Cañones de Gipuzkoa

Ángel Rekalde

EN los años 80 la Diputación de Gipuzkoa decidió retirar los cañones que (junto con la figura del rey) adornaban su escudo, y que hacían alusión a la legendaria batalla de Belate. En ella, supuestamente, 50 valerosos guipuzcoanos arrebataron dicha artillería al ejército invasor francés que, tras fracasar en su asalto a Pamplona, se batía en retirada por los pasos de la montaña pirenaica.

Entre los referentes del patrimonio simbólico y cultural de nuestra tierra, una espina bien clavada es la evidencia de la manipulación. La aculturación se nos impone a ojos vista: desde el retroceso de la lengua vasca siglo a siglo, territorio a territorio, hasta una interpretación cochambrosa de la memoria colectiva en la que una comunidad se reconoce y sostiene su identidad. Así tenemos, por poner un ejemplo, el callejero de nuestras ciudades, llenos de enemigos, reyes hostiles, militares genocidas y en general este tipo de versiones envenenadas de nuestra Historia.

Así pues, los cañones de Belate se retiraron del escudo de Guipúzcoa, pero se conservan en otros lugares, como Zizurkil o Antzuola, sin que aquella conciencia crítica de los años 80 hiciera entre los vecinos de esas localidades demasiada mella.

El historiador Pello Esarte cuenta aquella batallita que los intereses de la corona española convirtieron en leyenda heroica. Cuando el duque de Alba invadió Navarra y acabó con la independencia de una buena parte de su territorio en 1512, en la primera reacción y el intento por recuperar el terreno perdido, el ejército de Juan de Albret llegó hasta las murallas de Pamplona, en manos militares hispanas. Tal es el ejército francés de la versión española. El invierno y la falta de provisiones en una incursión improvisada, mal abastecida, obligaron a los navarros y gascones a levantar el cerco y buscar refugio al otro lado de los Pirineos. En esa retirada ocurrieron diversos incidentes y escaramuzas, sin relevancia bélica, y el 7 de diciembre de 1512 sucedió lo que se da en llamar la batalla de Belate.

A partir de testimonios de la época, Esarte sostiene que no hubo batalla real. Una partida de guías guipuzcoanos, que rastreaba el terreno como avanzadilla de las tropas castellanas, tropezó con el grupo de alemanes que transportaban la impedimenta más pesada, la artillería. Los alemanes, contratados a sueldo, poco interesados en las pendencias locales, se limitaron a dispersarse y huir, y los rastreadores se quedaron con los cañones. Fin de la historia.

Pero tras la guerra militar viene la propaganda. La intervención española ante el intento navarro no había sido muy gloriosa. No hubo alardes de heroísmo ni grandes proezas; bastó la resistencia pasiva a la espera de que el rey castellano mandara tropas de refuerzo desde la meseta. Y había que inventar la leyenda. Dado el interés de la corona española en mantener divididos a vascongados y navarros y en alentar el odio entre gentes de una misma población, el relato del botín de los cañones ascendió a categoría de gran batalla.

No hablamos del pasado, sino de nuestra sociedad presente. Ya va siendo hora de revisar esta simbología que nos acompaña en ciudades, leyendas, callejeros y fiestas tradicionales. No es de recibo que 500 años más tarde mantengamos como símbolos de identidad episodios que nos avergüenzan. Es hora de acabar con una historia cargada con siglos de dominación y de mentiras urdidas según los intereses de España. Hora de enterrar esos cañones que se han utilizado para dividirnos, para enfrentarnos pueblo a pueblo, comarca a comarca, a gentes de una misma tradición, una misma lengua. Hora de que desaparezcan esos símbolos de la victoria enemiga que nos arrebató la independencia, que alientan el estúpido orgullo guipuzcoano de haber contribuido al imperio de España, a la conquista por las armas, que alardean y glorifican el aplastamiento de quienes lucharon por defender su tierra.

Andoni Esparza Leibar

Cañones de Gipuzkoa

El 10 de enero DIARIO DE NOTICIAS publicó un artículo titulado Los cañones de Antzuola, que propugna su supresión de ese escudo municipal y del de Zizurkil (ya en 1979 los había eliminado el Ayuntamiento de Lizartza). Gipuzkoa utilizaba en su blasón, desde el año 1513, los doce cañones capturados en Belate. Pero hay que precisar que, conforme a lo que indican historiadores como Boissonnade, en esa acción hubo combatientes navarros en ambos lados: junto a los guipuzcoanos lucharon numerosos beamonteses. A ellos se oponían los agramonteses. Navarra llevaba para entonces muchos años ensangrentada por las luchas entre los dos bandos nobiliarios. Estos señores de la guerra contaban cada cual con sus apoyos exteriores: los reyes de Castilla y Francia respectivamente. Por ello no resulta lógico interpretar aquellos conflictos acaecidos en la Navarra de 1512, conforme al prisma del nacionalismo vasco o español, que no surgirían hasta el siglo XIX.

Muchas familias guipuzcoanas utilizaban el mismo blasón que la provincia. Por ello en bastantes localidades de Navarra se conservan piedras armeras que muestran los doce cañones. En Pamplona, por ejemplo, hay una en el número 7 de la calle Zapatería, a pocos metros del ayuntamiento. ¿Conoce alguien que en esos cientos de años las Cortes de Navarra hubieran formulado alguna protesta por la heráldica de la provincia vecina? En caso afirmativo, le agradecería que lo hiciera público.

