoría del pueblo nabarro: el clero e incluso algunos terratenientes y oficiales que lucharon contra Napoleón, pero sobre todo las clases populares del campo y de la ciudad, por lo que al bando carlista se le llamó el bando de los pobres. En teoría los carlistas contaban con el apoyo de Rusia, Prusia, Austria y Nápoles, contrarios al liberalismo, pero en realidad los carlistas apenas recibieron ayuda extranjera en esta guerra; sus milicias fueron populares frente a los “peseteros” liberales, llamados así por cobrar un sueldo para luchar.

Ya el padre de Fernando VII, Carlos IV de España, a principios del siglo XIX, dio el órdago definitivo al mandar escribir a J.A. Llorente “Noticias históricas de las tres provincias vascongadas” con la finalidad exclusiva de “preparar a la opinión pública para recibir sin escándalo todos los cambios que procedan en estas provincias para hacer su legislación uniforme con la del resto de España”, para ello tenían que demostrar que los Fueros no habían sido “pactos ni contratos, sino privilegios concedidos por los reyes” –aunque no eran ni lo uno ni lo otro -. Como dijera después Canovas del Castillo: “antes de obrar, poner la razón de su parte”.

Llorente era un afrancesado como el pintor Goya, juró lealtad en Baiona durante la Asamblea Española de Notables al francés José I Bonaparte, a su vuelta, en vez de ejecutarlo por traidor, le hicieron inquisidor y fue un panegirista e intelectual de la unidad de España, escribiendo libros antiforales para lo cual manipulaba documentos, escondía datos conocidos o creaba nuevos ad hoc, según demuestra en el libro “Bizkaia en la Edad Media” el doctor en historia José María Gorordo.

Es más, la mayoría de los liberales vascos no luchaban por la supresión de los Fueros, sino por una adecuación de los mismos a sus intereses económicos Así, mientras que los liberales en España eran enemigos de los Fueros, en Nabarra elaboraron un informe en 1820 y otro en 1833 en los que se destacaba eficacia de la administración y rigurosa gestión de los recursos públicos que suponían los Fueros.

Esta opción era muy minoritaria entre los nabarros, como lo demuestra que aun tras ganar la Primera Guerra Carlista, en provincias como Bizkaia o Gipuzkoa no consiguieran ningún escaño y sólo uno de siete en Alta Nabarra, la mitad votaron carlista en Alaba, y eso que tenía derecho al voto la población más pudiente y por tanto la más cercana a los que gobernaban el Imperio Español. Las primeras elecciones en España datan de 1837 y son censarias, para unos pocos ricos: participaron 257.00 personas, menos de un 3% de la población total.

Bilbao no era liberal como se ha dicho muchas veces, sino que fue ocupada por la tropa liberal al principio de la contienda. Los ejércitos isabelinos o liberales, también llamados “cristinos” o “guiris” por Mª Cristina -la reina regente y madre de Isabel-, en tierras vascas estaban mayoritariamente constituidos por gentes venidas de España, de hecho, en el sitio de Bilbao, los muertos por el bando isabelino no eran bilbaínos, salvo excepciones, y en su mayoría ni tan siquiera vascos.

Iñaki Rahm lo demuestra en su libro “Leyendas y certezas de la historia de Bilbao”: “Es evidente que el entusiasmo del pueblo bilbaíno por la causa liberal fue escaso, desmintiendo todas las leyendas que declararían “invicta” a la villa, cuando pusieron en marcha el mito oficial del Bilbao liberal y heroico (…) a Bilbao quién realmente llegó para invadirla y ocuparla fue, el 25 de noviembre de 1833, el ejército del general (liberal) Sansfield, cuando los carlistas eran mayoría, tenían mayoría en el poder político de Bilbao lo mismo que en todos los demás municipios de Bizkaia y ya se habían manifestado a favor de Carlos de Borbón los dos batallones de “paisanos armados” (los únicos que había en la villa). (…)

La actitud de los nabarros en las carlistadas se entiende perfectamente en el siguiente comentario del coronel del Ejército liberal Pascual Churruca en las Cortes de Madrid en 1837: “¿Por qué luchan los vascos? Dícese por algunos que la guerra de las provincias del Norte es guerra de principios y no guerra de Fueros; pero yo les contesto que los naturales de Vizcaya no se matan porque triunfen principios del absolutismo y de tiranía, sino porque los ambiciosos y los agentes del fanatismo les hicieron y continúan haciendo creer que iban a perder sus Fueros. Ésta es la base sólida y terrible de la guerra de estos países”.

