Pasó en Camerún, a mediados de la década de los ochenta, como un inextricable misterio de la naturaleza enfurecida; en los valles circundantes del lago Nyos, y en el mismo lago: fue en la noche del 21 de agosto de 1986, desapareció toda vida humana y animal en un valle en el noroeste del páis. Los cuerpos sin vida de gallinas, babuinos, cebúes y pájaros amanecieron desperdigados entre la hierba y 1746 personas, 3952 vacas, 82 perros, 8 gatos , 552 cabras, 337 ovejas, 2 burros… fueron las víctimas del desastre a ojo de buen cubero. Hasta aquí los hechos, a partir de ahí las interpretaciones, y la lucha abierta entre ellas, quiste florecieron en su disparidad irreconciliable .
El libro de Frank Westerman, «El valle asesino. Sobre el origen de los mitos» ( Siruela, 2017) habla de todo esto y trata de hallar las claves de las diferentes interpretaciones, de las que da sobrada cuenta, a la vez que nos sitúa en los tira y aflojas que se dieron – y dan- en el país africano, tanto en lo que hace a las mentadas interpretaciones, como a la presencia de distintas religiones, potencias imperiales, y… muchas cosas más. Así pues, estamos ante una obra – por decirlo a lo magritteano– que no es una novela, tampoco un ensayo, ni un libro de historia, al tiempo que es todo ello a la vez; tres en uno.
Ante la misteriosa catástrofe varias legiones de científicos e investigadores tomaron el lugar como campo de trabajo -o viceversa- para sus estudios. Dos corrientes fundamentales surgieron en los intentos explicativos: por una parte, quienes veían la causa de lo sucedido en una explosión volcánica o freática, por la otra, aquellos que veían la causa en una gasificación espontánea. Defensores de la primera opción, el francés Tazzief y su equipo de incondicionales, al que se unió el italiano Marinelli; de la segunda, el islandés Sigurdsson que contaba con el apoyo de los norteamericanos y de los alemanes. Los primeros tomaban en cuenta las versiones que de los hechos daban los nativos supervivientes que destacaban el insoportable olor a huevos podridos que había acompañado al desastre, el color que había adoptado el lago, etc. Tales características suponían para los investigadores la prueba inequívoca de la presencia de azufre, y de otras combinaciones químicas propias de las erupciones volcánicas, características que ellos mismos habían detectado en otros casos como en Java, Colombia, lugares en los que se habían dado otros desastres inexplicables y a los que ellos habían ido a tratar de dar cuenta del fenómeno. Los segundos, mantenían que la teoría anterior era insostenible y que sus defensores eran unos falsarios que se dejaban llevar por las opiniones de los indígenas, que tenían una visión mágica y mítica de la vida y del mundo (lo decía gente que, como alguien en el libro comenta, lleva veinte siglos creyendo en un supuesto señor que fue crucificado y resucitó), que tenían una visión alucinada de los sucedido (alucinación colectiva por lo visto), que en su lenguaje no se discernía entre olores y colores… en fin, testimonios nada fiables, ante las evidencias que ellos pretendían representar.
En la primera parte de la obra se da una visión pormenorizada de las diferentes posturas, y se relata la presencia de los diferentes equipos investigadores y los aparatosos movimientos de instrumentos de medición técnica que supuso la movilización de los organismos más poderosos del planeta (en especial de los USA), también se vio a los israelíes analizando el dichoso lago (todo parece indicar, a pesar de otras versiones, que fueron a reconocer el terreno ya que en breve el presidente de su país iba a cursar una visita oficial al país africano). El caso es que la versión de Sigurdsson, y partidarios, se impuso frente a la versión de los mediterráneos… siempre tan imaginativos ellos, al decir de sus adversarios. Podemos conocer de paso, la personalidad del prestigioso investigador francés Tazzief, que luego fue destituido ya que, entre otras cosas, se constató que a pesar de su dilatada carrera no tenía titulación alguna tras tantos años de detentar su autoridad en los temas de la vulcanología… destitución organizada por Claude Allègre, el muy titulado físico que luego finalizó siendo ministro del gobierno francés, en sus tiempos –digamos que- socialistas.