Durante cuatro siglos no se puso en cuestión el blasón de Gipuzkoa. Carlistas, liberales, republicanos, socialistas e incluso el nacionalismo vasco durante sus primeras décadas de vida, no suscitaron debate alguno al respecto. Pero alguien tuvo la brillante idea de que había que eliminarlos y a partir de 1923 fue tomando calado la campaña en este sentido. Finalmente las Juntas Generales de Gipuzkoa acordaron su supresión el 2 de julio de 1979. Al igual que en otras naciones, en Euskal Herria a veces ha primado la visión autoritaria y exclusivista del patriotismo, frente a la más racional, amable y compatible con otras culturas. Pero hay que esforzarse en mejorar. Esperemos, por ello, que Antzuola y Zizurkil conserven sus cañones y Gipuzkoa, recupere los suyos

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Pedro Esarte Muniain

Sobre los Cañones de Guipúzcoa, A la visión hispanista de Andoni Esparza Leibar

El día 13 del presente mes de enero, publicó Andoni Esparza Leibar una carta en prensa, en la que se precisaba a Angel Rekalde datos y detalles sobre los cañones de Belate, y en ella se me hacía alusión. Como las concreciones eran erróneas (no querría pensar que llevaran otra intención) voy a precisar unos puntos que considero aclaratorios, máxime en el momento actual.

1º La donación de cañones a cualquier región colonizada y regida como provincia (término romano), es una medida de índole política, para hacer incurso a todo el país, en unos méritos que ni siquiera concurrieron.

2º Que como medida política, los pueblos que lo colocaron y ostentan (en el presente caso Zizurkil y Antzuola), están en su completo derecho a optar por mantenerlos o quitarlos según lo juzguen. ¿Y sino, porqué ha cambiado Navarra su escudo? ¿porqué intervino ante la CAV para que retirara el de la CFN?

3º Sobre mantener las cosas en su sitio, la historia oficial conserva y obvia, aquellos que así le conviene. Que los cañones fueron descubiertos semi-abandonados por los vigías que llevaban los militares españoles estantes en Guipúzcoa, sin acción militar importante lo confirman los escritores coetáneos, Mártir de Anguería y Luis Correa.

4º Lo que la historia oficial dice faltando a la verdad, es que las tropas “francesas” saquearon el monasterio de Belate. La realidad es que quienes lo hicieron fueron capitanes españoles (castellanos para mas señas) y se llevaron desde las ropas y joyas del monasterio hasta el ganado. Consta la excomunión que contra ellos dieron los canónigos y cabildo de la catedral de Pamplona, hecho silenciado oficialmente.

5º Los nacionalismos no nacieron en el siglo XIX, y ejemplos los hay por todas partes. El sentimiento de nación es conocido en los navarros y/o vascones, desde los romanos y antes de Cristo.

6º Leibar mantiene, coincidiendo con los actuales vigías de la ortodoxia política navarra en tal aspecto, el porqué “en esos cientos de años las Cortes de Navarra -no- hubieran formulado alguna protesta por la heráldica de la provincia vecina”, cuando la respuesta es bien sencilla: Al igual que tampoco la formulan nuestros gobernantes actuales.

7º Lo increíble es que un navarro defienda que Guipúzcoa debe mantener símbolos de enfrentamiento con Navarra para “esforzarse en mejorar. Esperemos, por ello, que Antzuola y Zizurkil conserven sus cañones y Gipuzkoa, recupere los suyos”.

Todo un alarde de despropósitos, manteniendo el distanciamiento de vecindad con la región afín, a través de un símbolo creado para la ruptura social y en ofensa para Navarra. ¿Porqué los quiere el colonizador, y porqué defiende esta postura el citado Andoni?.

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Andoni Esparza Leibar

ACERCA DE EUSKAL HERRIA Y SUS SÍMBOLOS

No vivimos en 1512. Ni siquiera en la versión literaria que algunos tienen de ese año. En el complejo mundo actual la conservación (en la medida de lo posible) de los aspectos positivos de las culturas tradicionales es algo necesario y que para todos resulta beneficioso. Por ello, aquí, en este pequeño rincón del planeta, interesa hacer compatible lo vasco con lo español y lo francés, de forma que cada uno de esos elementos cuente con su respectivo soporte institucional. En mi ensayo “El Escusón (y algunas reflexiones sobre la España eterna)” -que además de estár íntegro en Internet con todas sus ilustraciones, cuenta con una reducida extensión: poco más de cuarenta páginas- indagué, desde la otra orilla, sobre el encaje que puede darse a esta cuestión.

Pero hay que reconocer que el influjo histórico debido a las respectivas patologías nacionalistas (me refiero primordialmente al franquismo por un lado y al terrorismo de ETA por otro), dificulta esa tarea. Por ello, sobre la base de la libertad, del reconocimiento también del derecho a la autodeterminación, trabajemos por hacer compatibles esas distintas culturas.

Por lo que respecta a la heráldica de las siete provincias vascas, me ocupé últimamente de ella en un artículo titulado “Euskal Herriko blasoia finkatzeko beharra” (Berria, 31-12-08). Se ha buscado suprimir de los escudos los elementos considerados “extranjeros” y que contaban, en la mayoría de los casos, con siglos de existenca: los textos en castellano en el de Álava, los lobos y leones en el de Bizkaia, los cañones y el rey en el de Gipuzkoa y la flor de lis respecto a Lapurdi. Considero que esto, además de atacar a esa idea de compatiblidad, daña gravemente al ingrediente específicamente vasco, al promover una versión mutilada y empobrecida de nuestra herencia histórica.

Tengamos un mínimo de inteligencia, porque solo basándonos en las pautas democráticas (y no en manipulaciones de la historia), puede abrirse un futuro prometedor para la Euskal Herria de las siete provincias. El que esa opción se haga realidad o no, está en nuestras manos.

(*) Incluido a petición del autor, en presunto derecho a réplica.

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