Es revelador también este texto, y otros que se citan después, recogido por Sorauren en su libro “Navarra el Estado Vasco”, es del embajador de España, el Duque de Frías, ante el rey francés Luis Felipe: “(…) no hay tal carlismo lo que hay es que las provincias privilegiadas se alborotarían a todo cambio de gobierno, siempre que crean que pueden igualárselas con las demás de España. V.M. debe saber que las provincias vascongadas son repúblicas sobre las cuales el rey de España no ejerce más que un protectorado, y que no reportan ventajas para la hacienda del Estado. En Navarra es rey constitucional, si se quiere llamar constituciones a las antiguas formas de aquel reino, pero no tiene ventajas a favor del tesoro de la nación…”

El espía francés que trabaja para su corona, Lataillade, el 21 de marzo de 1835 pasó un informe en el que se afirmaba textualmente: “Las provincias vascas, las más libres de la tierra, han sido siempre soberanas e independientes de la Corona de España. Los Diputados generales, elegidos por los habitantes, son obedecidos en tanto que gobiernan para la conservación de los Fueros”, inmediatamente después acusa a los vascos de “imponer a los españoles un rey que les repugna y que vosotros no podéis imponerlo sin violar los derechos nacionales y son comprometer vuestra propia independencia” y les propone conservar sus Fueros si deponen las armas ante la llamada Cuádruple Alianza (liberales de España, Portugal, Francia e Inglaterra).

En la primera Guerra Carlista, las tropas idolatraban a Zumalakarregi, hombre culto que se había curtido luchado muy joven con las tropas vascas de Artzai como analista o escribano en las afrancesadas (“Guerras del primer imperio” en Francia” y “Guerra de la independencia” en España), donde empezó a brillar como soldado voluntario para hacerse después profesional, al igual que su segundo, Eraso. Después fue apartado como archivero en “vascongadas”, como se llamaba entonces a la Nabarra Occidental, por ser contrario al liberalismo y sospechoso de carlista después, aunque nunca mostró gran interés hacia la persona de Carlos y sí por los Fueros nabarros.

Zumalakarregi era un rentista gipuzkoano de clase media-alta de una familia numerosa de 11 hermanos, de los que el mayor llegó a ser ministro de “Gracia y Justicia” del gobierno de Espartero, pero firme defensor de los Fueros nabarros en Madrid ante el mismísimo general liberal, como lo eran por otra parte todos los liberales vascos como hemos dicho.

Tomás Zumalakarregi consiguió grandes victorias con su milicia de voluntarios, que tras una fuerte instrucción previa, convirtió en un ejército de 20.000 soldados. A sus tropas, al tomar el mando, no les hablará de Don Carlos y de su legitimidad, ni de España, sino de “defender nuestra libertad que son los Fueros (…) nuestras cosechas, nuestros ganados, nuestras costumbres (…) nuestros derechos, nuestra religión y nuestro Dios”. Más alto se puede decir, pero no más claro.

Se ha especulado mucho sobre la figura de Zumalakarregi, “osaba Tomás”, pero su prematura muerte en la contienda no permite saber la verdad. Luciano Bonaparte (príncipe francés) y Agusti Xaho (pensador y político vasco) hablan de él como el Caudillo de la independencia vasca, aunque no se tiene constancia documental ni declaración en tal sentido hasta el momento por parte del de Ormaiztagi.

Lo que sí se conoce (Mª Cruz Mina) es una carta de Zumalakarregi al pretendiente Carlos, para que tome “la corona de Navarra de las provincias vascongadas”, pues ésta lo merece aunque sea un territorio pequeño, “pero de gente leal y de héroes”.