A pesar de todo el personal movilizado y todos los medios técnicos, las explicaciones no convencieron a casi nadie, y desde luego no a los nativos que vieron prohibida la entrada en la zona mientras que esta estaba repleta de personas blancas. Esta falta de explicación convincente es la que dejaba abierta la puerta a los diferentes ensayos explicativos, ya que cuando se da «menor número de hechos , mayor el relato… [y es que] la curiosidad humana no se conforma con lo incompleto, lo inconcebible o lo incognoscible: de ser necesario, nos inventamos lo que falta»; más todavía si se parte de que hay una esencia inabarcable para los sentidos y la inteligencia humanos que está más allá de lo real.
Antes de seguir sí que quisiera detenerme en algunos aspectos esenciales que asoman con fuerza en la lectura de esta primera parte del libro –y por extensión a lo largo de todo él- y es que la ciencia es un campo de batalla en el que se cruzan además de los hechos y las supuestas evidencias, los diferentes ombligos de los investigadores, los intereses de los diferentes países de origen de estos, es decir, cuestiones de índole sociológica y no hace falta dar por buenas las teorías de Thomas Kuhn –¿cómo no tenerlas en cuenta no obstante?- pero sí que la enorme influencia de asuntos extra-científicos se pueden constatar que tienen un enorme peso en la construcción de la verdad… incertidumbre que casi conduce a apuntarse -al menos en casos como el que nos ocupa- en los pagos del anarquismo epistemológico de Paul Feyerabend, o al menos preguntarse con Chalmers: qué es esa cosa llamada ciencia. La versión que se impuso, a pesar de no resultar de una indiscutible coherencia explicativa, fue la apoyada por países más poderosos, y su verdad vio las páginas de las más prestigiosas revistas abiertas, mientras que la versión perdedora hubo de conformarse con publicar en revistas de menor importancia. Son varios ejemplos los que se dan, mas uno sí que resulta significativo hasta las entretelas: la revista National Geografic se hace portavoz de la versión ganadora como si fuese pura ciencia, a la inversa Geo –revista del ámbito francés- defiende la postura de Tazzief como la más sensata, coherente, consistente y completa ; está claro que no es que se haya dado un caso de esencialismo lingüístico –con perdón de Sapir&Wolf- que desembocaría en: distintas lenguas dan distintas visiones del mundo, pero sí que queda clara la lucha de intereses y de prestigio, entre otros factores.
Si la primera parte de la obra, como queda subrayado, tiene gran interés para conocer los hechos y sus interpretaciones supuestamente científicas, a la vez que brinda serias vías para la reflexión, las otras dos partes de la obra tampoco carecen de hondas lecciones; dedicadas a diferentes versiones e interpretaciones de los sucedido desde la óptica de los indígenas y sus mitos y leyendas, y la plural y abundante presencia de misioneros de todo pelaje por aquellas tierras de dios (podría decirse de dioses, ya que a los propios de los nativos, se ha de sumar el vendido –como único y auténtico- por los pentecontalistas, los baptistas, los católicos, los hellimisoneros – que se desplazan en helicópteros para difundir el salvífico mensaje evangélico-, y… miembros de la Iglesia apostólica, la Global Frontiers Missions, la Worldwide Mission, los Born Again, sin olvidar el puñado de mezquitas.- alguna pagada por el, a la sazón, gobernante libio Muamar el Kadhafi- que adornan las cumbres, y… otras yerbas pretendidamente lingüístico-religiosas que más huelen a CIA que a dios bendito). Esta invasión de misioneros escoceses, irlandeses, ingleses, neerlandeses, americanos… hizo decir a uno de ellos: «del mismo modo que, en los años ochenta del siglo XIX, las grandes potencias europeas se habían enzarzado en la llamada “lucha por África”, las entidades cristianas que rivalizaban entre sí para ganar almas de los cameruneses, emprendieron su particular “lucha de África”»… Tras –o al tiempo- la espada, la cruz… colonialismo de dios.
