Hace pocas semanas tuve la ocasión de leer un artículo sobre la vida de los animales. No sobre el estilo o las formas de vida sino sobre la longevidad de las distintas especies. Ahora que el conocimiento genético avanza a una velocidad endiablada y que va a provocar, sin duda, el mayor cataclismo que jamás haya conocido nuestro planeta y, en lo que nos afecta, de la especie humana, hablar de longevidad probablemente sea irrelevante. Parece que somos los estertores de cientos de millones de años de evolución y que, pronto, nuestros descendientes alcanzaran la eternidad. Pero bueno… aunque sea por reafirmarme en el fin de la caducidad, me gustaría lanzar alguna reflexión sobre un dato del artículo citado.
En lo que a la cercanía nos atañe, son los buitres (“saia”, en euskara) unos de los animales más longevos de entre las especies sedentarias que comparten escenario natural con los humanos ubicados en esta tierra cantabro-pirenaica. Esta especie carroñera vive nada menos que 120 años, una edad envidiable para cualquier humano, siempre y cuando se llegue a su última fase en plenas facultades. Los árabes tienen un refrán en el que se compara a los matusalenes con los buitres.
Las colonias de buitres son endémicas en nuestro territorio y, por lo que conozco, algunos de los enclaves que hace varias décadas habían sido abandonados por estas aves, han sido recolonizados de nuevo. Dicen los ornitólogos que es una especie, al menos entre nosotros, en expansión. Y habría que recordar, para los que desconocen esta disciplina, que las colonias de Biaizpe, Lunbier y Arbaiun son de las más numerosas de Europa, lo que delimita la mayoría de los buitres en territorio vasco al solar navarro. Sin menospreciar otras colonias, más modestas es cierto, en otros puntos de las tierras vascas.
La verdad es que utilizar la figura del buitre, de su longevidad y de su ubicación geográfica, no deja de ser un buen elemento para dar rienda suelta a numerosas licencias y establecer una notoria similitud con el escenario político pasado y presente. Con el permiso pues del recurso, me propongo lo fácil, como es lógico: llevar el agua a mi molino.
Y qué más sencillo que dejar libre a la imaginación. Gracias a ella nos encontraríamos con la impresionante constatación de que los buitres que han fallecido de viejos en Navarra en estos últimos años nacieron precisamente a finales de la Segunda Guerra carlista y que vivieron lo más álgido de su vida en la Guerra del 36, cuando las cunetas se llenaron de sindicalistas. La última generación completa de los carroñeros navarros, vuelvo a repetir que según los versados es la más notoria de Europa, ha sobrevolado épocas realmente convulsas. Ha sido importante para su especie, que las autoridades competentes, es decir las que dirigen nuestros destinos, les declararan, ya hace tiempo, especie protegida.
Alimoches, cuervos… son otras especies que se alimentan de carroña, pero ninguna de ellas acumula las arrugas del buitre que es, en su especificidad, el ave más grande de Europa. Se alimenta de cadáveres, con predilección sobre las vísceras, y aunque el pobre animal ha nacido sin poder elegir más que lo que es, a la mayoría le produce repugnancia. Y sin embargo, su vuelo es majestuoso y otea el horizonte separando lo útil de lo inútil, la muerte de la vida.
En la historia de Navarra, los buitres no han sido animales de paso. Su protagonismo es tan obvio como su vuelo fuente de temores. Quienes nacieron en los estertores de la Segunda República, es decir quienes conocieron el golpe sangriento que acabó con tantas ilusiones, son los que dominan hoy el escenario navarro. Majestuosos, en su plenitud, mueven y subyugan, amenazando con su pico capaz de rasgar lo más compacto.
Ahora que los calores se alejan y las hojas se remueven en sus ramas para desprenderse definitivamente con el paso de las aves migratorias, los sedentarios buitres navarros descansan. A partir de diciembre, cuando el resto de especies se abrigue de los fríos que llegan del norte, los buitres buscarán pareja y copularan. Lo justo, como los de la Obra Máxima. La hembra pondrá entonces un huevo que incubará durante 58 días, del que nacerá un pollo. Y vuelta a empezar.
Son insaciables. Tanto que en el habla popular para definir a un glotón se le llama “gizon saia”. Y debe de ser cierto, porque Navarra también produjo, ya hace unos años, un debate que convulsionó a la comunidad científica. Según numerosos testigos, los buitres de la comunidad atacaban a animales vivos. “Eso es imposible”, dijeron los ornitólogos. Yo que no soy experto y que conozco un poco más la historia que la biología entonces callé. Hoy, sin más elementos de juicio que los que proporcionan el sentido común soy capaz de decir, con rotundidad, que los longevos buitres navarros, atacan a los indefensos seres vivos. ¡Cuidado con ellos! ¡La derecha acecha!