Las frases dichas por periodistas ingleses, enviados de guerra, sobre el origen de la guerra y la figura de Zumalakarregi sí que son contundentes:

  •  Willkinson: “El origen de la guerra hay que buscarlo en el deseo que los cristinos (liberales) manifestaron de suprimir las libertades vascas. Estas libertades les habían hecho superiores a los demás españoles y se dispusieron a defenderlas con las armas”.
  • Sommerville: “los vascos recibieron (a D. Carlos) con entusiasmo a condición que mantuviera los Fueros”.

Idoia Estornés Zubizarrreta (2008), comenta que el ayudante del general Zumalakarregi, el coronel de Vargas, se hace eco de este rumor en sus memorias, rumor que corrige en parte el prusiano Laurens (1839): “Zumalacarregui era el ídolo de su pueblo y se hablaba sin reparo de alzarlo con la corona de Nabarra y hacerlo rey de los vascos. No era ésta, sin embargo, la idea de Zumalacárregui. No quería otra cosa que defender los derechos y libertades de su patria y esquivó aquel honor modestamente, dejando paso a su legítimo rey que se hallaba en Inglaterra”.

Es más significativo lo que el periódico ginebrino “L’Europe Centrale General” publicó en esas fechas, como la siguiente carta del General francés Harispe a su Ministro de la Guerra, según recoge José Ramón Urquijo Goitia en su trabajo “Tomás de Zumalacárregui, literatura y mito”:

“Por otro lado, hoy me ha pasado una noticia muy singular, por varios lados, y por caminos bastante seguros: la Junta de Navarra, viendo que Don Carlos abandona el juego, decidiría en concierto con Zumalacarregui proclamar el independencia de Navarra y las tres provincias y formar una república federal. En ese momento, tal acto sería la sentencia de muerte de la insurrección, que se separaría así del resto de España, perdería todos estos medios de acción y todo su apoyo moral. No se puede negar que la separación sea algo muy fácil e incluso muy popular en estas provincias, que están unidas a España solo por vínculos muy débiles (…)

La información se encuentra en el apartado de correspondencia particular desde Bayona del 6 de mayo del año 1834 y añade: “Zumalacarregui acaba de emitir una proclama a los habitantes de las cuatro provincias insurgentes, por lo cual él los declara independientes, y los libera de toda sumisión a la autoridad de Don Carlos o a la de la Reina”. El periódico italiano Giornale del Regno delle Due Sicilie también se hizo eco de la noticia.

Mikel Sorauren encontró en el año 2018 una carta oficial entre altos cargos del Estado español la cual decía:

Sr. D. José Basset (Secretario de Diputación. Carta de José Antonio Zurbano, Agente de negocios de Diputación en Madrid)

Madrid 9 de abril de 1834

Muy señor mío, Si ninguna de sus favorecidas diré que los señores diputados regresaron del sitio y hoy es regular escriban a su señoría ilustrísima.

Hasta ahora no ha vuelto del sitio la cédula para la convocatoria a Cortes de ese Reino. Hoy se ha dicho que caen los ministros de Fomento, Guerra y Hacienda y que serán reemplazados por Toreno, Llauder y Ferrer.

 A esta dicen ha llegado una proclama de Zumalakarregi en la que dice que en atención a la inaptitud y abandono con que mira la defensa de su causa Don Carlos se declara el Reino de Navarra y provincias vascongadas en República Federal y para ello se convocarán a los estados luego que las circunstancias de la guerra lo permitan.

De vuestra merced  afectísimo su ilustrisima…. etc”.

Algunos franceses, entre los que hay quienes colocan también al suletino A. Xaho, pretendieron crear un protectorado francés con el País Vasco, donde el puerto de Pasajes tendría una importancia estratégica, al estilo de los proyectos de los hermanos Garat y su “Nueva Fenicia” ante Napoléon.

Agosti Xaho comentó: “La envidia de los castellanos fue el primer motivo de esta guerra. No podían sufrir que las provincias vascas se administraran por sí mismas, en completa independencia, mientras que muchos empleos civiles y militares eran desempeñados en Castilla por vascos”.

Xaho en su libro “Viaje por Navarra durante la sublevación de los vascos” relata la situación política y habla de Nabarra para designar a todos los territorios vascos.