Esta masiva presencia blanco-evangélica va a añadir más mitos y leyendas a los ya numerosos y propios del lugar, de modo y manera que las interpretaciones de los hechos se multiplicaron ad abusum: así, y simplificando ya que los datos aportados por Westerman son amplísimos, desde el enfurecimiento de los dioses del lago -postulada por los nativos- para castigar la inmoralidad de los habitantes, hasta el sufrimiento como prueba enviada por el dios occidental, o el aviso para que la gente cambiase de rumbo (¡ay la desnudez y la poligamia!) lo que podía suponer -y en algunos casos supuso- nuevas vocaciones en el servicio del altísimo… los caminos del señor son inescrutables, lo que da más cabida todavía para las interpretaciones más contradictorias (si no es A, tal vez sea B, y si tampoco es eso, pues habrá que pensar que C… o: todas a la vez según convenga; desde luego en tal terreno no se presta credibilidad al principio de falsabilidad popperiano); otras versiones, con claros resabios complotistas, surgen en el vacío explicativo: pruebas secretas de algunas bombas u otras pruebas de misteriosos ingenios aniquiladores de la población local (algunos contaban haber visto a gente extraña, blancos claro, por la zona) por parte de los franceses, británicos, norteamericanos o israelitas; en las páginas 258-259, se reproduce un panfleto que es un ejemplo de paranoia galopante en la que se señala los culpables; el presidente del país, Biya, en colaboración con Israel, con el fin de exterminar a la población del oeste de Camerún- «ya que su crimen – el de quienes escriben el panfleto del que hablo- es hablar inglés, la lengua que nos fue impuesta por nuestros amos coloniales…»-. Como es obvio en tal floración no juega un papel menor la habitual radio-macuto, que extiende como la pólvora las más disparatadas versiones y creencias. El caso es que si los mitos locales hablaban de un lago malo (Njuti = felón) y otros bueno (Lwi) , el desastre supuso el cambio de nombre el lago bueno, que pasó a llamarse Nyos, al que se conocía a partir de entonces como el lago enfadado.
Si todo lo señalado no es suficiente para subrayar al interés de la obra, las aclaraciones antropológicas que van desde el dominio de la antropología física, que se dedicaba a la medición de los cráneos y de otras partes del cuerpo de los nativos, a la apuesta de Malinowski por una antropología cultural que prestaría atención al modo de ver e interpretar las cosas por las culturas dichas “primitivas”… abriéndose así las puertas a la visión emic frente a la etic dominante y etnocéntrica del colonialismo… en esa lucha de interpretaciones, de visiones del mundo, y en las estrategias de dominación económica, política e ideológica… en todo ello somos introducidos en este libro ejemplar.
El autor conversador y viajero impenitente se traslada, amén de al lugar de la catástrofe, en donde habla con supervivientes, con gente de diversas etnias, con misioneros, periodistas y políticos, a diferentes lugares lejanos con el fin de entrevistarse con los científicos implicados o conocidos de ellos, en cuyas localidades de origen indaga sobre sus relaciones, personalidad, etc. Aires de familia con el periodismo antropológico del maestro Ryszard Kapuscinski, o de algunas incursiones exploradoras de las matemáticas, vertidas en narrativa, de Hans Magnus Enzensberger, o todavía… con algunas novelas que recuerdo vagamente –y que me da pereza buscar en mi selva libresca- acerca del teorema de Fermat, o de la puesta en pide las mediciones en meridianos, etc., etc., etc.
KAOSENLARED