Agosti Xaho: “Si el Gobierno francés, interviniendo contra Zumalakarregi, declarara la guerra de exterminación de nuestra raza, tengo razón de creer que los vascos de Francia, en vez de marchar contra sus hermanos, no dudarían ni un momento en tomar una resolución dictada por los intereses de su gloria y libertad” (“Voyage en Navarre, pág. 80).

Esta prueba del sentimiento de unidad nacional, bien sabía Xaho que los vascos la fundamentan en su comunidad lingüística. Ello lo comprobará Agustín Xaho, el suletino, cuando se dirige a sus hermanos insurrectos tanto navarros, guipuzcoanos, suletinos o labortanos. Así comprobará: “El misterioso lazo de unión de la lengua nacional había sido suficiente para establecer entre nosotros desde el principio la misma confianza y familiaridad que si nos hubiésemos conocido desde hace largos años” (“Voyage en Navarre”, pág. 138).

El carlismo para aquellos insurrectos vascos era algo muy diferente que lo que hoy se presenta como carlismo por sus descendientes en Alta Navarra. La causa del rey era muy secundaria para Zumalakarregi y sus generales. Zumalakarregi aparece en el libro de Chaho como el generalísimo de un Ejército vasco. Sus tropas enarbolan el pendón de Nabarra.

“Los nabarros dan a los constitucionales el mote de negros, y comparan la revolución española con la sublevación de los negros: comprenden muy bien la emancipación de los castellanos, pero se niegan a asociarse a ella, y rechazan una comunidad social que traería para los montañeros, la pérdida de su independencia nacional y su libertad social” (“Voyage en Navarre”, pág.144).

Hay quien quiso darle la corona de Nabarra a Zumalakarregi que reinaría como Tomás I de Nabarra y Señor de Bizkaia. Tal pretensión salió desde la Diputaciones a la vista de ciertas connivencias internacionales, se le pidió que aceptara ser nombrado “rey de los vascos”.

Avinarieta, político, espía español y liberal que participó activamente en la contienda dijo: “Zumalakarregi era un instrumento secreto del gobierno francés, que supo lisonjear su ambición con la promesa de colocarla al frente de la federación de aquella provincias”

El historiador Pirala en el año 1835 dijo en Baiona: “no se sabe cuales fueron las miras de Zumalakarregi, aunque hay barruntos para creer que se trataba de declarar la independencia de las provincias”.

Hubo también otros muchos actores secundarios de aquella contienda y alguno principal que hablaron sobre la independencia vasca fuera a parte de las intenciones de Zumalakarregi. El virrey impuesto a Alta Nabarra, llegó a decir en 1834: “la guerra en (Alta) Navarra es un el día para aquellos habitantes una guerra nacional, y con corta diferencia lo es igualmente en las tres provincias exentas” (“Mapas para una nación” José María Esparza edit. Txalaparta 2011).

En el libro “Fueros y carlistada”, Mikel Sorauren (2008) relata que fue el General Maroto el cual después tomó el mando carlista, quien sembró la desconfianza del pretendiente D. Carlos hacia Zumalakarregi, pues creía que miraba más hacia la independencia, tal y como señala el propio Maroto en sus memorias “Vindicación del General Maroto” de 1846.

En esas memorias, Maroto rebela que en junio de 1839 la oficialidad del carlismo gipuzkoano le ofreció finalizar la contienda y proclamarse presidente de una república vasca de 4 provincias.

Segundo Flórez escribió la biografía autorizada del principal General liberal, Espartero, en la que se habla de que el general carlista Guerqué estaba con el bando “apostólico” o “los brutos” por la independencia hasta la muerte, pero fue fusilado en Lizarra-Estella por Maroto en febrero de 1839, tras una derrota de aquél en el campo de batalla

Más desconocido es el suceso del 26 y 27 de agosto de 1837, cuando estalló una sedición en el bando liberal de la fortificación de Zizur Menor (población cercana de Pamplona) encabezada por el coronel León de Iriarte, exguerrillero con Espoz y Mina durante la ocupación francesa, y por Pablo Barricart que comandaban los batallones francos de Nabarra que peleaban contra los carlistas. Los sedicentes, nabarros del ejército liberal de la reina española Isabel II, se sublevaron contra las tropas españolas de ocupación, se hicieron dueños de Pamplona y fusilaron entre otros al ex virrey de Nabarra y general de la reina, el conde Sansfield, de infausto recuerdo para los bilbaínos, al que los sublevados atravesaron con sus bayonetas y dejaron desnudo en la actual plaza del Castillo, en aquel entonces de la Constitución, durante 2 horas. Dominada la sedición, Iriarte y Barricart fueron fusilados en el interior de la Ciudadela de Pamplona junto a otros dirigentes por el general Espartero por haber intentado recuperar la independencia de Nabarra.

“(…) considerando asimismo por las declaraciones testificales que se comprometió bajo su firma a seguir y llevar a efecto la conspiración que tenía por objeto la independencia de Navarra, cuyo documento confesó el mismo Iriarte haber firmado (…).Condena a la propia pena al comandante del Segundo Batallón de Tiradores Don Pablo Barricart, por resultar justificado: que se mantuvo al frente de su batallón cuando se pronunció la insurrección, y que en vez de contenerla, continuó a su cabeza y vino a Pamplona; segundo, que en el camino de esta plaza dirigió su voz a los insurreccionados… de lo que resultó que instigados por los sargentos e intimidados por las amenazas, tuvieron –el jefe y oficiales del primer batallón– que ponerse al frente de sus compañías; tercero, que fue el primero que firmó la relación de su batallón inserta con el número seis, de los que se comprometieron a proclamar la independencia de Navarra; cuarto, que hizo destacar el piquete que arrestó al general Sansfield; quinto y último, que aconsejó en Lumbier a varios sargentos, que se fugasen…»

Es parte de la sentencia del Consejo de Guerra celebrado en Pamplona en 1837 contra el coronel León Iriarte, el comandante Pablo Barricart y el resto de las tropas sublevadas por proclamar la independencia de Nabarra. También fueron fusilados 4 de los 8 sargentos condenados y que fueron los que empezaron la rebelión por la falta de pagos de sus nóminas que reclamaban a Sansfield, pues los otros 4 sargentos amotinados habían logrado huir.

La guerra se eternizaba en tierras vascas y acabó hartando a la población que soportaba una carga económica y de vidas humanas insostenible por más tiempo. Ninguno de los dos ejércitos se imponía al otro, los mandos carlistas se mostraron divididos y los isabelinos no lograron imponer la disciplina castrense entre sus tropas.

En este contexto, Muñagorri propuso separar la causa de la sucesión de Carlos-Isabel y la de los Fueros y habló de “Paz y Fueros”, es decir, trató de desligar el tema foral del carlismo oficial. Los carlistas se dividieron entonces entre los que están a favor de Muñagorri, los “transicionistas”, y los “obispos u hojalateros” (de la expresión “¡ojala ocurra esto o aquello!”).

En el año 1838 un Proyecto de Bases redactado por la Diputación del Reino, proponía actualizar los Fueros, dejando la relación con España únicamente a través del monarca (como el Imperio austrohúngaro por ejemplo).

Los carlistas propusieron a Don Carlos, tal y como queda recogido en el Boletín oficial de Nabarra de 27 de mayo de 1838 bajo el título “Bases bajo las cuales Navarra y las Provincias Vascongadas seguirán adheridas a la monarquía de Carlos V”:

  1. Navarra y las provincias vascongadas formarán otras tantas repúblicas independientes, federativas de la monarquía española.
  2. Cada una de las provincias de Álava, Guipúzcoa y Señorío de Vizcaya se gobernarán también según sus antiguos.
  3. Navarra se gobernará también según sus fueros en el estado que tenían cuando se agregó a la Corona de Castilla en el año 1512.
  4. Se reformará la representación nacional en la forma que las Cortes reunidas según el estado antiguo; pero a votación nominal y no por estamentos y a pluralidad absoluta de votos.

Además no se permitiría la presencia de tropas españoles en su territorio (Antonio de Irala “Historia de la Guerra Civil”).

En el año 1839 el Síndico de las Cortes de Nabarra Ángel Sagaseta de Ilurdoz, hizo una propuesta similar, pero para entonces, los carlistas iban perdiendo batalla tras batalla.

Poco después de este Boletín, a mediados de 1838, los carlistas alto nabarros se sublevaron tras la derrota de Peñacerrada, donde las legiones castellanas no combatieron con suficiente intensidad, pues según ellos estaban en conversación con el enemigo encabezados por el comandante supremo de las tropas carlistas Maroto nombrado como tal tras esta derrota de Peñacerrada. Y así era. Los carlistas alto nabarros entraron en Estella gritando “Muera la junta, mueran los hojalateros, abajo los castellanos y vengan nuestras pagas”, persiguieron a los “extraños al país” (españoles) y pidieron la libertad de los generales.

Sofocada rebelión, Maroto se hizo dueño de la situación con sus tropas carlistas castellanas. El 14 de febrero de 1839 fusiló a todos los generales y altos mandos contrarios a pactar con los liberales y que intentaban sublevar a las tropas contra él.

Segundo Flórez escribió la biografía autorizada del General Espartero (cabeza el ejército liberal enfrentado a los carlistas), en la que se relata que el general carlista Guerqué estaba con el bando “apostólico” o “los brutos” por la independencia hasta la muerte, pero fue fusilado en Lizarra-Estella por Maroto en febrero de 1839 tras una derrota de aquél en el campo de batalla.

En los últimos meses de la guerra, Maroto se dejó llevar y preparó Bergara, el pacto se pergeño en una venta de Abadiño, cuando Espartero habló de suprimir los Fueros, hubo un conato de proclamar la independencia por el General carlista Elío, el cual hablaba de “crear un estado carlista vasco-navarro” .

Las tropas carlistas alabesas y alta nabarras no querían ir a Bergara y retrasaron un día su llegada, por lo que el alto mando carlista apareció con sólo parte de la tropa y donde se oía el grito de “traición”, estaban además exaltados por la quema de sus campos por los liberales y pedían directamente la independencia.

Según el mencionado Avinarieta, político español de origen vasco que tomó parte directa en la contienda de forma oscura, también entre la tropa gipuzkoana hubo intentos serios de proclamar la independencia.

La suerte estaba echada, alea jacta est: se produjo el “Abrazo de Vergara” el 31 de agosto de 1839, donde el liberal general Espartero, que fue el que tomó definitivamente Bilbao tras la Batalla de Lutxana, dijo: “yo os prometo que se conservarán vuestros Fueros, y si alguno intentara despojaros de ellos, mi espada será la primera que se desenvaine para defenderlos”, e incluso: “el liberalismo no quiere quitar los Fueros a los vascos, sino hacer extensibles sus beneficios al resto de los españoles”, una mentira nada piadosa. Recibió por ello el título de conde de Luchana y duque de la Vitoria.

La mayoría carlista no aceptó el pacto firmado dos días antes en Oñati: 11 batallones aceptaron (3 gipuzkoanos y 8 bizkaínos), otros 22 lo rechazaron y partieron al exilio (los 13 batallones alto nabarros, 5 gipuzkoanos, 6 alabeses). 8.000 carlistas exiliados tras la Primera Guerra Carlista, con sus mando tomaron parte de la “Guerra Grande” de Uruguay batallón de los vascos.,después formaron parte de la élite del país.

Hay quienes hablan de la traición de Maroto, que habría sido sobornado con un millón de piastras, por lo que tendrá un lugar en la historia vasca al lado de Diego López de Haro y el conde de Lerín entre otros; habló de la traición del general murciano el escritor Víctor Hugo que vivía en Pasaia (Gipuzkoa) por esa época y donde escribió muchas de sus obras famosas (de él es la frase “el euskara es la nación de los vascos”); de hecho, se fusiló a partidarios de las ideas de Muñagorri, y se dijo que todo fue la escenificación de la venta pactada en secreto de la supresión de los Fueros. Se habla de unos 300.000 muertos en esta Primera Guerra Carlista.

En esas memorias, el general carlista Maroto del “Abrazo de Vergara” (considerado un traidor por las tropas vascas), relata que en junio de 1839 las oficialidad del carlismo gipuzkoano ofreció le ofreció finalizar la contienda y proclamarse presidente de una república vasca de cuatro provincias. El general carlista Elio hablaba de “crear un estado carlista vasco-navarro”.

  1. Rodríguez Garraza, en 1839, al estudiar la Primera Carlistada, se preguntaba: “¿será posible transformar el reino más antiguo de la península de reino de por sí en mera provincia?”.

Dichos nabarros:

“Más falso que un guiri” (de “guiristiño” o cristino en euskera, en relación la madre de Isabel II María Cristina, la reina regente).

“Ser más traidor que Maroto”.

Debecout en 1836 en París: “los vascos podrán decir en su día: defendimos la independencia de Euscaria contra los españoles”.

Charles Dembouski que viajó por España entre 1838 y 1840 dijo: “Es evidente que la lucha ya no se sostiene sino gracias a la admirable tenacidad que caracteriza a los navarros y a los vascongados, ya su odio innato a los españoles que consideran como dominadores extranjeros”.

Augusto Von Goeben (1841), militar prusiano luchador carlista en su obra “Cuatro años en España”: “Los vascos están orgullosos de su origen, de su independencia y de sus prerrogativas, miran a los demás españoles como extraños y los desprecian como a tales”.

Louis Viardot (1800-1883), periodista francés de la época e historiador hispanista: “Si se reconoce de una que Navarra y las provincias vascas no luchan por otra cosa que su independencia, y no por la causa carlista, la cuestión se simplifica (…) ¿Por qué no hacer de las provincias vascas y Nabarra una confederación independiente neutral, una Suiza de los Pirineos? (…) Ellas no se consideraron jamás como formando parte de España, han conservado siempre su nacionalidad”.

El escritor e historiador hispanista francés Prosper Mérimeé (1807-1870), habla también de que sería conveniente erigir el País Vasco en un “Estado independiente”.

Incluso en la Segunda Guerra Carlista, se dijeron cosas como:

El Correo Vascongado de corte liberal el 19-04-1873 se hizo eco de las negociaciones entre carlistas y liberales y señalaba que se ha llegado a “un acuerdo en todos los puntos, a excepción hecha de la independencia absoluta de las provincias vascas y Navarra que parece ser la única dificultad que aún resta por vencer”.

El noticiero “La Bandera Carlista” el 19-09-1875: “El país vasco-navarro antes que someterse a D. Alfonso (el pretendiente liberal), se proclamaría independiente”.

Elissé Reclus (1830-1905), revolucionario anarquista francés en “Nueva geografía universal”: “Cuando los habitantes del País Vasco de España tenían Fueros, constituían un Estado dentro de un Estado”.
CONCLUSIONES

En su libro “Los vascos en la historia a través de Garibay”, el antropólogo español Julio Caro Baroja decía que el historiador gipuzkoano Esteban Garibay (s. XVI) tenía “la idea de que las libertades forales suponían la existencia de “un Estado dentro del Estado”, cosa que se pensaba y decía ya en tiempos de Carlos IV (s. XVIII-XIX)”.

El historiador tudelano José Yanguas y Miranda (1882-1863) y Ángel Sagaseta de Ilurdoz (1784-1843) síndico del reino, comentan que los primeros carlistas vascos proclamaban que los 4 territorios eran repúblicas federativas unidas a la corona española, siguiendo a Montesquieu, por tanto con derecho a separarse unilateralmente.

  1. Rodríguez Garraza, en 1839, al estudiar la Primera Carlistada, se preguntaba: “¿será posible transformar el reino más antiguo de la península de reino de por sí en mera provincia?”. Esta pregunta aún nos la hacemos los nabarros.

    El conocido historiador español Manuel Tuñón de Lara en su libro “Historia de España en el siglo XIX” (1974) añade otro aspecto de las Guerras Carlistas: “Por encima de hechos aislados anecdóticos, el rasgo esencial y original que tienen la guerra carlista en Euskalerria es su dimensión popular que viene a ser, ni más ni menos, el primer signo de formación de una conciencia nacional”.

    No cabe duda de que de aquellos lodos dieron lugar al nacionalismo vasco, pero no cabe duda de que aquellos lodos eran imposibles sin tener ya esa conciencia nacional que habría que buscarla en los 1.000 años del Estado de Baskonia-Nabarra (años 600-1620).

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